La tecla del duende
«Lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno es que pasa». Y queda, agregaría Machado. Como las vacaciones ya pasaron, solo resta recibir el curso escolar, estrenar septiembre con el mejor de los aires. Y caminar. Para maestros y alumnos viene este texto del uruguayo Julio César Castro.
Un día llegó un supervisor a una escuela primaria, y se encontró con un cuadro realmente alarmante. En una de las aulas, la maestra se encontraba atrincherada detrás de su escritorio, en tanto los alumnos jugaban y se peleaban, se tiraban cosas y se pegaban, se gritaban de todo y se rompían los cuadernos. El inspector entró gateando, se acercó a la maestra y por entre las patas del escritorio y la silla se presentó y le preguntó qué estaba pasando.
La maestra, pálida, desencajada, con claros síntomas de que aquello no era la primera vez que le pasaba, le dio un breve informe de la situación. «Estoy desesperada, señor, no sé qué hacer con estos chicos, no sé cómo detenerlos, no encuentro la manera de que me atiendan, y es que el Ministerio no me manda material didáctico, no tengo nada nuevo que mostrarles ni se me ocurre qué decirles».
El inspector echó un vistazo al campo de batalla, y de pronto vio un corcho. Lo tomó entre dos dedos, se puso de pie, elevó el brazo para que todos lo vieran y preguntó con un fuerte grito: «¿Qué es esto?». Aquel vozarrón y aquella pregunta detuvieron la batahola. Los niños lo miraron, y luego de un breve silencio, respondieron con convicción y primeros síntomas de disciplina. «Un corcho, señor». «Bien, ¿y de dónde sale el corcho?». El más pícaro dijo que salía de la botella, pero los otros intentaron otras respuestas: «Del alcornoque, de un árbol, de la madera». «¿Y qué se puede hacer con madera?», continuó entusiasta el docente. Y los niños: «Sillas», «una mesa», «un barco». «Bien, dijo el inspector frenando la lluvia de respuestas, tenemos un barco. ¿Quién lo dibuja? ¿Quién hace un mapa en el pizarrón y coloca el puerto más cercano para nuestro barquito?».
Alguien nombró un puerto, y un país. Y el hombre siguió preguntando: «¿Qué poeta conocen nacido en ese país, alguien recuerda una canción de ese lugar, en qué producción se basa su economía?». Y así dio lugar a una clase de geografía, de historia, economía, literatura…
La maestra quedó impresionada. Al terminar la clase le dijo conmovida: «Señor, nunca olvidaré lo que me enseñó hoy. Muchas gracias».
Pasó el tiempo. Un buen día el mismo inspector volvió a la escuela y buscó a la maestra. Estaba acurrucada atrás de su escritorio, los alumnos gritaban, cantaban, se tiraban cosas, aquello era un caos. «¿Qué pasó?», preguntó el inspector esquivando cosas que volaban. «¿No se acuerda de mí?». «Sí, señor, respondió la maestra entre sollozos. ¡Cómo olvidarme! Qué suerte que regresó. No encuentro el corcho. ¿Dónde lo dejó?».
Ing: Aunque no me quieras, por siempre serás mi santo diabólico. Tu ángel rojo
Rosita: Perdóname por no poder ser tu príncipe; gracias por enseñarme que todavía existen princesas. Fauma