La tecla del duende
Me he preguntado en más de una ocasión para qué sirve la literatura. He intentado desnudar los enigmas de la creatividad y en una coyuntura propicia me creí cerca del nudo de la revelación. Asistí a un diálogo entre dos escritores, investidos de gloria y reconocimientos, quienes me concedieron el privilegio de acompañarles en su encuentro.
(...) Mi sorpresa fue mayúscula cuando aquellos dos gigantes comenzaron a desmenuzar sus afecciones: ciática, lumbago y artrosis se mezclaron a las panaceas de bebedizos, píldoras y potingues; examinaron el cobro de sus derechos de autor con lamentaciones sobre la informalidad en el pago de algunos editores. Salí de allí con mis preguntas sin respuesta y cavilando que la esencia del oficio literario, según aquellos, residía en un óptimo estado de salud y una sólida cuenta bancaria.
A veces me he respondido que escribo porque temo esfumarme sin haber dejado una huella, sin tallar una marca en la piedra con un pedernal filoso, como hicieron rudimentariamente los primeros habitantes de esta tierra. He valorado la literatura como una de las formas del conocimiento, de la misma manera que la ciencia o la filosofía, un instrumento para penetrar en el hombre y su circunstancia; casi una rama de la epistemología.
En ocasiones, me he visto como un testigo de mi tiempo, un observador de la época, un juglar que pregona la historia. En cualquiera de estas variantes nunca estimé que la literatura debía adaptarse a las demandas del mercado, ni servir de rampa para construirse un cómodo entorno.
(...) En estos años he aprendido que desde su génesis el ser humano está sometido a agravios y humillaciones. Si no se toman medidas restauradoras la pasión se convierte en rencor, el entusiasmo se toma en indiferencia, la fe se destruye en el escepticismo. No obstante, hay que continuar alentando sueños. Si de una parte sufrimos una erosión y nos disminuimos, por otra engendramos y crecemos mientras tratamos de vencer nuestras limitaciones...
Ese ser ofendido y cubierto de agobios, ese mutilado palpitante avanzará, pese a todo, hacia el encuentro de nuevos mitos tras batallas perdidas, continuará en su delirio, soñará con paraísos que no alcanza a cimentar, con sus banderas rotas intentará escalar cumbres, dominar vientos, partir aguas y dirigir el fuego, imaginará la fundación de reinos cuya creación es esquiva y en ese empeño reside su verdadera grandeza. No nos medimos por nuestras victorias, sino por nuestra exaltación al intentarlas. Al desaparecer en el polvo de la tierra, tras haber dejado atrás infortunios y adversidades, nuestro paso permanecerá en la memoria por el afán de alcanzar cimas de difícil conquista. (Fragmentos del discurso de Lisandro Otero al recibir el Premio Nacional de Literatura 2002. Enviado por Yandrey Lay)
GraffitiAmor mío: ¿Cuánto tiempo he de esperar para subirme en un puente y gritar que te amo? YRG
Rotativa VC: En ustedes dejé un pedacito de mi corazón. El fichi
Ibis: Ante miles de lectores: ¿quieres casarte conmigo? Irán
SemillaLa Historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás. Eduardo Galeano