Los que soñamos por la oreja
Hace algunas semanas fui entrevistado por una profesora universitaria estadounidense que está haciendo una investigación a propósito de la relación entre música y sociedad en Cuba, a partir de lo reflejado en la columna de Los que soñamos por la oreja. Por supuesto que fueron muchos los tópicos acerca de los cuales dialogamos y que la conversación me hizo evocar más de una anécdota que parecía haberse perdido en medio del transcurrir del tiempo.
Entre las tantas preguntas a las que tuve que responder, una que tenía especial interés por parte de la aludida profesora era por qué yo había dedicado tan pocas emisiones de la columna a comentar tanto conciertos como discos del ámbito de lo que en la actualidad se nombra música académica. Y es cierto que de 1988 a acá rara vez he escrito en estas páginas sobre dicha área. Pero ello responde, en lo fundamental, no a mi falta de interés por la manifestación, sino a que no me considero apto para abordarla desde el punto de vista técnico.
En música popular un melómano experimentado puede llegar a realizar el desmontaje de cualquier pieza dentro de su género y estilo preferidos. Igualmente, un periodista que ejerza la crítica musical puede echar mano a los recursos que ofrecen los reconocidos como Estudios de Performance o a los Estudios de Música Popular y así, por ejemplo, apelar a la estética de la recepción, de Wolfgang Iser, a los enfoques de oralidad poética propuestos por Paul Zumthor, al análisis de discurso bajo el modelo de lingüistas como Van Dijk, Halliday, Robert de Beaugrande, o a métodos cualitativos de la antropología social y de las ciencias sociales en general. Empero, con la música académica otra es la historia y de tal suerte, al menos yo a lo único que puedo llegar es a escribir una modesta reseña, como la que me he propuesto para hoy.
De inicio deseo expresar que, en mi opinión, una de las agrupaciones cubanas que ha registrado en lo que va de siglo un trabajo sencillamente impresionante es el Conjunto de Música Antigua Ars Longa. No se trata solo de los resultados artísticos logrados por el ensamble sino que han sido fuente de inspiración para que otras figuras de nuestro país se hayan motivado a hacer algo por el estilo.
Si bien estamos en presencia de un quehacer colectivo, sin discusión alguna hay dos nombres que son pilares para la proyección de Ars Longa, me refiero a su directora y fundadora, Teresa Paz, y a la destacadísima musicóloga, la Doctora Miriam Escudero, que con su incesante labor de investigación ha propiciado el repertorio para la agrupación.
Buen ejemplo del estilo que ha tipificado desde sus inicios lo realizado por Ars Longa lo encontramos en el fonograma titulado El eco de Indias, que sale al mercado gracias al respaldo de la Oficina del Historiador de La Habana, institución que ha funcionado como mecenas del colectivo, como parte de lo que el equipo dirigido por el Doctor Eusebio Leal ha llevado a cabo en pro de la conservación de la memoria.
En este CD del que hoy hablo, encontramos una especie de antología de villancicos, cantatas y pastorelas de autores procedentes de nuestro continente, y que ejercieron la creación musical en el período comprendido entre los siglos XVI y XVIII. En ese sentido, al escuchar en su totalidad el material, lo que más llama la atención es la manera en que Ars Longa consigue reinterpretar de un modo muy contemporáneo un repertorio que tiene años de haber sido compuesto, pero que en las voces e instrumentos de esta agrupación para nada sabe a viejo.
Así, disfrutamos de piezas escritas por figuras como nuestro compatriota Esteban Salas o el colombiano Juan de Herrera. Ahora bien, si me viese precisado a responder cuál es mi favorita de toda la grabación, no dudaría un segundo en responder que el anónimo peruano Un juguetito de fuego, obra de singular belleza.
Otros elementos que hacen de este un CD de notables valores son las notas discográficas escritas por la Doctora Miriam Escudero, las palabras introductorias del Doctor Eusebio Leal, la grabación del ingeniero polaco pero cubano por adopción Jerzy Belc, la producción musical de Yamilé Jiménez y el trabajo de diseño, en el que se utiliza para la portada un lienzo del holguinero Cosme Proenza.
Con todos estos elementos, cabe expresar que el fonograma El eco de Indias, registrado por el Conjunto de Música Antigua Ars Longa, deviene una excelente muestra de esos casos cuando puede asegurarse que el disco no es únicamente un producto comercial sino también cultura.