Los que soñamos por la oreja
Creo que en sentido general no nos percatamos de la maravillosa vida cultural que tenemos en La Habana. Y digo en esta ciudad, porque otra es la realidad que se da en el resto del país. Ahora mismo, mientras prosigue la 12 Bienal, del 4 al 28 de junio se celebra el III Encuentro de Jóvenes Pianistas. Esta iniciativa del maestro Salomón Gadles Mikowsky, cubano residente en Nueva York, demuestra lo mucho y bueno que puede hacerse cuando se unen esfuerzos en aras de un proyecto común.
Entre los ejecutantes del piano que se presentarán en el contexto del evento, se destaca un grupo de compatriotas que en años recientes han conseguido sobresalientes resultados. Por solo mencionar a algunos, diría los nombres de Lianne Vega, Fidel Leal, Madarys Morgan, Adonis González, Katerina Rivero, Leonardo Gell, Darío Martín y Gabriel Urgell.
Uno que también actuará en esta fiesta del piano es Aldo López-Gavilán. Lo más reciente que he escuchado de él es su disco De todos los colores y también verde, si bien es en una copia en mp3, solo con los títulos de los cortes y sin una mínima información acerca de quiénes integran la banda con la que el pianista y líder del proyecto nos hace esta entrega, que básicamente gira en torno a un cuarteto conformado por piano, bajo, batería y saxofón.
Aldo es de los artistas que no divide la música en compartimentos estancos y por eso lo mismo se le puede disfrutar al ser parte de la banda acompañante de un cantautor como Carlos Varela, en la función de solista concertante con el respaldo de una orquesta sinfónica o de cámara, o al frente de un cuarteto de jazz en el que con absoluta libertad se interpretan temas de su autoría.
Sé que hay quienes no comparten semejante filosofía, pues consideran que por dicho camino nunca se llega a madurar completamente en alguna de las vertientes cultivadas por el creador que apuesta por una visión ecuménica de tal magnitud. Yo, por el contrario de los que así piensan, defiendo tal actitud, aunque admito que para quien opta por esa vía, todo se torna más difícil e implica un mayor esfuerzo en la autosuperación.
La pasión que Aldo López-Gavilán siente por la música académica y por el jazz lo ha llevado a que en su quehacer como compositor, en buena medida logre unir ambos mundos. Así, en sus obras, que en mi opinión son ejemplos de algo que cabría catalogarse de jazz de cámara, la improvisación está por lo general controlada pues en sus temas casi todo está escrito. No se trata de que no haya espacio para que cada instrumentista otorgue rienda suelta a su creatividad, como tiene que ocurrir en el jazz, pero eso sucede en determinados momentos de las piezas, en las que abundan pasajes concebidos al unísono o por voces, hermosas líneas melódicas con saltos a veces sorprendentes, y momentos en los que se emplean elementos repetitivos y en paulatino desarrollo, procedimiento típico del minimalismo.
De alguna forma, los rasgos antes apuntados los volvemos a encontrar en De todos los colores y también verde. No obstante, creo que de las distintas producciones fonográficas hechas por Aldo López-Gavilán esta es la que concede mayor espacio a la improvisación, si bien en ocasiones su pasión por las atmósferas y texturas de lo sinfónico también se hace presente.
Contentivo de nueve cortes, recomiendo prestar especial atención a las piezas Árboles, portada sonora del disco y donde interviene con un excelente solo el guitarrista invitado Jorge Luis Valdés «Chicoy»; Green Sky, con destaque para el saxofonista, el baterista y el mismo Aldo; Danza del dragón violeta, mi preferida de la grabación y que resulta una auténtica joya por su estructura morfológica y clásico ejemplo del estilo composicional de López-Gavilán; Caipiríñame, precioso bossa nova con la intervención de dos invitados, el repitente «Chicoy» a la guitarra y el clarinetista Alejandro Calzadilla; The Forgotten Tune, corte ideal para el lucimiento del bajista; y La jutía preguntona, trabajo colectivo de alto vuelo y sobresaliente desempeño tanto de Aldo desde el piano, como del saxofonista al interpretar la línea melódica del tema e improvisar.
Así, cuando arribamos a la última pieza del fonograma, o sea, Un cubano en Londres, hemos disfrutado de un disco delicioso en su factura, de esos que deleitan a los amantes de la música de corte propositivo, muestra de una activa escena lamentablemente no promovida entre nosotros como debiera ser y por la que se mueve una parte de los actuales músicos cubanos.