Los que soñamos por la oreja
Hace una semana, desde estas páginas me refería a las presentaciones que en Ciudad de La Habana estaba teniendo Luis Alberto Barbería. Sitios como el patio de la EGREM en San Miguel 410 entre Campanario y Lealtad, o el Piano Bar Tun Tun en Miramar, de inicio fueron escenarios propicios para reencontrarnos con este creador quien, si bien se le puede clasificar como un cantautor al componer, en el momento de interpretar se proyecta desde una estética mucho más abierta que la concebida para dicha estirpe de hacedores de canciones.
El momento cumbre del periplo de Luis Alberto por la capital se registró el pasado sábado, durante el concierto ofrecido por él en la sala teatro del Edificio Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes y para el que contó con la producción del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Afortunadamente, la función quedó grabada y quizá en un futuro cercano, después de que sea editado y masterizado como se debe, el material resultante de la presentación pueda difundirse en la radio y si soñamos un poco, hasta ser publicado en forma de fonograma.
Semejante esfuerzo valdría la pena de acometerse, porque Luis Alberto Barbería vive en la actualidad ese período en que el artista ha alcanzado plena madurez. En correspondencia con ello, a lo que se añade su explosiva personalidad, ser partícipe de una actuación suya es asistir a una suerte de huracán musical, que nos contagia a todos con su tremenda fuerza y energía positiva.
Dueño de una cancionística que desde los tiempos de la peña de 13 y 8 se ha centrado en el tema del amor, concebido —claro está— desde su acepción más amplia, Luis Alberto es alguien que como creador se encuentra muy influenciado por la música negra, ya sea norteamericana, cubana, brasileña o africana. Ello no significa que su fraseo al interpretar pierda ni un ápice de cubanía, ¡todo lo contrario!
Así, al escucharle nos damos cuenta de que Barbería ha aprendido y, lo que resulta aún de mayor importancia, aprehendido el estilo de numerosos cantantes de la música popular de nuestro país, tanto del pasado como del presente. A esto adiciona un peculiar timbre, signado por el tono grave de su voz y que él emplea sabiamente cual rara avis en el panorama actual de la música, pues existe el falso concepto de que cantar bien es solo hacerlo por los registros agudos.
Otro aspecto que distingue la proyección de Luis Alberto como singular intérprete es el dominio que registra al reproducir con la voz diferentes instrumentos de percusión (capacidad por la cual ha sido contratado en la condición de corista para gentes como Ketama), un elemento de mucha comunicación con el público durante las presentaciones y que además deviene instante donde hace gala de su conocimiento de los patrones rítmicos de la música cubana.
Igualmente, cuando uno escucha canciones como las compuestas e interpretadas por Barbería, corrobora la idea de que la música es el más perfecto idioma existente para la aspiración de unir culturas de todas partes. Con los temas de este creador se ejemplifica la afirmación de que es posible hablar con el ritmo y bailar con el alma, como han demostrado en conjunto los integrantes de Habana Abierta y otros muchos compatriotas suyos de generación y oficio, al entregarnos un tipo de cancionística en la que la palabra transmisora de pensamientos y el ritmo dirigido a hacer mover el cuerpo no se encuentran reñidos.
Por eso, uno siente que Luis Alberto es heredero de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Gerardo Alfonso..., pero también de Juan Formell y los Van Van, Los Latinos, Irakere, de brasileños como Caetano Veloso, Gilberto Gil y Djavan, o del soul y del funky estadounidense de la década de los años 70 del pasado siglo, con vivificantes influencias de gente de aquella época al estilo de Barry White, expresión cultural de esa Cuba plural, políglota, transterritorial y transnacional que día a día vamos edificando.
Al respecto, en la canción titulada Como soy cubano, Barbería es explícito cuando con total seguridad expresa: Como soy cubano te mezclo/ este funky blues con guaguancó. He ahí el camino para comprender por dónde va hoy el tan llevado y traído asunto de nuestra identidad.