Lecturas
Los periódicos no salían ese día —era primero de año— y las emisoras de radio y TV guardaban un inquietante silencio, solo rotos por vagos flashazos que aludían a «trascendentales acontecimientos», pero desde horas antes la noticia, como un rumor confuso, corría de puerta en puerta. Nadie sabía de dónde procedía, ninguno tenía detalles precisos, pero la gente estaba convencida de que el ansiado momento había llegado. Incapaz de resistir el empuje del Ejército Rebelde, el dictador Fulgencio Batista había huido del país. Lo daba a entender CMQ-Televisión con las notas del viejo danzón Se fue, que aquella mañana servían de fondo a sus transmisiones. «Se fue para no volver, se fue sin decir adiós…».
Pese a la censura de prensa se sabía que el ejército de la dictadura se desmoronaba a pasos agigantados; que el comandante Camilo Cienfuegos operaba victorioso en el norte de la provincia central de Las Villas; que la ciudad de Santa Clara era asediada por Che Guevara y que las columnas de Fidel, Raúl y Almeida se aprestaban a poner sitio a Santiago de Cuba, y de todos era conocido que la represión, que alcanzaba en las ciudades un ribete dantesco, lejos de paralizar, acrecentaba la rebeldía e inflamaba el patriotismo. La Habana y las urbes del interior del país eran ciudades muertas. Aun en Navidades, las calles lucieron vacías; la gente se refugiaba en el último rincón de sus viviendas para seguir las transmisiones de Radio Rebelde y el pueblo cumplía la consigna lanzada por el Movimiento 26 de Julio de las «O 3 C», es decir, cero compras, cero cena, cero cabarés.
A espaldas de la ciudadanía, que empezaba a sentir en los labios el sabor de su victoria, se tejía la traición en la ciudad militar de Columbia, sede del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas y baluarte principal de la dictadura. A fin de escamotearle el triunfo a la Revolución se constituía allí, en contubernio con el dictador en fuga, una junta cívico-militar que no tardaría en asfixiarse en su propia atmósfera mientras la calle se llenaba, poco a poco, de calor popular.
Los militantes del 26 de Julio, que hasta horas antes ocultaron celosamente su filiación, salieron a la calle con sus brazaletes y sus armas. Repicaron las campanas en las iglesias y ventanas y balcones exhibieron la bandera cubana y la enseña rojinegra del 26. Ya a las siete de la mañana el periodista Carlos Lechuga, del noticiero Tele Mundo, había roto con la circunspección de las informaciones dadas a conocer hasta entonces y que hablaban todavía del «Honorable Señor Presidente de la República» y llamaba a Batista ladrón y asesino, y poco después el noticiero del Canal 12, dirigido por Lisandro Otero, iniciaba un servicio informativo trascendental.
En una hilera interminable desfilaron ante las cámaras de la televisión madres que clamaban por sus hijos desaparecidos, muchachas que portaban retratos de sus hermanos adolescentes asesinados, hombres quebrantados por la tortura y el encierro que referían historias espeluznantes y acusaban públicamente a sus verdugos.
Desde Palma Soriano, ciudad cercana a Santiago de Cuba, el Comandante en Jefe Fidel Castro, a través de las ondas de Radio Rebelde, expresaba su determinación de no aceptar el alto el fuego decretado en Columbia, negaba reconocimiento a la junta cívico-militar y llamaba al pueblo a la huelga general revolucionaria. Horas después, ya en Santiago, muy tarde en la noche del 1ro. de enero, decía Fidel a los miles de santiagueros congregados frente al palacio municipal: «Si hay golpe militar de espaldas al pueblo, nuestra Revolución seguirá adelante. Esta vez no se frustrará la Revolución. Esta vez, por fortuna para Cuba, la Revolución llegará de verdad a su término».
Concluidas las palabras de Fidel, el Doctor Manuel Urrutia Lleó, propuesto por el Movimiento 26 de Julio desde los días de la Sierra Maestra como presidente provisional del Gobierno Revolucionario en Armas, prestó juramento como Presidente de la República y como tal se dirigió al pueblo antes de que una columna de tanques e infantería desfilara para rendir honores al Jefe de la Revolución y al Presidente.
¿Qué pasó en Cuba entre esa noche y la entrada de Fidel en La Habana, el 8?
El 2 de enero, Urrutia recibía a un emisario del Gobierno de Venezuela, primer país que reconocía al Gobierno Revolucionario cubano. Esa misma mañana la Jefatura del Mando Conjunto Revolucionario, conformada por el coronel José M. Rego Rubido, como jefe del Estado Mayor del Ejército derrocado, y el comandante Raúl Castro, como jefe de las fuerzas revolucionarías de la provincia de Oriente, ordenaba a los comerciantes, con vistas a la escasez de alimentos que ya empezaba a hacerse notar, que mantuvieran abiertos sus establecimientos y disponía el restablecimiento de los servicios públicos. Por otra parte, velando por la estricta observación de la tranquilidad ciudadana, ordenaba el acuartelamiento de las milicias y la retirada de las tropas rebeldes del perímetro urbano cuya custodia quedaría en manos de las fuerzas designadas por la superioridad. Asimismo se prohibía el uso de armas de fuego a toda persona ajena a las Fuerzas Conjuntas Revolucionarias, integradas por el Ejército, la Marina, la Policía y el Movimiento de Liberación.
Ese mismo día el presidente Urrutia declinaba a favor del Comandante en Jefe Fidel Castro la jefatura de las fuerzas de Tierra, Mar y Aire de la República, mando que, en virtud de la Constitución de 1940, correspondía al Primer Magistrado de la nación.
También el 2 de enero, pero en La Habana, el comandante Camilo Cienfuegos asumía la jefatura del campamento de Columbia, y el día 3 se dirigía en avión a la ciudad de Bayamo para comunicar a Fidel que había cumplido con la misión encomendada y recibir nuevas. Antes, Che Guevara, igualmente en La Habana, se había hecho cargo de la jefatura de la fortaleza de la Cabaña. Viajó, el 5, a Camagüey e informó a Fidel del cumplimiento de su misión y lo impuso de la delicada situación creada por el Directorio Revolucionario, otra de las organizaciones que se opuso a Batista, al tomar el Palacio Presidencial, el Capitolio, la Universidad y la base aérea de San Antonio de los Baños.
En horas de la tarde del 3 de enero prestaron juramento los ministros del primer gabinete de la Revolución. La ceremonia tuvo lugar en la biblioteca de la Universidad de Oriente, sede provisional del Gobierno. En una sala engalanada con las banderas de las naciones americanas, incluida la de Puerto Rico, y con la participación de revolucionarios dominicanos y haitianos y una representación de Venezuela, Urrutia anunció la decisión de Cuba de denunciar ante la ONU y la OEA la represión y la violación de los derechos humanos imperantes en República Dominicana, Paraguay, Nicaragua y Haití. Saludó a las personalidades extranjeras presentes y tomó juramento a los ministros para, enseguida, iniciar la primera sesión del Consejo.
El 4 de enero el Gobierno seguía sesionando en la Universidad hasta que en horas de la noche Fidel propuso que se trasladara a La Habana. En su viaje hacia la capital, el día 5, el avión que trasladaba al ejecutivo hizo escala en el aeropuerto de Camagüey, donde Fidel, el Che y Urrutia sostuvieron una larga charla en la que se designó a los titulares de los ministerios vacantes y se analizó la situación creada por el Directorio en la capital.
El comandante Camilo Cienfuegos esperaba al Gobierno en el aeropuerto de La Habana. Faltaban aún tres días para la entrada triunfal del Comandante en Jefe Fidel Castro en la capital. Así lo veremos la próxima semana.