Lecturas
Desde el 2 de diciembre pasado circula una emisión postal que rinde tributo de recordación, en sus cien años, a la Sociedad Pro Arte Musical, y con esta a su promotora, María Teresa García Montes de Giberga, cuyo retrato aparece en la estampilla. La cancelación del sello y del sobre del primer día estuvo a cargo de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso, tan ligada a Pro Arte en sus años de formación con las clases que allí impartía el bailarín ruso Nicolás Yavorky, que fueron decisivas en la formación de Fernando y Alberto Alonso y de la misma Alicia.
Sobre esa institución y su creadora escribía en 1949 el ensayista cubano Félix Lizaso:
«Aunque se habían realizado muy importantes esfuerzos en favor del arte musical, desde la Sociedad Filarmónica fundada en 1910 por el maestro Joaquín Nin hasta la Sociedad de Conciertos Clásicos de La Habana, dirigida por Juan Torroella, el gran impulso no surge hasta 1918 con la Sociedad Pro Arte Musical, obra de un gran espíritu que supo dar aliento al empeño y luchó después para engrandecerlo. Esa fue la obra de María Teresa García Montes de Giberga, que ha cumplido a maravillas el propósito que animó a su fundadora, secundada por un grupo de amigas entusiastas en una obra de propaganda y protección artística sin antecedentes entre nosotros. La Sociedad Pro Arte Musical ha dado a Cuba altísimo renombre; el esfuerzo de organización que lo ha presidido, sin decaimiento a través de los años, ha hecho posible que hayamos gozado del prestigio de una sociedad que nos honra por su importancia, a la vez que merece la gratitud del pueblo cubano, porque ha hecho posible presentar en Cuba a los más grandes artistas de fama universal».
Dijo el musicólogo Orlando Martínez en alusión a María Teresa García Montes de Giberga y su proyecto: «Un carácter, una obra, un ejemplo».
El 2 de diciembre de 1918, María Teresa García Montes de Giberga reunió a un grupo de amigas en su casa de 15 y D, en el Vedado. Quería hacerlas partícipes de una idea: crear una sociedad que promoviera y patrocinara acciones artísticas. María Teresa dio lectura al reglamento de la proyectada sociedad y se constituyó la junta directiva. Así nacía Pro Arte Musical.
Su propósito inicial era conseguir el compromiso de un grupo de personas para que compraran localidades para cada concierto de importancia que tuviera lugar en La Habana. Hubert de Blanck y Francisco Acosta solían traer artistas de renombre y la Sociedad quería que, mediante su gestión, se adquiriera el mayor número de entradas posibles a fin de asegurar el éxito económico de las presentaciones y evitar al artista la humillación de una sala vacía. Quería además la Sociedad fomentar el gusto y el interés por la buena música.
El éxito de la empresa fue lento pero sólido. Creció de manera ininterrumpida gracias a la seriedad, el depurado gusto artístico y la firmeza que caracterizaban a María Teresa García Montes de Giberga y a sus colaboradoras, y los conciertos que la Sociedad patrocinaba crecieron en número y calidad. Tenían por escenario a la sala Espadero, del conservatorio de De Blanck, y luego a los teatros Nacional y Payret.
Decidió María Teresa que Pro Arte funcionara como empresa y que asumiera por su cuenta y riesgo la organización de los conciertos.
En junio de 1919 se propuso un proyecto grandioso. Quiso que Pro Arte dispusiera de un teatro con todas las ventajas posibles de acústica y comodidad. Hubo algunos intentos fallidos, pero en junio de 1925 el proyecto comenzó a marchar en firme. Se adquirió, en Calzada y D, el terreno donde se construiría el edificio; una superficie de 2 211 metros cuadrados, a un costo de 80 000 pesos, de los que la mitad se pagó al contado, constituyéndose el resto en una hipoteca, que fue redimida totalmente en junio de 1927. En agosto siguiente se colocó la primera piedra. El proyecto estuvo a cargo de los arquitectos Moenck y Quintana y la ejecución de la obra de los ingenieros Albarrán y Bibal.
No pocas mansiones y grandes residencias se construyeron en El Vedado durante la llamada Danza de los Millones y después, sobre todo en 17, Línea, Paseo y G, todas con el mayor lujo y con proyectos de arquitectos cubanos, entre los que se destacan Leonardo Morales, José R. Franca, Jorge Luis Echarte, Rafecas y Toñarely, Raoul Otero, Eugenio Reyneri, Francisco Centurión y Rafael de Cárdenas. Los constructores preferidos eran Arellano y Mendoza y la Purdy and Henderson.
Eran mansiones casi siempre separadas de la calle y rodeadas de jardines en los que se colocan esculturas de mármol. Por lo general de dos plantas y terminaban a veces en una torrecilla. Contaban, en la planta baja, con un gran salón provisto de gruesas alfombras y pesados muebles, que se utilizará en muy contadas ocasiones; la biblioteca, con severas estanterías de caoba que guardaban libros que no siempre se leían; el comedor para 12 comensales, el pantry y la amplia cocina.
La planta alta llevaba una salita de estar que daba acceso a las habitaciones del matrimonio; una para él y otra para ella, seguida esta por el vestidor, espacio que la señora utilizaba además para recibir a la peluquera, la manicurista, etc. Esas habitaciones daban al frente de la casa y se abrían sobre un gran balcón o terraza. El baño intercalado entre ambas habitaciones era de grandes dimensiones y privilegiaba la bañadera, al tiempo que disimulaba el inodoro y el bidel. Las habitaciones del fondo, más pequeñas, se destinaban al resto de la familia y eventualmente a huéspedes, mientras que la servidumbre tenía las suyas por lo general en los altos del garaje.
Datan de esa época, siempre en El Vedado, el palacete del banquero Juan Gelats (1918), actual sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 17 y H, y en la misma esquina, pero transversal al de Gelats, el palacete de la familia Chibas, que luego de albergar a la funeraria Alfredo Fernández, se mantiene como casa de vecindad. Asimismo, la mansión del matrimonio Juan Pedro Baró-Catalina Lasa (1927), hoy Casa de la Amistad, en Paseo entre 17 y 19.
A la época corresponden, entre otras, las residencias de Gerardo Machado, en 27 entre L y M. La de Fernando Ortiz, en la esquina de 27 y L. Y las de Orestes Ferrara y José Manuel Cortina, ambas en las inmediaciones de la Universidad.
Es la etapa en que cobran fuerza los edificios de dos o tres plantas para alquilar, que comenzaron a construirse en La Habana a comienzos del siglo XX. En 1924 concluye la construcción del desaparecido edificio Alaska, en 23 y M, con dos cuerpos y cinco plantas, elevadores y apartamentos de dos y tres habitaciones. Tres años después se da por terminado, en 25 y G, el hotel de apartamentos Palace, con diez plantas y otras tres en la torre, primero de esa altura construido de hormigón armado en el país. Se construía el edificio de apartamentos de Paseo y 25, pero el ciclón de octubre del 26 retorció su estructura de acero. El hotel de lujo de 19 y 8. De 1930 es el hotel Nacional.
El teatro Auditórium fue concluido en noviembre de 1928. El 22 de ese mes, día de Santa Cecilia, patrona de la música, monseñor Manuel Arteaga bendijo el edificio. El Club Rotario de La Habana le otorgó a la obra el Primer Premio del Concurso de Fachadas. El 28 de diciembre del mismo 1928 se inauguró el teatro.
Fue un gran concierto de gala que se dedicó a María Teresa García Montes de Giberga. Figuraron en el programa la Orquesta Sinfónica de La Habana, conducida por Gonzalo Roig. El pianista José Echaniz. La soprano Natalia Aróstegui y un coro de cien voces. Se estrenó el poema Anacaona, para solista, coro y orquesta, de Eduardo Sánchez de Fuentes. El presidente Machado, con toda su familia, asistió a la función. Ese mismo día el mandatario dejaba inaugurado el ya aludido hotel Presidente; abrió su puerta principal con una llave de oro.
El Auditórium es un edificio de tres pisos. Cuenta con capacidad para 2 500 personas sentadas. Una de las mejores acústicas del mundo. En el teatro radicaba asimismo la casa social de Pro Arte Musical, con un elegante salón de recibo, salón de conferencias y actos varios, biblioteca, salón de juntas y oficinas.
Después del triunfo de la Revolución se dio al teatro el nombre del gran músico cubano Amadeo Roldán. No se perdió sin embargo el nombre original y se le llama teatro Auditórium Amadeo Roldán.
El 30 de junio de 1977 un incendio provocado de manera intencional silenció la emblemática instalación. Tras un largo período de restauración se reinauguró el 10 de abril de 1999. Ahora el edificio se repara de nuevo.
María Teresa García Montes de Giberga nació en La Habana, el 23 de junio de 1880. Era una buena soprano lírica, dominaba la técnica de la pintura y hablaba cuatro idiomas. Dirigió hasta su muerte la revista Pro Arte Musical.
Enfermó en 1930. Una anemia profunda aconsejó su traslado a EE. UU. Los médicos pensaron que podía mejorar en las montañas de Stanford. No hubo mejoría. Pasó a Nueva York en septiembre y murió en esa ciudad el 10 de octubre.
El cadáver llegó a La Habana el día 14. En la casilla de pasajeros de los muelles del Arsenal se expuso el ataúd y durante unos 30 minutos la multitud le rindió homenaje. El cortejo fúnebre salió de los muelles a las cuatro de la tarde. La calle Calzada estaba ocupada por filas compactas de personas. Se detuvo el cortejo frente al Auditórium y los miembros de Pro Arte depositaron sobre el ataúd sencillos ramos de flores. En el cementerio lo esperaba una gran concurrencia. La Habana le agradecía su obra.
(Fuentes: Textos de Juan de las Cuevas y José Manuel González)