Lecturas
Esta es una historia real que parece de ficción. Un relato de hechos reales que alguien podría suponer imaginados. Lo de Antonio López Camero parece cosa de película. Quizá llegara a pensar que tenía siete vidas. Durante la dictadura batistiana, esbirros del sanguinario Esteban Ventura Novo lo dieron por muerto en tres ocasiones y en las tres se equivocaron. Dos de ellas, cuando lo arrojaron desde lo alto del Paso Superior, y la otra, cuando, destrozado por la tortura, lo tiraron al río Jaimanitas.
Apresado de nuevo, López Camero fue sometido, durante 22 noches consecutivas, a suplicios indescriptibles en los sótanos de la Novena Estación de Policía antes de que se le remitiera a la Cárcel de La Habana, con sede en el Castillo del Príncipe y de allí salió al desplomarse la dictadura.
De pronto, la alegría de la libertad. El júbilo por la caída del régimen batistiano y la victoria de las huestes rebeldes. Salió del Príncipe con el resto de los presos el 1ro. de enero. Pero Antonio López Camero no llegó vivo a su casa. El día 2 se vio envuelto en un tiroteo casual y murió de una bala que no era para él, pero que esa vez le tocó.
A ese joven combatiente revolucionario aludimos de pasada en la página del 5 de abril de 2009. Ahora el escribidor reconstruye su breve biografía gracias al libro de Bernardo Granado Sosa recién publicado por la Editorial Capitán San Luis, de La Habana. Su título Cholo y Noel; Historias de la clandestinidad. Cholo era el sobrenombre que familiares y amigos deban a López Camero.
López Camero nació en Aguada de Pasajeros, antigua provincia de Las Villas, el 12 de junio de 1926, y su niñez estuvo marcada por los rigores del desamparo y la pobreza. A los 13 años está ya en La Habana al cuidado de una hermana que alterna períodos de desempleo con trabajo ocasionales y que vive, como puede, hoy en La Timba y mañana en La Pelusa, zonas marginales del Vedado. Tiene 18 años cuando consigue empleo en la fábrica de dulces El Palmar, en Carlos III esquina a Pozos Dulces, y allí se sumió en la lucha sindical. Luego, ya con 22 años de edad, consigue una plaza de conductor de tranvías en el paradero de El Príncipe, en Carlos III y Boyeros. Testimonios recogidos por Granado Sosa hablan del carisma de López Camero y de la seriedad y disciplina de las que daba muestra y que le granjeaban el respeto y la admiración de todos.
Milita en la Acción Revolucionaria Guiteras (ARG) liderada por Jesús González Cartas, «El Extraño», y que, profundamente anticomunista, se proclama heredera del ejemplo del mártir de El Morrillo. Pretende dicha organización defender los intereses de los trabajadores, pero, expresión del gatillo alegre, deriva hacia actos gansteriles y de extorsión en busca de financiamiento, mientras estrecha vínculos con el gobierno de Carlos Prío que la nutre con «botellas». Tiene López Camero fuertes enemigos entre los seguidores de Rolando Masferrer que en una ocasión lo golpean hasta darlo por muerto. Desencantado de la ARG, abandona esa organización
Llega así el golpe de Estado de 1952 y López Camero logra paralizar el paradero de El Príncipe e intenta el paro de todo el transporte público en la capital hasta que el sindicato del ramo orienta la reanudación de las labores. La Policía lo detiene y amenaza de muerte. Busca apoyo en su lucha contra Batista y funda al fin la Acción Juvenil Revolucionaria (AJR) con el fin de sabotear los ómnibus y hacer pintadas en las paredes contra el régimen. Protestan los guagüeros por la suspensión del subsidio con que el gobierno apoya el transporte y Batista militariza los paraderos, lo que ocasiona el despido de numerosos empleados, entre ellos López Camero. Protesta. Detenido, es golpeado salvajemente y remitido al Castillo del Príncipe. Hace, al quedar en libertad, prácticas de tiro en la Universidad de La Habana. Rechaza la propuesta de Aureliano Sánchez Arango para que se vincule a la Triple A y con su AJR se integra a la Organización Auténtica (OA) del expresidente Carlos Prío.
A fines de 1953 es objeto de una nueva detención. Más que tal, es un secuestro. Pasa desaparecido más de 20 días. Lo abandonan en el yerbazal que cubría el área donde se edificaría el Teatro Nacional en la ya proyectada Plaza Cívica o de la República. Amordazado y con las manos atadas, logra, como puede, caminar hasta su casa. Los golpes que recibió son de tal magnitud que se impone su hospitalización. Recuperado, pasa al clandestinaje.
Hay por parte de la OA una siempre pospuesta acción contundente contra Batista. Se proyecta un asalto en grande al Palacio Presidencial y López Camero asiste a las reuniones que con tal propósito se hacen en la casa de Miguel Suárez Fernández, expresidente del Senado, pero las armas con que se efectuaría el ataque y que guarda Paquito Cayrol son ocupadas por la Policía.
Lo desparecen de nuevo. Queda en manos de policías al mando del todavía teniente Esteban Ventura que, inconsciente, lo lanzan desde el puente al río Jaimanitas. El contacto con el agua le hace recobrar el sentido y manando abundante sangre logra nadar hasta la orilla. Aida Pelayo, del Frente Cívico de Mujeres Martianas, con quien López Camero hace contacto telefónico, moviliza a familiares y amigos que lo internan en el hospital Calixto García, donde lo visitan estudiantes universitarios, autobuseros y afiliadas a las Mujeres Martianas. Se decide su asilo y lo consiguen, no sin grandes esfuerzos, en la embajada mexicana. Acababan las Mujeres Martianas de sacarlo del hospital con destino a la sede diplomática de Línea y A, cuando entró Ventura para llevárselo de nuevo.
Acogido a la ley de amnistía, regresa a La Habana en 1955 y consigue empleo como conductor en la Ruta 19, pero no pierde sus contactos con la OA que, con el concurso de elementos del Ejército, planea otra vez el asalto al Palacio Presidencial, que sería bombardeado con morteros desde un edificio sito en Empedrado entre Aguacate y Villegas. La acción que se llevaría a cabo el 5 de agosto de ese año, se suspendió al caer en poder de las fuerzas represivas las armas escondidas en Santa Marta y Lindero y en Ayestarán 622 y ser apresado un grupo numeroso de hombres. En esta acción, López Camero tiene a su cargo las armas guardadas en el cabaret La Campana, en Infanta y Manglar.
Se siente decepcionado con la dirigencia de la OA. Comenta con sus íntimos que a la OA le capturan siempre las armas sin que llegue a materializar acción alguna y expone su propósito de integrarse al Movimiento 26 de Julio.
Lo detiene el Servicio de Inteligencia Militar y de la golpiza sale con las muñecas fracturadas. Hay otra detención el 8 de febrero de 1956. Lo golpean con saña y le propinan un punzonazo antes de lanzarlo desde lo alto del Paso Superior. Descubierto por un grupo de muchachos, que lo cree muerto, es conducido otra vez al Calixto García.
Su accionar contra la dictadura se multiplica a lo largo de 1957. Dos de los esbirros más sanguinarios del batistato, el teniente coronel Lutgardo Martín Pérez, jefe de la Radio Motorizada, y el coronel Conrado Carratalá, jefe de Dirección de la Policía Nacional, lo buscan y detienen en su escondite de La Pelusa. Pasa desaparecido no pocos días. Un mes después vuelven a detenerlo. Queda en libertad pendiente de juicio, pero en septiembre lo detienen de nuevo cuando esperaba la orden de tomar la Radio Motorizada. López Camero protege la retirada de sus compañeros, entre ellos dos sujetos que luego traicionaron al Movimiento y se convertirían en delatores implacables e incluso torturadores. Es herido a sedal en la cabeza, pero logra escapar. En noviembre su grupo participa en la elaboración y colocación de más de cien bombas en La Habana.
En mayo de 1958 Ventura detiene a la esposa y a la hija de López Camero en el intento de hacerles confesar su paradero. Nada consigue. Ese mismo mes, cuando el combatiente visitaba a su madre enferma, la casa es rodeada por ocho perseguidoras. Un asesino que respondía al apodo de «ciclón» saca a López Camero sin camisa ni zapatos a la calle. La madre que corre hacia el hijo para entregarle la ropa, es lanzada al suelo y maltratada por los agentes.
Nuevo recurso de habeas corpus. No queda más alternativa que la de sacar a López Camero de la Isla, y las Mujeres Martianas vuelven a gestionarle asilo en la embajada de México. Lo visita Ariel Lima que había traicionado el Movimiento y se había puesto a las órdenes del ya teniente coronel Esteba Ventura. López Camero le revela que se asilaría al día siguiente. No llegaría a hacerlo. Al amanecer, la Policía se hacía presente en la Pelusa. López Camero no pudo defenderse porque su hija se le abrazó asustada. Para no variar, Ventura lo torturó hasta que se convenció de que aquel hombre no diría una sola palabra. Había sido torturado tan salvajemente a lo largo de tanto años que los desvanecimientos y los fuertes dolores de cabeza apenas le daban tregua en la prisión, donde, sin embargo, siguió siendo el mismo hombre entero de siempre, con fuerzas suficientes aún para aglutinar a los revolucionarios presos, fuera cual fuera la organización a la que pertenecieran.
El 1ro. de enero de 1959, al saberse de la fuga de Batista, los presos políticos ocupan la armería de la prisión y se reparten las armas. Junto con David Salvador parte López Camero a ocupar la CTC. No hay armas en la Universidad y las busca en el Palacio de Justicia, actual Palacio de la Revolución. Aldo Vera, autonombrado Jefe de la Policía, le ordena ocupar la jefatura de la Radio Motorizada; lo ejecuta con éxito. Toma asimismo la sede del Buró de Investigaciones y se enfrenta al grupo de manferreristas refugiado en la Manzana de Gómez. En la tarde del día 2 Vera le pide que lo procure en la jefatura de la Policía Nacional y allá se dirigió en compañía de dos combatientes. Al pasar por 23 y N, en el Vedado, el carro en que viajaban fue tiroteado quizá por una confusión en la contraseña que permitiría el paso. López Camero y uno de sus acompañantes resultaron muertos, y herido el otro. Había en la calle demasiada gente armada ese día.