Lecturas
El edificio, cada vez más deteriorado, que ocupó el hotel La Unión, es, desde hace décadas, una casa de vecindad. Se ubica en la esquina de Cuba y Amargura y fue, en su momento, lo que se llamaba «un hotel decente». Lo utilizaban por lo general recién casados venidos de provincia, viajantes de comercio, hombres de negocios del interior que hacían sus gestiones en La Habana, viudas de hacendados ricos y españoles en tránsito hacia México. Una buena edificación de cinco plantas, en chaflán, con 150 habitaciones y 150 baños.
La Institución Hispanocubana de Cultura, fundada y presidida por Fernando Ortiz y que propiciaba el acercamiento entre intelectuales de Hispanoamérica, alojaba allí a todos sus invitados. De ahí que el poeta español Federico García Lorca, invitado por don Fernando, pasara en La Unión gran parte de su estancia habanera, entre el 7 de marzo y el 12 de junio de 1930.
De acuerdo con don Fernando, el autor de Romancero gitano impartiría cinco conferencias en La Habana, todas en el ya desaparecido Teatro Principal de la Comedia, en Zulueta y Ánimas, un espacio que luego de demolido el coliseo, se destinó a parqueo de automóviles y está ocupado ahora por la piscina y áreas de recreo del hotel Sevilla.
En el hotel La Unión, Lorca concibió y escribió su obra más controvertida y original. En efecto, la versión hoy conocida de El Público, título de la pieza en cuestión, está escrita en papel timbrado de esta instalación habanera, donde revisó sus poemas de Nueva York, trabajó en las versiones de La zapatera prodigiosa y Así que pasen cinco años, y escribió su poema dedicado a la Isla: Son de negros en Cuba, aunque más conocido como iré a Santiago.
Babe Ruth era la verdadera atracción del béisbol. Había propinado 54 jonrones en la Liga Americana cuando el empresario cubano Abel Marrero lo trajo a Cuba con intención de levantar el interés por ese deporte en la Isla. Corría el mes de octubre de 1920, cuando contrató a los Gigantes, un equipo de Grandes Ligas, para una serie de 20 juegos con los clubes Habana y Almendares. A los Gigantes les sumó a Babe Ruth como una atracción más. Ganaría 2 000 dólares por encuentro.
Cuando el estelar jonronero llegó a Cuba, ya los topes habían comenzado, por lo que debía participar en nueve encuentros. De ellos, uno se suspendió. Se jugaba entonces en el Almendares Park, situado en el área que ocupa la Terminal de Ómnibus de La Habana. Los partidos se celebraban a la luz del día. No había iluminación en el estadio para juegos nocturnos, y los encuentros de béisbol tenían lugar por las mañanas (el horario menos favorecido), porque las tardes se destinaban al fútbol. El 30 de octubre Babe debutó en el Almendares Park.
Babe Ruth, dice el cronista Elio Menéndez al retomar fuentes de la época, decepcionó a los habaneros. Solo logró conectar dos jonrones. Bateó para 345. Cronistas de entonces explicaban que los lanzadores, temerosos del poder de Babe, lo trabajaban con bolas malas, y que él, con la ilusión de complacer al público, les tiraba a todas.
Hubo juegos peores que otros, como el quinto encuentro, el 6 de noviembre de 1920. Cristóbal Torrente, un negro cienfueguero, conectó tres jonrones en el juego, y Babe no pudo batear imparable alguno a Isidro Fabré, «el Catalán». Pero al final, Babe cobró los 2 000 dólares convenidos, y Torrente 200 pesos, que sus compañeros le recolectaron al pasar la gorra entre la fanaticada.
Se dice que cuando los periodistas fueron a entrevistarlo, Torrente les dijo:
—No, a mí no. Entrevístenlo a él, que es la estrella y está de paso. Nosotros podemos conversar otro día cualquiera.
Terminados los encuentros en La Habana, fue invitado a jugar en Santiago de Cuba. Al efecto se constituyó una novena, a la que se le dio el nombre de Estrellas de Babe Ruth. Se jugarían solo dos juegos. Pero el primero de ellos fue fatal para el norteamericano y su equipo. Pablo Guillén lo ponchó tres veces y dio lechada a los contrarios.
Todo lo que ganó en La Habana, y más también, lo perdió en el frontón jai alai y en el hipódromo Oriental Park. En el hotel Casagranda, de Santiago, gastó una fortuna en los dados.
Pero Babe se sentía encantado en Cuba e insistió en quedarse por más tiempo. Pero de una opinión muy distinta fueron su esposa y el representante que lo acompañaban.
En La Habana, Babe se había alojado en la habitación 216 del Hotel Plaza.
El origen del campamento militar de Columbia, en Marianao, hay que buscarlo en los días de la primera intervención militar norteamericana en la Isla. Allí se asentaron soldados provenientes del estado yanqui de Columbia, y ese nombre se perpetuó cuando el lugar, abandonado por el ejército de ocupación, pasó a ser ocupado por el ejército cubano.
Por ser hijo de un coronel del ejército, en Columbia nació el gran poeta y novelista cubano José Lezama Lima, cuya famosa novela Paradiso transcurre en parte en esa instalación militar.
Tras la caída de Machado, allí se estableció el Estado Mayor del Ejército, radicado hasta entonces en el castillo de La Fuerza. Fue durante muchos años el verdadero centro del poder en Cuba. Desde allí el coronel Batista puso y quitó presidentes a su antojo entre 1933 y 1940, en su etapa de jefe del Ejército, que antecedió a su elección como presidente de la República. Y fue escenario de los golpes de Estado del 4 de septiembre de 1933 y del 10 de marzo de 1952, protagonizados por Batista, y también de la democión del presidente Grau, en enero de 1934.
El dictador Batista convirtió el viejo campamento de barracas de madera en una instalación moderna y la dotó de casas confortables para la oficialidad, hospital y espacios para la recreación. Surgía así la Ciudad Militar de Columbia, que albergaba a más de 6 000 aforados y daba asiento a la División de Infantería Alejandro Rodríguez y al Regimiento Mixto de Tanques 10 de Marzo, el pollo del arroz con pollo del Ejército cubano.
El 1ro. de enero de 1959 triunfa la Revolución, y el 2 el legendario comandante rebelde Camilo Cienfuegos entra en la Ciudad Militar y asume su mando sin disparar un tiro. En la noche del 8 de enero, el Comandante en Jefe Fidel Castro pronuncia allí un discurso memorable.
El 14 de septiembre del mismo año, entregan la instalación, llamada ya Ciudad Libertad, al Ministerio de Educación.
En Compostela esquina a Acosta, el Arco, que puede considerarse una curiosidad en La Habana Vieja y en general en toda la ciudad, es parte del viejo convento de Belén. El narrador Miguel Collazo lo situó en la literatura con una obra que lleva precisamente ese título y distingue el barrio judío habanero. Cerca del Arco abre sus puertas una importante sinagoga y hasta hace poco tiempo la carnicería judía. También el restaurante Moische Pípik, en Acosta 211, cerrado desde hace mucho tiempo y que se reputaba como la mejor cocina judía de La Habana, y el café de Boris Kalmanovich, en Compostela, establecimiento célebre por razones trágicas.
A fines del siglo XVII el obispo Diego Avelino de Compostela funda una iglesia y convento en la calle que luego se llamaría Compostela. Se ubica exactamente entre las calles Luz y Acosta. El convento sería refugio de convalecientes. En 1704 la instalación fue ocupada por los padres belemitas, que continuaron ocupándose de la atención a los enfermos y crearon un colegio gratuito para dar instrucción a 500 niños. En 1742 el gobierno colonial desalojó a los frailes y convirtió el inmueble en oficina. Dos años más tarde lo ocuparon los padres jesuitas, quienes ubicaron allí su colegio y fundaron, en 1858, el Real Observatorio del Colegio de Belén, que llegaría a ser el centro meteorológico, geomagnético, sísmico y astronómico más importante de la zona intertropical del planeta durante la segunda mitad del siglo XIX.
En 1925 los jesuitas se trasladaron para una nueva instalación en Marianao y, con los años, Fidel Castro cursaría estudios en su escuela, el muy famoso Colegio de Belén.
El viejo convento fue ocupado por dependencias gubernamentales y allí radicó el Ministerio de Gobernación (Interior) hasta después del triunfo de la Revolución.
Restaurado con esmero por la Oficina del Historiador de la Ciudad, el edificio es desde 1997 centro de un amplio programa de beneficio social para niños y adultos de la comunidad.
En el hospital habanero América Arias, conocido comúnmente como Maternidad de Línea, hay una sala que lleva el nombre de uno de los grandes periodistas cubanos. Recordado también como el introductor en Cuba del Día de las Madres, Víctor Muñoz fue un cronista proteico e incansable, dueño de una vena humorística extraordinaria y que reseñaba los juegos de béisbol entre Cuba y los EE. UU. como una competición en la que la naciente República justificaba su derecho a la vida y alentaba el triunfo cubano como una cuestión de soberanía nacional. Creó lo que Manuel Sanguily llamó «la jerga de la pelota», que muchas décadas después de muerto Muñoz seguían utilizando los cronistas deportivos y los fanáticos del béisbol y del jai alai.
En contra de la opinión generalizada, Muñoz no fue en sus inicios cronista deportivo, sino reportero y traductor. Luego hizo famoso el seudónimo de Attaché con sus crónicas publicadas bajo el rubro de Junto al Capitolio. Por sus conocimientos de la realidad norteamericana, los lectores pensaban que ese Capitolio era el de Washington, desde donde el periodista mandaba sus despachos. En verdad, Muñoz se nutría de la información que le proporcionaban periódicos y revistas de EE. UU. y que sabía valorar con acierto. Como era muy gordo y sudaba a mares, el director le habilitó un local en la azotea de El Mundo, donde escribía en calzoncillos.
Murió en Nueva York, el 30 de julio de 1922. Sobre él escribió Enrique José Varona: «Su fisonomía era tan plácida como excelente su corazón, como flexible su talento, como sutil su ingenio. Fue un hombre de buen humor, que no puso hiel ninguna en sus cuadros policromados de la vida coetánea».
No olvidemos el nombre de este grande del periodismo cubano.
La columna de granito, ubicada en Línea y L, en El Vedado, se eleva sobre una base del mismo material, que lleva inscripciones en su cara anterior. Tiene ocho metros de altura, una base de un metro de altura y 1,10 metros de diámetro en su parte más ancha. La cima de la columna es de granito pulido a brillo de espejo, y tanto la cima como la base lucen anillos de bronce. Perpetúa la memoria de los combatientes chinos que pelearon en las dos guerras por la independencia, la de 1868-1878 y la de 1895-1898. Fue costeado por la colonia china por conducto de la Legación de ese país en La Habana. De ellos dijo el mayor general Máximo Gómez: «No hubo un chino cubano traidor. No hubo un chino cubano desertor».