Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Bajo el signo de la urgencia

Corre el año de 1879 y José Martí, de vuelta del destierro, asombra a sus compatriotas con sus cualidades oratorias. Muere el poeta Alfredo Torroella, a quien Martí conoció en México, y en el sepelio y en un acto posterior interviene de manera que llama la atención de los asistentes. Es una oratoria diferente a la habitual. En un tiempo en que todavía se alude al país o a la Isla, Martí habla de patria; «patria ceñuda y de lauros enlutados». Es una elocuencia nerviosa, brillante, difícil, embriagadora. La voz del orador, melodiosa, tan pronto vibra de energía como se vela con sordos acentos elegiacos. Finaliza el discurso, el público estalla en una ovación tenaz y Martí es sacado de la tribuna entre abrazos.

El éxito es mayor con el discurso que pronuncia en el banquete que un grupo de cubanos de ideas reformistas ofrece a un destacado periodista. El tono y la intención de Martí sorprenden a los señores de la presidencia del homenaje, gente cauta y remisa a la independencia. Martí exalta la hombría pública del agasajado y sentencia: «El hombre que clama vale más que el que suplica… los derechos se toman, no se piden, se arrancan, no se mendigan…» y hace que los comensales queden sin aliento cuando dice que si la política liberal cubana ha de procurar el planteamiento y la solución radical de los problemas todos del país, «por soberbia, por digna, por enérgica, yo brindo por la política cubana. Pero si no es así, si no se llega a soluciones inmediatas, definidas y concretas, si más que voces de la patria hemos de ser disfraces de nosotros mismos… entonces, quiebro mi copa: ¡no brindo por la política cubana!».

Una hora después, el capitán general Ramón Blanco y Erenas, marqués de Peña Plata, sabe de lo acontecido en el banquete y del discurso de Martí. ¿Martí? ¿Quién es Martí?, pregunta. Lo sabrá pronto porque al día siguiente el Liceo de Guanabacoa celebrará una velada en honor del violinista cubano Díaz Albertini, que regresó del exterior cargado de gloria, y Martí, «el tal Martí», será uno de los oradores. A Guanabacoa se va el gobernador. Tras el fin de la Guerra de los Diez Años y en medio de una «incompleta libertad conquistada, de nadie recibida», quiere la máxima autoridad de la Isla congraciarse con el elemento intelectual cubano.

Poco importa a Martí la presencia del Capitán General. Cuando alude a la patria y al porvenir de Cuba, todos los que lo escuchan saben lo que quiere decir. No puede Blanco soportar el discurso hasta el final. Se pone de pie y, lleno de dignidad y cargado de condecoraciones, abandona el salón. Comenta: «No quiero recordar lo que he oído y no concebí nunca que se dijera delante de mí, representante del gobierno español. Voy a pensar que Martí es un loco, pero un loco peligroso».

Bolívar, padre americano

Ese «loco peligroso» tiene entonces 26 años de edad. Cuando tenía 17 fue acusado del delito de «infidencia» y un consejo de guerra lo condenó a seis años de trabajos forzados que, pelado al rape y con un grillete fijado en su pierna derecha, debía cumplir en las canteras de San Lázaro. Es menor de edad y la madre pide indulgencia al Gobernador, y el padre solicita al arrendatario de las canteras que interceda con las autoridades a favor de su hijo. Tienen éxito las súplicas y el penado 113 es «relegado» a Isla de Pinos, «sujeto a domicilio forzoso». Otra vez escribe la madre al Capitán General. Pide ahora que su hijo sea trasladado a la Península a fin de que «pueda continuar su carrera y proporcionar algún alivio a su pobre familia».

No pierde Martí el tiempo en España. Matricula —enseñanza libre— la carrera de Derecho en la Universidad de Madrid. Lee como un endemoniado y escribe para los periódicos. Quiere que se conozcan los horrores del presidio político en Cuba. Precisamente ese es el título del opúsculo que da a conocer al respecto y que revela al gran prosista que era ya y pone de manifiesto el estoicismo que lo caracterizará hasta el final de su vida. Dice: «Sufrir es gozar más, es verdaderamente vivir». Se pone al servicio de la Junta Revolucionaria radicada en Nueva York. Prosigue estudios en la Universidad de Zaragoza, se licencia en Derecho e inicia la carrera de Filosofía y Letras y la concluye de manera satisfactoria. Conoce a Víctor Hugo en París. Regresa a América. En México trabaja como periodista. Es maestro en Guatemala.

Vuelve a Cuba tras siete años de exilio. Contrajo matrimonio en México y quiere asegurar el porvenir de su familia, y fortificarse también para la lucha futura. La Guerra Grande ha terminado, pero el espíritu de independencia no ha muerto. Analiza los errores del movimiento revolucionario. Conspira y aprovecha los resquicios legales para exaltar públicamente los valores nacionales y combatir el autonomismo. Es tal su actividad pública y clandestina que el Comité Revolucionario de Nueva York lo nombra su subdelegado en La Habana. No será por mucho tiempo. Lo apresan y lo obligan a salir de nuevo del país.

Transcurre en Cuba la Guerra Chiquita, que no demora en concluir, y Martí, en Nueva York, asume con carácter interino la presidencia del Comité Revolucionario. Hombres de la agencia de detectives Pinkerton, por orden de España, lo vigilan día y noche.

Llega a Caracas y sin sacudirse el polvo del camino ni preguntar dónde se come y se bebe, se encamina al monumento a Bolívar y rinde tributo a quien considera «el padre americano». Colabora en la prensa e inicia la publicación de la Revista Venezolana. Sus desavenencias con el Presidente de esa República lo obligan a salir del país.

Tampa y Cayo Hueso

Llega otra vez a Nueva York para comenzar una fructífera carrera periodística que lo hace conocido en toda la América española pues sus correspondencias para La Nación, de Buenos Aires; El Partido Liberal, de México, y La Opinión Nacional, de Caracas, son reproducidas por más de 20 diarios del continente. Asume en la ciudad la representación consular de Argentina, Paraguay y Uruguay, y representa al Gobierno de ese país en la Conferencia Monetaria Internacional.

Escribir fue para él un modo de servir. Era un ensayista, un cronista, un orador, es decir, un fragmentario. Sus cartas ocupan varios volúmenes de sus Obras Completas. De cualquier manera es un lujo del idioma. Dio a conocer varias obras de teatro; una novela, Amistad funesta, que apareció por entregas y dos poemarios: Ismaelillo y Versos sencillos. Otros títulos suyos, Versos libres y Flores del destierro, no llegó a publicarlos. Versos sencillos (1891) pone fin a la labor literaria y periodística del proscrito. Dice en el prólogo que escribió esos poemas después de finalizada la Conferencia Internacional Americana, en Washington, en que se desenvolvieron sutiles maniobras norteamericanas contra América Latina, manejos que él mismo desentrañó en sus crónicas para La Nación. Renuncia a sus cargos consulares y a cuanto interfiera en su propósito de organizar la Revolución en Cuba, la guerra que él llama «justa y necesaria».

Desde el fracaso de la Guerra Chiquita, Martí ha estado al tanto de todo empeño razonable de reanudar la lucha. Gana en el exilio, sobre todo a partir de 1887, una autoridad rectora que supera lo meramente político.

A partir de ahí vive bajo el signo de la urgencia. Recorre los centros de emigrados, escribe cartas, pronuncia discursos. Dos piezas magistrales de entonces son el discurso conocido como Con todos y para el bien de todos, que pronuncia en Tampa, y Los pinos nuevos, en Cayo Hueso. Trata de forjar una unidad estrecha entre blancos y negros, ricos y pobres, veteranos y jóvenes patriotas.

Montecristi

El periódico Patria es el órgano del Partido Revolucionario Cubano y José Martí el delegado de esa organización política. Se reúne con compatriotas que viven en Santo Domingo, Jamaica, Costa Rica y México. Prepara una expedición que llevará a Cuba a hombres y pertrechos de guerra, pero una delación hace que el Gobierno norteamericano ocupe los tres barcos que la transportarían. No lo arredra el fracaso del Plan de Fernandina, llamado así por el puerto norteamericano desde donde saldrían los barcos. Hace llegar a Cuba la orden de alzamiento y fija la fecha en que se iniciará la contienda. El 24 de febrero de 1895 daría inicio la llamada Guerra de Independencia. Sale de Nueva York el Delegado con destino a Santo Domingo.

El 25 de marzo firma, junto al mayor general Máximo Gómez, que asumirá la jefatura del Ejército Libertador, el Manifiesto de Montecristi, En su letra se reconoce que la guerra que comienza es continuación de las contiendas anteriores por la independencia de Cuba. Aborda el tema racial y define «el miedo al negro», que enarbolan algunos, como el miedo a la Revolución. Y asegura que la guerra no es contra el español, que en el seguro de sus hijos y en el acatamiento a la Patria que se ganen, podrá gozar, respetado y aun amado, de la libertad que solo arrollará los que le salgan, imprevisores, al camino.

La guerra ya ha estallado en Cuba. Su valioso epistolario llega a su clímax con las cartas que escribe en esos días. Dice en la que dirige a su madre: «Usted se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida, y ¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio?». Y a su «niña» María Mantilla: «Tengo la vida a un lado y la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas».

Al fin, junto con Máximo Gómez y cuatro hombres más, puede llegar a Cuba. Desembarcan en la región oriental. Avanza el pequeño grupo entre maniguazos y pedregales. El consejo de jefes le confiere el grado de Mayor General del Ejército Libertador y de un abrazo —escribía Martí— igualaban mi pobre vida a las de sus diez años de lucha. El 5 de mayo Gómez y Martí se reúnen con el mayor general Antonio Maceo en la finca La Mejorana. Hay discrepancias. Maceo no está de acuerdo con el carácter civil que se quiere imprimir al Gobierno de la República en Armas, aunque la idea de realizar la invasión a Occidente es compartida por los tres jefes.

Pasan los días. El 19 de mayo, en Dos Ríos, la tropa mambisa mandada por Gómez hace frente a una tropa española. Pese a las advertencias del General en Jefe de que permanezca en el campamento, Martí sale al campo, con su ayudante. Al parecer, se lanzó al galope contra las líneas españolas hasta quedar unos 50 metros a la derecha y delante del general Gómez, donde ambos jinetes fueron blanco fácil de la avanzada contraria, oculta entre la hierba. Las balas se ceban en el cuerpo de José Martí, que se desploma.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.