Lecturas
Se escucha decir a menudo que Cuba fue uno de los primeros países del mundo en lo que a la instalación del ferrocarril se refiere. Es cierto, como también lo es que fuimos la segunda nación del continente americano, después de Estados Unidos, en contar con el servicio de barcos de vapor. Lo que muchas personas no tienen claro a veces es cuántos y qué países nos antecedieron en lo que al emplazamiento ferroviario se refiere.
¿El tercer lugar? ¿El cuarto acaso? Nada de eso. Nos corresponde una digna sexta posición que compartimos con Rusia. Cuando el ferrocarril se instaló en la Isla, en 1837, ya se conocía en Inglaterra (1825), Estados Unidos (1828), Francia (1832) y Bélgica y Alemania, en 1835. En 1838 llegaría a Austria y un año más tarde a Holanda e Italia.
En lo que toca a Iberoamérica, sí ocupamos, en cuanto al ferrocarril, un indiscutido primer lugar. No tuvo España transporte ferroviario hasta 1848 y Portugal hasta 1856. México, Colombia y Chile en 1850. En 1851 el ferrocarril llegó a Perú; en 1855 a Panamá, y a Brasil en 1857. Guyana Británica lo tuvo en 1848.
El primer tramo de vía férrea quedó listo en Cuba el 19 de noviembre de 1837 y corría entre La Habana y Bejucal como parte de un proyecto mayor de algo más de 70 kilómetros que llegaba a Güines, localidad que se alcanzó al año siguiente.
En 1840 se inauguraba el ferrocarril entre Cárdenas y Bemba (Jovellanos), en la provincia de Matanzas, y dos años más tarde el ferrocarril de Júcaro, en el mismo territorio. En 1843 quedaba listo el ferrocarril entre Regla y Guanabacoa, y al año siguiente el de El Cobre, en Santiago de Cuba. El ferrocarril Puerto Príncipe-Nuevitas corresponde a 1846; y a 1850 el de Sagua. Los ferrocarriles entre Remedios y Caibarién y entre Cienfuegos y Palmira son de 1851. Cuando en la América hispanoparlante no se conocía aún el ferrocarril, ya en la provincia matancera existían enlaces entre las compañías ferrocarrileras de Matanzas, Júcaro, Cárdenas y Caminos de Hierro de La Habana. El primero de esos enlaces data de 1848, en Unión de Reyes. De ahí el nombre de esa localidad.
Hoy daremos un paseo en tren. Sin movernos de la casa, por supuesto, gracias al libro Trocha 1435; Los ferrocarriles en Cuba, publicado hace un par de años por la Editorial de Ciencias Sociales, de La Habana, y que recoge 14 acercamientos al tema escritos por otros tantos autores. Un volumen que pone en primer plano un tema controversial y sobre todo casi desconocido porque, como se dice en la introducción de la obra, tal parece que durante más de 170 años el ferrocarril ha estado tan presente, tan a la mano que nos acostumbramos a mirarlo sin verlo. Apenas ocupa un espacio colateral en la agenda de los investigadores, pese a que es casi imposible hablar del azúcar sin mencionarlo y de comunicaciones sin tomarlo en cuenta. «Eso explica que sea un extraño del que apenas si conocemos algunas noticias, mientras su enriquecedora huella, en vez de erigirse en patrimonio cultural, desaparece del entorno de forma acelerada», se lee en las páginas preliminares de Trocha 1435.
¿Qué significa esa expresión? Es un término que los iniciados manejan desde el siglo XIX. El ancho de vía, o trocha, acordado como estándar para el ferrocarril es de 1 435 milímetros. De ahí el título de este libro.
Desde fines del siglo XIX era clamor de los habaneros sacar la estación de trenes de Villanueva del sitio que ocupaba. Se hallaba emplazada en los terrenos que serían del Capitolio y su fachada se asomaba hacia el Campo de Marte, actual Plaza de la Fraternidad. Su ubicación en la manzana enmarcada por las calles Prado e Industria, San José y Dragones dificultaba el tránsito de vehículos y afeaba una zona que con el derribo de las murallas se iba convirtiendo en la mejor de la ciudad. El general Salamanca, gobernador de la Isla, se lo había planteado ya en 1890, pero nada pudo hacer porque murió en el ejercicio de su cargo poco después de haber tomado posesión. Luego, la Guerra de Independencia alejó cualquier intento en ese sentido y no fue hasta 1909 cuando el presidente José Miguel Gómez decidió tomar el toro por los cuernos. El Estado entregaría a una compañía extranjera, Ferrocarriles Unidos, los terrenos del Arsenal, valorados en más de cinco millones de pesos, y recibiría a cambio los de Villanueva, no adquiridos limpiamente y que apenas valían dos millones. El dinero que se movería bajo cuerda, empaparía, por comisiones y sobornos, a José Miguel, a quien el pueblo apodaba «Tiburón» y salpicaría a sus conmilitones a costa de los intereses de la nación. Hay que decir, en honor a la verdad, que la idea de asentar la Terminal de Ferrocarriles en el Arsenal era un propósito que tenía entonces casi un siglo de antigüedad, como lo atestigua la documentación existente.
No es ese sin embargo el tema de esta página. Digamos entonces que el conjunto Estación Central-Elevados de los Ferrocarriles se inauguró el 30 de noviembre de 1912, como centro de operaciones de los Ferrocarriles Unidos y de la Havana Central Railroad. A las 2:45 de la tarde de ese día, con destino a la Estación Central, salió de Villanueva el último tren. Entonces la vieja terminal cerró para siempre.
También cerró en esa fecha la llamada Estación de Cristina, ubicada en la calle de ese nombre, en las inmediaciones del Mercado Único. Construida por la empresa de los Ferrocarriles del Oeste abrió al público en el verano de 1861. Sus líneas llegaron primero hasta Calabazar y se fueron extendiendo hasta la provincia más occidental de Cuba. De tramo en tramo alcanzaron la capital pinareña el 15 de abril de 1894. Cuatro años después, el 24 de noviembre de 1898, se autorizaba la extensión del ferrocarril hasta Guane. Fue uno de los últimos actos ejecutivos de la administración colonial española.
Los Elevados, una estructura de acero de casi un kilómetro y una altura que oscila entre los 3,2 y los 7,3 metros, constituye el exponente más importante de la arquitectura de hierro de la ciudad. El patio de pasajeros de la Estación Central ocupa un área de 14 000 metros cuadrados. El edificio, de estilo ecléctico, es de cuatro plantas y un entresuelo en su fachada principal. Tiene 77 ventanales y balcones internos. Está provisto de dos torres con los escudos del país y la ciudad. Es Monumento Nacional. También lo es la Estación de Cristina.
Un coche ferroviario atrae la atención de los que transitan por la calle Oficios, en La Habana Vieja. Está emplazado en una de las calles laterales del Salón de la Ciudad, un edificio que se construyó a comienzos del siglo XX para dar albergue a la Cámara de Representantes y que hasta 1959 alojó al Ministerio de Educación. Es el coche Mambí, llamado también Coche Presidencial porque a lo largo de los años, y hasta convertirse en un objeto museable, fue utilizado por no pocos mandatarios cubanos. ¿Cuál es la historia de esta reliquia tecnológica del ferrocarril?
Llegó a Cuba por primera vez en diciembre de 1912 en un ferry que enlazaba La Habana con la Florida; un tipo de servicio ferroviario y marítimo que garantizaba el intercambio de mercancías entre ambas regiones con eficiencia y rapidez, ya que estas cruzaban el mar en el ferry, pero dentro de los vagones del ferrocarril. El vagón estaba destinado a Horatio S. Rubens, presidente de la Cuba Railroad Company, y que fuera abogado del Partido Revolucionario Cubano y amigo de José Martí y de Tomás Estrada Palma. Por eso el coche fue bautizado con el nombre de Mambí. A bordo de ese coche Rubens salía de Nueva York con destino a Florida en el tren nombrado Havana Special. De Florida, el Mambí era trasladado en barco hasta La Habana, y, ya en Cuba, era arrastrado hasta Camagüey por el tren número 1, y de Camagüey a La Habana por el tren número 2. Desde aquí iba por mar hasta Florida y, como parte del Havana Special, retornaba a Nueva York.
Como Horatio Rubens era el presidente de la compañía y se valía del Mambí para sus viajes de inspección en la Isla, los trabajadores ferroviarios dieron al vagón el nombre de Coche Presidencial. Pero por su seguridad y confort, el coche Mambí, durante su estancia en territorio nacional, se ofrecía a altas personalidades de la política. Así, a lo largo de los años lo utilizaron los presidentes José Miguel Gómez, Mario García Menocal, Alfredo Zayas y Fulgencio Batista, lo que reafirmó e hizo popular su denominación de Coche Presidencial. Fidel Castro también lo utilizó en ocasiones muy significativas.
Esta estructura de hierro revestida interiormente de maderas preciosas pesa 80 toneladas y se destaca por el aprovechamiento y distribución del espacio y su excelente diseño. Su entrada principal exhibe un balcón en el que se puede viajar de pie y que admite a cuatro personas cómodamente sentadas. Ese balcón está resguardado por una baranda de bronce forjado y dispone de un toldo regulable que protege a los viajeros del sol o de la lluvia.
El coche Mambí está dotado de un recibidor espacioso con sofá cama y literas bien disimuladas, y de otro recibidor más pequeño, también con litera. Un salón para oficina. Servicios sanitarios. Dos habitaciones con sus respectivos clósets y muebles de maderas preciosas, habitaciones que se comunican a través de un baño intercalado provisto de una bañera de mármol y otros aditamentos. Dispone además de un comedor para ocho personas, con vitrinas de maderas preciosas y cristales de bacará, cubiertos de plata y otros accesorios con el logotipo del Mambí. Tiene también pantry, cocina y una habitación para el personal de servicio con cuatro capacidades.
Estaba provisto originalmente con lámparas de carburo. En los años 70 se le dotó de sistema eléctrico sin que se retiraran los mecanismos originales, lo que posibilita el uso de cualquiera de las dos fuentes energéticas. Para acondicionar el aire del vagón se utilizaban hielo húmedo sobre el techo y ventiladores especiales que hacían correr el aire frío a través de ventanillas colocadas en los bordes superiores de cada uno de los departamentos del coche.
Cuando empezaron a hacerse tirantes las relaciones entre Washington y La Habana, funcionarios de los Ferrocarriles Consolidados de Cuba —herederos de la Cuba Railroad Company, que operaba en la zona oriental— quisieron sacar el Mambí de la Isla para que no retornara jamás. Estando ya el coche en la línea férrea que entraba al ferry, milicianos de la Estación Central lo retornaron al andén número 10, conocido también como La Cochera, donde aparcaban los coches administrativos. Estuvo en uso hasta 1987, cuando se decidió declararlo patrimonio ferroviario y exhibirlo en la misma Estación Central cerca del salón de viajeros. Allí estuvo hasta que en los años 90, en medio de la crisis económica de la época, se determinó que esa joya emblemática del ferrocarril cubano fuera entregada al doctor Eusebio Leal, Historiador de La Habana, para admiración y disfrute de cubanos y extranjeros que recorren la parte vieja de la ciudad.