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Falta una semana para que Estados Unidos caiga en el llamado «abismo fiscal», una combinación de recortes de los gastos del Estado —fundamentalmente en los acápites sociales y de servicios del presupuesto de la nación como educación, salud, subsidios por desempleo y otras ayudas a las personas de menos ingresos— con el aumento de los impuestos, y en lo que no acaban de ponerse de acuerdo demócratas y republicanos.
Los demócratas en el Senado y la Casa Blanca, dicen las agencias noticiosas, trabajan en una nueva propuesta para que las negociaciones con los republicanos se retomen de inmediato tras el receso navideño.
Porque los políticos que rigen los destinos de los estadounidenses se fueron de vacaciones, el presidente Barack Obama y su familia para Hawai, a disfrutar de los festejos navideños, porque para ellos no es tan apremiante la situación, aunque quieren concluirla antes de que finalice el año.
Mañana jueves tienen programada una nueva sesión y esperan un acuerdo entre uno y otro partido en el Senado y con ello presionar a la Cámara de Representantes con igual propósito.
«Gobernar es una responsabilidad compartida de ambos partidos, eso significa que cada parte tiene que ceder algo y que no se puede conseguir el cien por ciento de lo que uno quiere», dijo Obama antes de salir a su paseo hawaiano, una indirecta para los conservadores republicanos del movimiento Tea Party que dominan en la Cámara, y que se oponen obcecadamente a que le suban los impuestos a los ricos del país.
La retranca por parte de los conservadores es de tal magnitud que incluso «fracasó estrepitosamente», según el término empleado por la agencia EFE, el llamado «Plan B» que había presentado el presidente de la Cámara, el republicano John Boehner, y que apenas pedía subirle las cargas impositivas a aquellos hogares con ingresos anuales de más de medio millón de dólares.
Decía esa agencia que ya Obama había hecho «importantes concesiones», al subir de 250 000 a 400 000 dólares anuales el umbral de los núcleos familiares que, a su juicio, deben pagar más impuestos para que aumenten los ingresos del Estado.
Resumiendo en esta arista, resulta difícil tocar a los más pudientes ni con el pétalo de una rosa, y se discute hasta la saciedad hacer que aporten, al menos como es debido, al sustento de toda la nación. Egoísmo y avaricia viven en esos «hogares».
Sin embargo, casi hay coincidencia en el «ahorro», es decir los recortes de los gastos fiscales, calculados en dos billones de dólares en la próxima década. Obama prefiere que el porcentaje sea mayor en los ingresos con 1,4 billones de dólares y 750 000 millones en gastos.
¿Cuál es el problema? Pues si no llegan a un acuerdo, los impuestos aumentarán para TODOS los estadounidenses, cuando resulta en la práctica que los de menos ingresos tienen que dar muchísimo más que los millonarios estadounidenses, quienes ahora gozan de exenciones aprobadas durante la administración de George W. Bush.
Al mismo tiempo, los recortes de los gastos públicos son automáticos y fueron acordados desde el verano de 2011.
Para algunos economistas esta situación va a llevar a Estados Unidos a la recesión, precisamente cuando apenas está logrando salir muy lentamente de la crisis del año 2008.
Lo que más llama la atención es que ni informaciones periodísticas, ni análisis de los especialistas, cuando sacan esas cuentas multimillonarias, mencionan el sufrimiento de una importante parte de la ciudadanía estadounidense que sigue engrosando en demasía las estadísticas de los desamparados.
Según la publicación digital Huffington Post, el Buró del Censo encontró que 46,2 millones de estadounidenses están empobrecidos, lo que implica al 15 por ciento de la población de ese país, y básicamente no ha variado desde 1993 y además es el mayor desde 1983. Al mismo tiempo, los ingresos de la clase media se están reduciendo, y el desempleo sigue siendo persistentemente alto.
Es obvio que la brecha entre ricos y pobres se incrementó más aún en el último año, así lo reconoce la publicación, pero nada de esto importa.
Mientras unos se van de vacaciones, en Staten Island, por ejemplo, uno de los distritos de Nueva York donde la supertormenta Sandy dejó miles de afectados, muchos se calientan en hogueras fuera de una tienda de campaña donde les dan ayuda a quienes se quedaron sin vivienda o vieron sus pequeños negocios convertidos en escombros. Por cierto, creo que todavía está por aprobarse el presupuesto adicional para ayudar a los damnificados de Sandy…