Inter-nos
El Nobilísimo hizo una sorpresiva visita dominical a Kabul y debe haber dejado boquiabiertos a los que todavía creen de buena fe en las promesas hechas cuando era simplemente el candidato del «cambio»: Obama declaró «absolutamente esencial» la guerra de Afganistán.
Ocho años y medio de ocupación y matanza en el país donde dieron nacimiento también a las cárceles secretas, las detenciones indefinidas y métodos de tortura innombrables, no le son suficientes a quien engañó con disfraz de paloma y ahora hace crecer el mismo discurso de Bush, el hijo, al decir que la continuidad de la presencia militar estadounidense y de sus aliados hace a todos los norteamericanos «más seguros».
«Estados Unidos de América no abandona cuando hemos empezado algo», aseveró, y trajo nuevamente el fantasma de Al-Qaeda para argumentar la política bélica, en una muy poco creativa búsqueda de un «enemigo» a toda costa, con el que sustentó el embaucamiento de los soldados, diciéndoles así:
«Sé que no es fácil. Ustedes están lejos del hogar. Extrañan a sus niños, a sus esposas, a sus familias, a sus amigos (...) Pero si yo pensara por un minuto que los intereses vitales de Estados Unidos no son servidos, no estaríamos aquí en Afganistán, y ordenaría a todos ustedes regresar de inmediato a casa».
La envolvente perorata, destinada a convencer a los 80 000 efectivos estadounidenses emplazados ahora en el campo de batalla gracias a sus promesas rotas, fue hecha ante 2 000 hombres y mujeres de esa tropa en Bagram, la mayor base militar en el país ocupado, y no solo clonó la política y las arengas bushianas, también se enfundó en un jacket de vuelo de la Fuerza Aérea Uno, para la imagen mediática de jefe victorioso contra talibanes y Al-Qaeda.
Con esta política de Obama, estamos entonces en presencia de un fraude, similar al que hasta la ONU reconoce que cometió Hamid Karzai en las elecciones de agosto pasado para mantenerse en la presidencia afgana, protegido y arrimado a la sombra de Washington.
Aunque estén por llegar «días difíciles», les dijo a sus fuerzas: «yo confío en que ustedes harán el trabajo aquí en Afganistán» (...) «nosotros prevaleceremos».
Y siguió con ese plural artificial: «No podemos olvidar por qué estamos aquí. Nosotros no hemos escogido esta guerra. Esto no fue un acto de Estados Unidos queriendo expandir su influencia; de nosotros queriendo mediar en el negocio de alguien. Nosotros fuimos atacados viciosamente el 11 de septiembre. Miles de nuestros compatriotas hombres y mujeres fueron asesinados. Y esta es la región donde los perpetradores de ese crimen, Al Qaeda, todavía basa a su dirigencia. Complots contra nuestra patria, contra nuestros aliados, contra los pueblos afgano y paquistaní tienen lugar en este lugar donde justo hablamos. Y si esta región retrocede, si el Talibán retoma este país y Al Qaeda puede operar con impunidad, más vidas norteamericanas están en la estacada. El pueblo afgano perderá su oportunidad de progreso y prosperidad. Y el mundo estará significativamente menos seguro...»
Sí, es Barack Obama, el que pródigamente, entre los efectivos estadounidenses y los de la OTAN, ha llevado a 150 000 la cifra de uniformados en la campaña militar afgana y expande la guerra hacia la fronteriza Paquistán. Y el señor de la Casa Blanca se siente orgulloso de ellos y «de los progresos que ve».
¿Progresos? Si él lo dice..., y en lo que parece un asunto de miopía, la mirada distorsionada lo lleva a contradecir las declaraciones que el 11 de septiembre del pasado año, en el octavo aniversario de la caída de las torres de Nueva York, hizo el general Stanley McChrystal, su comandante en Afganistán: no hay indicaciones de una gran presencia de Al Qaeda en Afganistán.
Entonces, el laureado Premio Nobel de la Paz y su gente ¿se peinan o se hacen papelillos con esta remedada versión de la caricatura que fue «Misión cumplida»?