Frente al espejo
Nuestro diario despidió el mes de junio publicando el reportaje ¿Un estudiante con «clase»?*, mirada a un tema que suscitó no pocas intervenciones durante los debates del 8vo. Congreso de la FEU: la posibilidad de flexibilizar más el actual régimen de asistencia con que cuenta la Educación Superior en nuestro país.
Las opiniones vertidas en el reportaje y las que aportaron los lectores apuntan a que, en el fondo, lo que está en discusión no es si debemos adoptar o no lo que se ha denominado sistema de asistencia libre, sino qué calidad tiene el proceso docente-educativo en nuestras universidades y cuánta más puede y debe alcanzar para que ese sector, orgullo de la Revolución, siga entregando a la sociedad graduados con un altísimo compromiso social y elevada competencia. A continuación va una síntesis de ese debate.
El tema resultó muy cercano a José A. Ramón, quien defendió la asistencia libre en su época de estudiante universitario. «Ahora, como profesor, sigo pensando que la asistencia a clases debe ser libre. Claro, siempre habrá actividades de asistencia obligatoria como seminarios, evaluaciones, prácticas de laboratorio o laborales…».
Considera que esa flexibilización ha de complementarse con evaluaciones más exigentes, textos electrónicos para estudiar, mejor acceso a Internet así como facilidades para que los estudiantes puedan matricular asignaturas no directamente relacionadas con sus carreras. Todo esto —piensa— redundaría en graduados con calidad muy superior. «Siempre habrá quien desee “barquear”: ese suspenderá y no se graduará», concluye.
Aunque insistió en la necesidad del rigor, el lector identificado como FPLA reaccionó con asombro ante el reportaje, «pues hay cosas que no debemos cambiar…». En este aspecto él entiende que se ha producido lo que calificó como involución. «Hay que ir a las aulas; ahí se toma el primer aprendizaje, y luego quedan el estudio individual, consultar la bibliografía… Estudié en la Cujae entre el 80 y el 85 y las clases eran añoradas: íbamos todos los días y aun así en ocasiones no te empatabas con la bola, de modo que no me imagino con aquel rigor no asistir al aula…».
Un internauta identificado como PK, «profesor hace años» de acuerdo con sus palabras, estima que los estudiantes deben asistir como mínimo al 50 por ciento de las clases —el resto podría ser voluntario— y que «aumentar la motivación y el rigor es la vía para que asistan más».
Con más de 30 años como profesor, Víctor cree que «la responsabilidad de que un estudiante vaya a clases la tiene el profesor. Si este imparte clases de calidad extrema, nadie va a faltar, pero si es un repetidor de lecturas, costará trabajo que los jóvenes asistan… Los que un día iniciamos la especialidad de Información Científico-Técnica y Bibliotecología en la Universidad de La Habana, recordamos que un profesor todavía activo, Radamés, impartía unas clases tan estelares de Historia de la Cultura, que estudiantes de otras especialidades se “colaban” en ellas para oírlo».
«El intercambio en el aula con los profesores es fundamental para el desarrollo de los futuros profesionales, pero a veces la falta de preparación de aquellos desmotiva», comentó el internauta identificado como @lbus. «Cuando un docente se prepara para brindar su conferencia y motiva a los estudiantes, entonces se genera debate e intercambio, pero lo contrario solo suscita decepción y pone en duda el reglamento de asistencia».
«Soy profesor de asignaturas de ciencia de la computación y mis estudiantes también debaten sobre la obligatoriedad de asistir al aula —dijo Fernando Artigas— pero, paradójicamente, veo que quienes más defienden el criterio de la asistencia libre son los de menor aprovechamiento… Ante esta situación, siempre me pregunto qué papel desempeña en el aula un estudiante desmotivado por su especialidad. Sin embargo, sí me parece relevante el papel que toca al profesor en la motivación de los alumnos, aunque sobre este aspecto inciden numerosos factores y no todos dependen del docente…».
«Comparto la idea de la asistencia libre a clases… Cuando el profesor va bien preparado al aula, llega a los estudiantes y estos asisten sin que nadie les exija», opinó Maikelm, quien llamó la atención sobre el impacto negativo que puede tener un esquema de la actividad docente que calificó como «rígido» en la creatividad de los docentes.
«Si un profesor se categoriza, se supone que esté más preparado y pueda hacer en su conferencia lo que entienda necesario para llegar al estudiante, pero sabemos que no siempre es así…».
Este lector también reparó en que el profesor no tiene todas las respuestas para un asunto tan esencial como el interés del estudiante en la carrera que eligió. «Hay problemas más profundos, como la desmotivación, el conformismo, la irresponsabilidad y otros desafíos que nos toca a todos —estudiantes, familia, profesores, etc.— tratar de resolver», concluyó.
Andrés, profesor de la Colina hace más de 20 años, no cree que la asistencia obligatoria marque la diferencia en este asunto. «Ciertamente, deberían analizarse los problemas de la calidad de las clases, así como la total falta de dedicación al estudio de algunos alumnos, entre otros temas».
Tide está convencido de que la asistencia a clases es importante, por los conocimientos que puede transmitir el profesor y el dinamismo que al aprendizaje puede aportar el educando, pero invitó a considerar que la revolución tecnológica imprimió al proceso docente-educativo otra dinámica.
«Internet antes estaba en pañales (…), por lo que los métodos de estudio y la docencia tenían otras características. Pero con el advenimiento de las nuevas tecnologías, tal vez se pudiera aflojar algo las exigencias con la asistencia… Todo dependerá del joven, de su interés y dedicación al estudio…».
Robert llamó la atención sobre la calidad de los profesores, las alternativas que emplean ante la falta de textos y su orientación hacia nuevos contenidos y no a transmitir los mismos, sobre todo porque ahora se dispone de nuevos canales para adquirir conocimientos, lo cual obliga a los docentes a ir siempre un paso adelante.
Agregó que «la asistencia no garantiza por sí misma el acceso al conocimiento. El estudiante debe dedicar un número mayor de horas a autoprepararse, pero el profesor resulta insustituible en determinadas materias y formas de impartir la enseñanza por tratarse de la guía fundamental para el aprendizaje.
«También debe diferenciarse entre las asignaturas básicas específicas y el resto para establecer rango de asistencia, considerar la cantidad de horas de los programas y otros elementos…», añadió.
Sobre esta cuestión se pronunció Pablo Suárez, para quien la flexibilización ha de tener en cuenta las particularidades de cada carrera. «Mientras que en las de salud y de Ciencias Naturales es obligatorio el contacto del alumno con los profesores, en las de Ciencias Sociales y Humanidades el lugar por excelencia del alumno muchas veces está en las bibliotecas, archivos... No todos los perfiles pueden ser cortados con la misma tijera…».
Otro profesor universitario, Kariel, es proclive a la asistencia libre pues «en el nivel superior cada cual es responsable de lo que hace y como tal se le exigirá luego… En cuanto a la preparación de los profesores, la mayoría de mis colegas busca prepararse y lo hace como puede, pero hay que considerar las condiciones de los centros de enseñanza superior y las particularidades de cada uno de ellos…
«Mientras tratemos a los estudiantes universitarios como niños, como tal se comportarán. Por otra parte, los valores se inculcan desde pequeños, no en la Universidad. Nuestros héroes y próceres llegaron a la adultez con un sentido de madurez tal que les permitió llevar a cabo grandes hazañas… Acudir diariamente a la Universidad no genera valores y conocimiento de modo automático».
En desacuerdo con asumir una postura que tachó de paternalista se manifestó Celia, quien cree que el concepto de asistencia libre permitirá que se gradúen «quienes de verdad tienen interés y vocación, y los profesores se dedicarán a los que van a rendir frutos de verdad… Veremos además que en las conferencias se demostrará cuál docente tiene calidad y cuál no…».
Ella piensa que la Universidad debe aportar lo general —«es imposible abarcar (todo) el conocimiento científico»— y buena parte debe descansar en el autoestudio, aunque repara en que la implementación de ese cambio supone más organización del curso y las evaluaciones, definir claramente las responsabilidades de docentes y educandos, garantizar más acceso a Internet y mayor rigor evaluativo.
También Robert consideró que «ver la universidad como la primaria es un error», pues la enseñanza presencial no es la única forma de enseñanza probada, en alusión a la universidad por encuentros.
Invitó, por último, a ver la desmotivación de ciertos estudiantes como un problema que va más allá de que hayan matriculado una especialidad superior «solo por complacer a la familia», o de que haya profesores que no transmitan adecuadamente sus conocimientos.
Una arista de este dilema de asistir o no a clases se ha movido por el lado de si se necesita para aprobar, o más justamente pudiera decirse: para aprender. En este caso, en una primera aproximación, el asunto se ha centrado en el profesor y la calidad de sus clases, opinó Diego de Jesús Alamino Ortega, docente de la Universidad de Ciencias Pedagógicas de Matanzas.
«Desde otra óptica se puede valorar que no todas las asignaturas tienen las mismas características, ni todos los estudiantes tienen iguales potencialidades. Hay quienes necesitan de una orientación más directa del docente. Existe también en la teoría y práctica educativa la enseñanza a distancia y semipresencial, admitida en otros tipos de curso, y ya aparecen formas incipientes de cursos que, sin obviar al profesor, se sustentan en la tecnología.
«Cursar una carrera en la Universidad no debe solamente circunscribirse a la asistencia a clases: se hace necesario lograr que el estudiante haga comunión con la carrera que cursa y que no se convierta el tránsito por la Universidad en una simple formalidad…
«Cuando en la Universidad el estudiante cuenta con una biblioteca que sustenta sus aspiraciones, computadoras para estudiar a través de los materiales digitalizados, con Internet para buscar en otras fuentes, talleres, aulas especializadas, laboratorios, en los que puede desarrollar habilidades más allá del horario estrictamente académico; cuando se realizan actividades extensionistas en conjunción con la FEU, que cumplen con la variedad de expectativas intelectuales, recreativas y hasta económicas de los universitarios, puede ser que el estudiante no solo asista a clases sino que no quiera apartarse de la Universidad. El ambiente universitario puede ser único e irrepetible cuando esta (institución) acoge a los estudiantes para que en ella se sientan como lo que debe ser una segunda casa, una “fragua de espíritus”».
*En esta investigación trabajaron Margarita Barrios, Yahily Hernández Porto, Roberto Díaz Martorell, Lisván Lescaille Durand, y Susana Gómez Bugallo y Yuniel Labacena Romero, estudiantes de Periodismo, así como el humorista gráfico Adán y el fotorreportero Raúl Pupo.