Acuse de recibo
Es demasiado preocupante la indisciplina sonora que se denuncia aquí constantemente, sin que las autoridades pertinentes hagan justicia definitivamente a los oídos heridos de tantas personas. Es un tema pendiente e impune en la sociedad cubana.
Hoy Bárbara Yera León escribe desde Máximo Gómez, No. 1-D, entre Calixto García y Antonio Maceo, en Ranchuelo, provincia de Villa Clara. Y lo hace para denunciar que, como vive en una casa dividida, una pared medianera apenas atenúa el desenfreno sonoro del vecino, quien escucha música a todo volumen, incluyendo desmedidos reguetones.
Refiere que las sesiones musicales duran entre seis y diez horas ininterrumpidas, durante las cuales Bárbara no puede escuchar la televisión.
«He tenido días de dejar mi casa porque ya no puedo más, afirma. Lo más sorprendente es que me he dirigido en dos ocasiones a la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) de mi pueblo. En un primer momento vino el jefe de sector y en un segundo momento el oficial de guardia.
«Hablan con él, pero la baja cuando le parece, señala. Y al otro día vuelve a la carga. Traté de hablar con el jefe de la PNR, y su respuesta fue que yo vivía en frente, que podía ir en otro momento. Por demás, también el vecino vive frente a la Unidad de la PNR».
Bárbara considera que si verdaderamente se está luchando contra la contaminación sonora, y supuestamente se combate la indisciplina social, al amparo de nuestra Constitución, «¿cómo es posible que tales hechos pasen con tanta impunidad?».
El problema es más serio de lo que pudiéramos considerar, y está minando la confianza de los ciudadanos responsables y respetuosos en las instituciones, que han de velar por ello. ¿Hasta cuándo estaré reseñando denuncias ciudadanas de la contaminación sonora y que no suceda nada?
Miguel Ángel Fonseca Suárez (Donato Mármol 216, entre Avenida Libertad y Calixto García, Palma Soriano, Santiago de Cuba) cuenta que el 21 de febrero de 2019 solicitó en la oficina comercial de la Empresa Eléctrica el servicio de corriente eléctrica de 220 volts.
El remitente preguntó allí si la instalación de ese servicio se paga. Y le respondieron que era gratuita. Se presentó en dicha oficina. Le dijeron que había déficit de recursos como cables, metrocontadores, breakers y carros.
En agosto de 2019 Fonseca volvió a dicha oficina, y le enviaron un compañero para evaluar los recursos que necesita para instalar el servicio. Este llevó un metrocontador y el breaker. Y a los tres días se los volvió a llevar, porque no había carros para terminar de completar dicho pedido.
A finales de agosto, Fonseca se presentó en las oficinas centrales para presentar su queja con el director, quien no se encontraba. Y se entrevistó con el funcionario de Atención a la Población, quien lo visitó. Y en una semana le instalaron el metrocontador y el breaker.
«Han pasado diez meses y aún el servicio solicitado sigue en espera, asevera. Tengo conocimiento de varias personas que han pagado desde 500 a mil cup y para ellos sí han aparecido los recursos. ¿Hasta cuándo vamos a permitir que personas inescrupulosas lucren con los recursos del Estado?», pregunta finalmente.
Ruber Baró López (edificio A-54, apto E-11, zona 1 Alamar, La Habana) reconoce públicamente la labor tan humanista de los trabajadores del policlínico Mario Escalona Reguera, de ese reparto capitalino; en especial de los del área de Estomatología, mayormente jóvenes.
Refiere que desde el área de Archivos y Admisión, pasando por Prótesis y Ortodoncia, encuentras trato exquisito, ternura, sonrisas, y sobre todo deseos de trabajar y la mejor solución para el paciente.
«Allí, precisa, siempre están las doctoras Naivy y Jenny, las técnicas Margarita, Mabel, y otros de la vieja guardia como el doctor Bulnes, la doctora Gladys y la doctora Reglita, halando parejo y buscando la felicidad para nuestro pueblo. Honor a quien honor merece», concluye Ruber.