Acuse de recibo
Va a hacer falta una carga para derribar tanto burocratismo, desidia y maltrato en los trámites que hacen los ciudadanos, un estigma reiteradamente condenado por el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
Un botón de muestra lo trae la joven Dayana Ajo Guerrero, quien reside junto a su abuela en la comunidad Las Calabazas, del municipio holguinero de Calixto García. Tras haber esperado tres años para obtener la propiedad de su casa, la abuela comenzó en enero de 2018 los trámites para hacerle la donación de su azotea. Y en la Dirección Municipal de la Vivienda le dijeron que esa propiedad no le servía, porque cuando se la confeccionaron, por error le disminuyeron la edad a la propietaria.
Al fin, luego de varias semanas para subsanar el error, orientan al arquitecto de la comunidad para que realizara las mediciones de la azotea. Pasaron ¡tres meses! hasta que apareció el arquitecto a realizar su tarea. Las interesadas pagaron 230 pesos.
Y cuando creyeron que ya se abría el camino… pues todo se empantanaba una vez más. Las medidas estampadas en la propiedad no coincidían con las tomadas por el arquitecto. Había que volver atrás y arreglarlo todo. Tuvieron que volver a pagar los 230 pesos de la azotea (Dayana guarda los recibos como prueba).
Como si no fuera suficiente el irrespeto, han transcurrido ya dos años, en los cuales Dayana y su abuela no han parado de correr. Y aún están en punto cero. Cuando solo faltaba legalizar frente a notario la donación… resulta que los papeles siguen mal.
«¿Cómo podemos avanzar, con personas que no aman ni respetan su trabajo? Nos han peloteado, humillado y faltado al respeto. Escribo para denunciar el mal trabajo de Planificación Física. Y solo quiero agradecer a Xiomara la notaria y a las del registro de la Propiedad que han sido tan amables y han hecho correctamente su trabajo», concluye Dayana.
Junto a un patio donde se desmantela la chatarra ferrosa, en un local de la Empresa de Recuperación de Materias Primas en la ciudad de Santiago de Cuba, llevan Alida Stevens Trabas y su familia 13 años albergados.
Su casa, en Aguilera 157, entre Padre Pico y Corona, en esa ciudad, presentaba un serio deterioro, y fue incluida dentro de las viviendas que requerían reparación capital, como parte del Proyecto Centro, dirigido por la Oficina del Conservador de la Ciudad, junto a la Dirección Provincial de la Vivienda, el Poder Popular y otras entidades.
Al empezar el proyecto les dijeron que los trabajos de reconstrucción durarían seis meses. Pero la reconstrucción de la vivienda quedó paralizada hace unos 12 años. En todo ese lapso, Alida y sus familiares han acudido a las autoridades gubernamentales del Distrito 26 de Julio, del municipio y de la provincia, al Comité Provincial del Partido y a Atención a la Población del Consejo de Estado. Y aún siguen en las mismas.
Para colmo, la Empresa Eléctrica ha instalado un banco de transformadores a la entrada misma del local donde residen, «señal de que la solución para esta familia quedó en el olvido», concluye Alida, no sin antes preguntar: «¿A quién debemos dirigirnos para que se nos atienda?».
Lázaro Carlos Ríos Aldama (Sol 358, entre Aguacate y Compostela, azotea, Apto. 24, La Habana Vieja, La Habana) tuvo un feliz descubrimiento el pasado 16 de enero, cuando visitó un mercadito en San Ignacio 257, entre Amargura y Lamparilla, en ese mismo municipio.
«Fui atendido de una manera ya poco usual —expresa—. Me trataron de la forma correcta, educada y real que distingue a los cubanos de pura sangre. En realidad ni quería comprar tomate, pero el excelente trato de esos trabajadores nombrados Orlando y Efraín me inspiró a comprar.
«¿Cuesta mucho eso? Todos sabemos que no cuesta nada, pero desgraciadamente estamos muy acostumbrados a maltratarnos de ambas partes. Exhorto a que los demás mercados y trabajadores en general de nuestro país (estatales y por cuenta propia) imitemos esas buenas costumbres que un día sin más ni más cayeron en decadencia (nos guste o no, esa es la dura verdad).
«Además, el local de trabajo está perfectamente organizado y limpio. Los productos, totalmente frescos, sin magulladuras o cualquier índice de deterioro. Les pedí dos libras de tomate y eso me dieron (lo comprobé con mi pesa). Caramba, esa gente respeta al consumidor», termina.