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Ascensor nuevo, sin funcionar

El edificio de apartamentos de diez pisos, sito en Obispo 518, entre Bernaza y Villegas, La Habana Vieja, tiene un ascensor nuevo ya instalado con todos los requerimientos técnicos. Pero los inquilinos no pueden disfrutarlo.

Hugo Martin Recort, uno de los residentes del inmueble, relata la historia que suscriben con sus firmas el resto de los vecinos.

En septiembre de 2017 el motor del viejo elevador se rompió, por lo cual lo mandaron a enrollar. Y cuando lo reportaron a la empresa que atiende los ascensores, les informaron que no procedía, porque el viejo equipo sería sustituido por uno nuevo.

Comenzó el desmontaje del veterano a finales de diciembre de 2017, proceso que se alargó por falta de algunos elementos, según los técnicos. Luego comenzó el montaje del flamante elevador, no menos extendido. Y desde un comienzo, añade, los técnicos informaron a su empresa que el foso del elevador estaba lleno de agua. Más de una vez ellos mismos la drenaron, además de algunos vecinos que también lo hicieron.

Y después de tanta espera, a inicios de agosto de 2018 el elevador fue declarado listo por los técnicos, pero aún se mantiene inactivo, porque el foso continúa lleno de agua, sin contar que la albañilería quedó bastante chapucera, según Hugo. «Hace un año nos mantenemos subiendo escaleras. Duele mucho; nos daña los huesos y la siquis saber que el ascensor nuevo esta ahí, y no podemos usarlo».

Cuando me escribió Hugo, hacía unos 15 días que se habían personado allí operarios de la ECAL para impermeabilizar el foso. Drenaron el agua, secaron y aplicaron un producto sellador. «Lo hicieron, todo parece indicar, sin precisar por dónde se filtra, pues al otro día ya estaba el agua presente», afirma.

Insiste Hugo en que ese es un equipo importado, que implicó gastos para el país, los cuales deben ser compensados con un correcto funcionamiento.

«Tenemos dificultades, pero la lucha es que cada cual haga bien lo que le toca, y lo más rápido posible, que es lo que pide a gritos el país», enfatiza.

Hugo añade que hace unos días llamó al Director de la empresa de ascensores —la cual ya hizo su parte—, y este le señaló que la pelota ahora está de parte del inversionista, Vivienda, que tiene que garantizar antes la solución de lo del foso para que el elevador se pueda echar a andar.

Una sola taquilla, mil molestias

Dice en su carta Pablo Isaac Riera que la terminal de ómnibus de manzanillo, desde donde salen viajes hacia diferentes destinos del país, tiene una sola taquilla para las reservaciones de pasaje.

Riera, quien reside en Quintín Bandera 257, entre Purísima y San Salvador, en esa ciudad, señala que ello genera una odisea para quienes hacen la cola, con una larga e irritante estadía, agravada porque los boletines se rellenan a mano.

Cuenta que el 11 de septiembre intentó hacer la reservación. Y habló con el administrador de la terminal, quien le dijo que hace varios años solo le dejaron una plaza para la venta de reservaciones. Riera le preguntó entonces que si el problema lo conocían sus superiores. Y este le dijo que sí, que en la dirección de la empresa eso se sabe, y que ese mismo día el director provincial estaría en la terminal. Que le hiciera el planteamiento.

«Le respondí —apunta— que si el Director lo sabía para qué repetírselo; que escribiría al periódico para hacer pública la situación. Creo que nada impide aumentar la cantidad de taquillas para el expendio de boletines, a no ser la dichosa plantilla. Al otro día fui de madrugada para, por fin, reservar. Y por esos días se habló en el Consejo de Ministros sobre la necesidad de aumentar la venta automatizada de capacidades en todo el país.

«Muchos de nuestros problemas hoy son de carácter subjetivo y están necesitados de personas con un pensamiento diferente y un accionar rápido ante las dificultades. Este es un ejemplo del lento movimiento de una empresa que no mira las dificultades que crea en la población.

«Al final las reservaciones se venden, más rápido o más lento, pero sin pérdidas. La pérdida es de tiempo, y la sufren los que madrugan y dejan de trabajar; en fin, los necesitados del servicio», concluye Riera.

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