Acuse de recibo
Innúmeras preocupaciones con la dieta de yogur de su hija de tres años y ocho meses tiene el doctor Jonnes Vallejo Licea, cirujano general y jefe de ese servicio en el hospital clínico quirúrgico docente Celia Sánchez Manduley, de Manzanillo, quien reside en el edificio 59, apartamento D3, en el reparto Camilo Cienfuegos, de esa ciudad granmense.
Refiere Jonnes que desde los tres meses de nacida, la pequeña es intolerante a la leche, por lo cual fue necesario comenzar a administrársele yogur. Y desde hace ya un tiempo dicho alimento está presentando bastantes irregularidades en Manzanillo: hay demoras en su distribución, en ocasiones llega bastante tarde y en otras no llega en los días destinados, que son martes y viernes.
Ese yogur, afirma, se fabrica en Media Luna, a 76 kilómetros de Manzanillo, y quizá por ello la refrigeración con la que arriba no es la adecuada. Ello conspira contra la calidad, pues en reiteradas ocasiones las bolsas están infladas, a punto de explotar por la fermentación. Y al abrirlas, el sabor ha variado, por lo que no se puede consumir.
Enfatiza que en otras ocasiones no saben si es suero o leche saborizada, porque tampoco recuerda el sabor ni las características del yogur.
En conversaciones con la dependienta del punto donde cada martes y viernes en la tarde coinciden padres, madres y abuelos para comprar el producto, ella les ha comentado que en días anteriores hubo que pagar 60 bolsas que se echaron a perder por la mala calidad. Y no es por falta de frío allí, porque les consta la preocupación de esa trabajadora por mantener el yogur en buenas condiciones.
Además, asegura Jonnes, no es un producto que no tenga demanda y demore en la unidad, porque los niños necesitados de él lo consumen a diario.
En una de las tantas esperas por el producto, el doctor Jonnes conversaba con el padre de otra niña que recibe la dieta, a la cual, por la mala calidad de un envío de yogur, hubo que ingresarla hospitalariamente por un cuadro de vómitos y diarreas.
El doctor Jonnes hace varias preguntas: «¿Cómo usted le explica a un niño que su yogur no llegó, o que se echó a perder? ¿Dónde está la sensibilidad humana de no hacer lo imposible para que llegue en tiempo y con la calidad requerida a su destino final, que son nuestros niños? ¿Existe control de calidad? ¿Existe control sobre este control de la calidad? ¿Se transporta el producto en las condiciones de temperatura establecidas para que no se comprometa su calidad? ¿Quién responde si por estos elementos se produce un brote diarreico y compromete la salud de los niños?».
Sobradas razones para escribir y denunciar tiene Yusbel Varela Mesa, quien es un campesino productor de arroz y socio de la cooperativa de crédito y servicios fortalecida Horacio Rodríguez, del municipio de Campechuela, en la provincia de Granma.
Relata que desde noviembre de 2016 le entregó a esa cooperativa más de 200 quintales de arroz, y luego en enero de 2017 le garantizó 166 quintales del grano. Y han transcurrido desde la primera venta cinco meses y todavía no se la han pagado.
Lo mismo ocurrió en la cosecha anterior, y también demoraron cinco meses en pagarles a los campesinos. «Al igual que yo están todos los demás campesinos, que mucho trabajamos con créditos bancarios y los impuestos están subiendo», insiste.
Ahora la única respuesta que les dan es que hay que esperar. «Quisiera que, de una manera u otra, dentro de lo que esté a su alcance, me ayudara a realizar una crítica acerca de lo que estamos pasando los campesinos que nos dedicamos día a día a la tierra para producir el arroz de nuestro pueblo», afirma.
Y ante el reclamo de Yusbel, este redactor, que siempre ha acogido denuncias acerca del pago de las empresas estatales a los campesinos, ahora se pregunta por qué una cooperativa, que se supone una fórmula solidaria y colectiva entre socios, puede estar dilatando el derecho de los asociados a recibir el fruto de su sudor y su trabajo. Es el arroz del pueblo el que está en juego.