Acuse de recibo
José Luis Montes de Oca Montano escribe, desde calle 67 No. 4604 altos, entre 46 y 48, en el barrio La Juanita, de Cienfuegos, para elogiar el hecho de que, con el auge del trabajo por cuenta propia o privado, es cada vez más fácil encontrar un sitio donde disfrutar de un buen helado en esa ciudad.
Y mientras se incrementa la calidad en los establecimientos particulares, apunta, decrece en las heladerías estatales. En estas, los clientes se quejan a menudo de la morosidad con que son atendidos, y que en ocasiones no les traen los sabores y ofertas que solicitaron.
En ocasiones, precisa, algunos empleados de las estatales plantean que se ha agotado un determinado sabor de helado, cuando otro dependiente aún lo está despachando en la misma heladería. Y también es motivo de frecuentes quejas la forma aplastada y nada circular que tiene la bola de helado servida allí.
Según José Luis, la heladería estatal donde más se maltrata al público en la Perla del Sur, es la que radica en el mismo centro del Prado cienfueguero. Aunque esa instalación exhibe en la actualidad los positivos efectos de un remozamiento que la ha dejado en envidiables condiciones estructurales y estéticas, es eso nada más, asegura.
«Mucha y muy linda fachada y ya, afirma. En ese establecimiento se sirven las bolas de helado más pequeñas y planas del mundo. Y cuando se trata de la especialidad de ensaladas, estas se entregan en los depósitos plásticos más pequeños que se hayan usado jamás para semejantes fines.
«El Coppelia del Prado siempre ha tenido depósitos metálicos y plásticos en forma de canoas para servir las ensaladas, pero nunca fueron tan pequeñas las canoítas y nunca antes se había logrado el “milagro” de colocar en su interior hasta diez bolas, para asombro de sus clientes.
«El trato prodigado por los dependientes a los cubanos que acuden allí es tan parco y escueto como lo es el producto que venden. A esos trabajadores de los servicios prácticamente hay que sacarles las palabras de la boca y no dan explicaciones ni disculpas, en su mayoría».
José Luis revela también que en la heladería estatal de la calle 37, entre avenidas 36 y 38, ha podido observar morosidad a la hora de ubicar a los clientes que allí acuden. Los interesados esperan por tensos minutos en la puerta a que aparezca algún dependiente, alguien que les indique dónde sentarse. Y se preguntan por qué no pueden escoger el asiento, si es lo que se sobra en aquel lugar. Allí, describe, las bolitas son relativamente planas y ligeritas de peso. El chocolate es el sabor que goza el récord en rápida desaparición.
La visión contrastante en calidad y atención entre las heladerías estatales y particulares que revela José Luis en la ciudad de Cienfuegos, no es para alarmarse ni mucho menos, siempre que promueva la sana competencia, esa de la cual estamos tan necesitados en el comercio, la gastronomía y los servicios, y también en otros sectores de la economía.
Debemos ver esa competencia como una lidia de oportunidades y fortalezas, en donde triunfe el sentido de pertenencia, la correlación directa entre trabajo, devoción al cliente y excelencia de un lado, y la realización y estimulación por el otro.
Y, dicho sea de paso: el hecho de que en lo privado y cooperativo pueda lograrse una gestión más flexible y diversificada, superior en calidad y resultados, no implica que en esas formas de gestión, a lo interno, no se generen también contrastes, y que en la competencia inevitable los menos avezados de ese sector, esos que han perpetuado los peores vicios de lo estatal, fracasen en sus empeños.
Tampoco el Estado debe ceder todos los espacios económicos y renunciar a la experimentación descentralizada. Más bien la competencia de las nuevas formas de gestión debería promover la búsqueda de otros estadios y conceptos de la propiedad social, que permitan la autorrealización económica y el emprendimiento de colectivos y trabajadores, en franca convivencia con lo no estatal. Ojalá y así fuera.