Acuse de recibo
Magdalena Gómez Aguirre (Calle 18 No. 712, entre 7 y 9, Caibarién, Villa Clara) encabeza la carta denuncia que suscriben otras 29 personas de su cuadra, acerca de las molestias que ocasiona al vecindario la cafetería El Piropo de la cadena Palmares en esa localidad.
Significa Magdalena que esa cafetería realiza actividades propias de discoteca o algo parecido, siendo una unidad abierta, en una zona residencial, cuyo objeto social es vender alimentos y refrigerios. Pero genera un ruido ensordecedor con la música extremadamente alta, a cualquier hora del día y de la noche, con el uso de micrófonos, grupos musicales; a más de las luces que irradian hacia las viviendas más cercanas.
A ello se suma el escándalo que generan las personas que frecuentan el sitio; pues, según los vecinos, gritan, beben hasta la borrachera y dicen palabras obscenas en fiestas que concluyen a las dos de la madrugada, generalmente con una bochornosa riña.
En ocasiones, la Policía ha tenido que intervenir, ante el llamado de los vecinos; pero a veces se hace más prolongado y difícil el escándalo.
Asegura Magdalena que los vergonzosos episodios son conocidos por el Gobierno y otras autoridades municipales. Y relata que hace varios años, los vecinos hicieron una acusación en los Tribunales, pero el fallo fue a favor de la cafetería.
«Las autoridades en Caibarién —señala— no toman partido en el asunto, y eso nos da a pensar que en nuestro municipio falta autoridad, o falta voluntad. Quizá faltan ambas.
«No concebimos que esto esté ocurriendo en Caibarién, si en Cuba la salud es prioridad, el respeto al derecho ciudadano es ley; si se trabaja por el fortalecimiento de valores como el humanismo, el cuidado y preservación del medio ambiente.
«¿Cómo es entonces que el fin de recaudar divisas justifique el medio? ¿Cómo pensar que esta es una buena opción de diversión del pueblo, por lo que allí escuchamos a diario, por lo que allí se hace, de la forma en que siempre termina todo, y del daño irreversible que ocasiona a los vecinos?», concluye.
Esta historia se me parece demasiado a otras impunes historias vertidas aquí. Donde se afiance la impunidad ante esas indisciplinas, y no se respete el derecho ajeno a la paz, las víctimas de los desafueros se quedan solas con sus propios sufrimientos. ¿Y por qué tiene que ser así? ¿Hasta cuándo va a ser así?
Carlos Pérez Vergara (Serafín Sánchez No. 27-A, Vueltas, Villa Clara) es un ferviente defensor de la tradición que anima las Parrandas de esa localidad, que se celebran cada año el 11 de julio, con la eterna rivalidad entre los bandos de Jutías y Ñañacos.
Incluso, como buen hijo de Vueltas, comparte el placer de la belleza que provocan los juegos pirotécnicos y de fuego; pero considera que hay que poner la teja antes que caiga la gotera, o más bien la candela.
Lo que sí no comprende Carlos es por qué se permite el desafuero pirotécnico frente a un sitio tan delicado como la funeraria del pueblo, que merece respeto y paz por los momentos de dolor y consternación que se viven allí. «¿Cómo estarán esos familiares del fallecido, en esa última noche que estarán junto a él?», reflexiona Carlos.
El otro problema, según el remitente, es que los juegos pirotécnicos y el lanzamiento de fuego, en medio del entusiasmo de los festejos, siempre humedecidos por el alcohol, han traído destrucción y accidentes a los tejados con frecuencia.
El furor de los festejos, y los desafueros de la rivalidad típica de las Parrandas, no pueden llegar hasta el grado instintivo de convertirse en una amenaza para los propios habitantes que sustentan tan hermosas tradiciones.
Quizá las autoridades de Vueltas puedan despejar esta inquietud de Carlos Pérez, que puede ser la de muchos vueltenses, ya sean «ñañacos» o «jutías».