Acuse de recibo
Entrarle a la tierra y hacerla parir cuesta mucho. Se necesitan años de madrugadas y arado para que donde crece la hierba, fructifique el alimento. Y si después de eso los tesoros del sudor caen en saco roto, algo hay que hacer, y de forma urgente.
De estos tormentos bien conoce Enrique Suárez Rosales (Calle Maceo no. 63, Jiguaní, Granma), quien escribe a nombre propio y de otros campesinos pertenecientes a la cooperativa de créditos y servicios fortalecida (CCSF) William Soler Ledea, de su municipio.
Según cuenta Enrique, entre los productos contratados por la CCSF para el año 2010 se encontraba la frutabomba, por lo cual él inició sus aportes en abril. Pero ya en la segunda entrega planificada comenzaron los problemas, pues a pesar de la coordinación previa con el comprador de la cooperativa, el campesino recogió la fruta y esta no fue acopiada.
«Se quedó en el campo —relata el agricultor—, donde fue robada a pesar de toda la vigilancia que me vi obligado a realizar. La dirección de la CCSF, consciente de su responsabilidad, se comprometió a pagar el importe de este producto, lo que ha incumplido hasta la actualidad».
En mayo del presente año, Enrique sembró 0,50 hectárea de frijol caupí, para comprobar el comportamiento de este cultivo en sus tierras, pero siempre con el fin de vender la producción al Estado, mediante la CCSF. Para ello, el 22 de julio contactó personalmente con el comprador de la institución. Este, a pesar del compromiso contraído, jamás se personó a comprar los frijoles, evoca el remitente.
«Presenté mi queja ante las principales autoridades de la Agricultura en el municipio, entre los que se encuentran el Director de Acopio, el jefe de la nave de este mismo establecimiento y el Delegado municipal; todo resultó infructuoso… Se perdieron 460 libras de frijol, que hasta los momentos actuales nadie me ha pagado», recuerda Enrique.
El 3 de octubre pasado, el agricultor vendió a la William Soler 30 quintales de maíz seco, y transcurridos nueve días de la entrega, se apareció en la casa de Enrique el comprador de la entidad, para devolvérselos. Por supuesto, el campesino se negó rotundamente. Y su olfato no lo engañó.
Resulta que «al trasladar el producto para la Fábrica de Piensos no lo protegieron de la lluvia; cayó un aguacero y todo el maíz se mojó, razón por la cual no fue aceptado por la fábrica», supo después el labrador.
El 20 de octubre —prosigue Enrique— se reunió la asamblea general de la CCSF, con la participación de una funcionaria de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) del nivel municipal, y ante su reclamación se comprometieron a analizar el problema y dar respuesta el lunes 24 de octubre. Aún la espera.
Comenzó el atribulado hombre de campo, nuevamente, el trillo enyerbado de las reclamaciones. Transmitió su demanda a la ANAP, a la Delegación Municipal de la Agricultura, al Director de la Empresa Agropecuaria Jiguaní —a la que se subordina la William Soler— y a otras autoridades del municipio. Nada.
«Todas mis gestiones han sido en vano, pues nadie ha dado una respuesta al problema y sigo sin cobrar mi maíz… No es posible que los campesinos sigamos esforzándonos, con todo el sacrificio que demanda la tierra, y tengamos que resignarnos a no ver el fruto de nuestro agotador trabajo», se lamenta el granmense.
Y tras sus palabras este redactor solo puede pensar que, ante ciertas indolencias, debe defenderse a ultranza la sabiduría popular: «El que siembra su maíz…».