Acuse de recibo
El amor de abuelo es muy compasivo, pero también trae el arrastre del haber vivido mucho y olfatear la verdad y la mentira, de sopesar la justicia y la arbitrariedad. Por eso le cedo espacio a la señora Lucrecia María Coya, residente en General Miniett No. 511 ½, en el reparto Santa Bárbara de la ciudad de Santiago de Cuba.
Cuenta Lucrecia que su nieta, Millicent Jiménez estudió cuatro años en un tecnológico de Economía, y al graduarse la ubicaron para su adiestramiento como auxiliar de Contabilidad en la casa de tapado de Veguita, perteneciente a una empresa de la Agricultura, que la remitente no precisa.
La egresada llevaba ya nueve meses en su adiestramiento, y a finales de marzo le informaron que tenía que pasar a trabajar en el surco, recogiendo y sembrando tomate.
Lucrecia no entiende —este redactor tampoco— para qué entonces la joven se pasó cuatro años estudiando esa especialidad que tanto se necesita en los campos cubanos, y que no pueda ejercer lo que aprendió.
No obstante, la joven aceptó laborar en el campo, pero el pasado 1ro. de abril decidió dejar el trabajo, pues padece una patología, consistente en una carnosidad en el duodeno, que le impide hacer fuertes esfuerzos físicos.
Precisa la abuela que entonces, la directora, Coral Gil Griñán, le informó que no necesitaba a nadie más en el departamento de Contabilidad. Lucrecia decidió presentarse con su nieta en la Dirección Municipal de Trabajo para que le orientaran qué hacer, y quien le atendió, asegura, le respondió que «tenía que coger lo que le dieran, pues había otras personas que se habían quedado sin trabajo, y aunque fuera una adiestrada, se le aplicaba a ella también».
Lucrecia insiste en el caso de su nieta, porque particularmente ese núcleo familiar tiene dificultades económicas: sus padres son muy viejitos, y su hija, madre de
Millicent, lleva meses de certificado médico por osteoporosis.
Pero aun cuando el cuadro familiar debe sensibilizar a cualquiera, Lucrecia conoce una razón más que transparente, que ninguna administración puede permitirse desconocer: la dirección de este país decidió que, en el proceso de restructuración del empleo y desinfle de plantillas infladas, a los egresados en su etapa de adiestramiento laboral no se les puede dejar disponibles.
También habría que preguntar: ¿Por qué se decidió ubicar a la graduada allí si no se necesitaba? ¿Es justo alimentar el sueño de un joven cuatro años en una especialidad demandada por muchas entidades, para después desconocerlo y segregarlo? ¿La solución puede ser la tremenda, a punto de tronchar a un egresado? ¿Fue correcta la orientación recibida en la Dirección Municipal de Trabajo, la entidad que debe conocer la legislación al respecto?
Mabel Cepero, Yeni Fernández y Daniel Grillo, trabajadores de la librería Sol de Birán, de Varadero,Matanzas, alertan sobre el incierto futuro de esa institución cultural.
Refieren que, como es de conocimiento de las autoridades de Cultura en el territorio y la provincia, la librería carece de electricidad desde diciembre de 2010. Aun así, prestó servicio a la población un tiempo más; pero ya en estos tiempos, entre el calor y la falta de iluminación, más el humo de la parrillada del restaurante aledaño, hacen imposible laborar allí.
«También es conocido —señalan—, que se debía entregar el local, como segundo plazo, el 30 de marzo pasado. La mayoría de los libros están recogidos en cajas esperando el cambio.
«Nos preocupan los más de 100 000 pesos en inventario, la descomercialización de la librería (tercera en venta en la provincia) y el descontento de la población. Llevamos cuatro meses en esta espera».