Acuse de recibo
Sucedió en la pequeña tienda El Bazar, de la capitalina calle Monte, frente al mercado de productos agrícolas de la misma arteria, en La Habana Vieja. El 7 de mayo último Ileana Torres entró buscando un regalo para el día de las Madres. Le interesaba particularmente un reloj de pared.
«Después de casi hora y media de cola —narra la vecina de Salvador Allende no. 705, entre Árbol Seco y Subirana, Centro Habana—, cuando llegó mi turno le pido a la dependienta el artículo, pero le digo que, por favor, deseaba el que tenía en exhibición, con la fruta roja.
«Ella, en muy mala forma me dice que eso era en el otro mostrador, y que tenía que volver a hacer la cola —de más de 20 personas— porque, aunque era el mismo reloj, de precio idéntico, por tener el dibujo de otro color, tenía otro código».
La clienta le contestó que no era lógico, después de tanto tiempo esperando, iniciar otra vez la cola para adquirir el producto. Pero la empleada no entendió razones y comenzó a hablarle a gritos: «“Chica, tú vienes todos los días aquí y sabes que eso es así”».
Por supuesto, Ileana se molestó y le respondió que era una falta de respeto, y que ni siquiera era cierto que ella fuera frecuentemente a esa tienda. No había por qué soportar aquella grosería. Y pidió que por favor, le buscara al gerente.
Eran las 4:30 de la tarde y el gerente no se encontraba, evoca la remitente. Acudieron la contadora y el responsable del almacén. Este le dijo a la ofendida capitalina que no hiciera caso a la dependienta, quien, dicho sea de paso, continuaba vociferando: «“ahora sí no le voy a despachar, para que lo sepas…”.
«Tenemos derechos y hay que hacerlos valer, apunta finalmente Ileana. Debemos ayudarnos... Y cuando un personal no esté calificado, no podemos permitir que atienda a los clientes y dé una imagen totalmente equivocada de todos los trabajadores».
La capitalina Migdalia Hermida Campos (Ave. 33 no. 10224, entre 102 y 104, Marianao) estaba cansada de las caminatas. Cuando nos escribió hacía más de dos años que se encontraba comprando la canasta básica, como el resto de sus vecinos, en una instalación distante, pues su bodega (la 1549) había cerrado por el deterioro.
Contaba la remitente —cuya carta publicamos el 24 de abril pasado— que, tras muchos impulsos de los electores de la zona, comenzaron la reparación de la entidad. Sin embargo, el inmueble no podía terminar de reconstruirse si no se acometían trabajos en la vivienda ubicada encima de este.
Ocurría —según narraba— que la propietaria de la casa se negaba a la reparación. Y en la misiva de Migdalia no se aclaraban los motivos. Lo preocupante era que dicha actitud afectaba no solo a quienes la asumían, sino a toda la comunidad, que continuaba yendo a comprar sus productos básicos bien lejos.
Al respecto nos llegó la contestación de Raúl Rodríguez Suárez, director de la Empresa de Comercio y Gastronomía de Marianao; misiva que clasifica entre las más telegráficas recibidas en la columna. Transcribo todo su contenido:
«Respondiendo a la queja formulada en su sección Acuse de Recibo, con el título Dilatada solución, de la consumidora Migdalia Hermida Campos de la unidad 0210, bodega ubicada en 37, e/104 y 106, sobre filtraciones en el techo, en visita efectuada por nuestra empresa comprobamos que dichas filtraciones habían sido reparadas por los vecinos de los altos del inmueble y en estos momentos ese problema se había solucionado».
Francamente lo único que entiendo es que el problema está solucionado. Eso es lo principal y me alegra. Pero lamento que lo breve y abigarrado de la respuesta deje muchas lagunas en torno al caso. ¿En verdad los vecinos de encima de la bodega se negaban a la reparación? ¿Por qué? ¿Cuándo cambiaron de actitud? ¿Qué los impulsó a ello? Ah, el caso no se tituló aquí como lo menciona el directivo.
Reitero lo que otras veces hemos pedido: no se trata de que cada respuesta sea una enciclopedia de redacción y estilo, pero la claridad y la correcta explicación de los asuntos permiten el imprescindible diálogo ciudadano. Es todo.