Acuse de recibo
A fuerza de enfrentarnos a diversos entuertos, los cubanos solemos tener un «ojo clínico» para determinados malabares. Algo pillamos cuando intentan darnos chicharrón por carne, aunque este venga con la mejor fibra.
Al capitalino Carlo Alfonso Domínguez (Calle 17, esquina a M, edificio Focsa, apto. 10, Vedado, Plaza de la Revolución), le había parecido rara la diferencia de tamaños en los panes que habitualmente compra en la panadería ubicada en la calle K entre 17 y 15, próxima a su domicilio.
A mitad del pasado mes, habló con el jefe de turno de la unidad. Este le dijo que quizá era un error en el molde, y que no iba a ocurrir más. Disculpa aceptada.
A la jornada siguiente, volvió el cliente a percatarse de las diferencias de estatura en los nuestros de cada día. «Vuelvo donde está el jefe de turno para que me explicara y me sale en muy mala forma. Que si era yo otra vez, que ese pan estaba en su peso de 80 gramos, como dice la tablilla; que si quería uno mejor que lo comprara en el Silvayn.
«Le pregunté por el administrador y me dijo que no llegaba hasta las 9:00 de la mañana. En ese tiempo fui a la casa de un amigo que tiene pesa, para discutir con base... Nos dimos cuenta de que a cada pan le faltaban aproximadamente de 4 a 6 gramos».
Con elementos que probaban lo cierto de su sospecha, se presentó Carlo nuevamente en la entidad. Lo recibió Alfredo, el administrador. Cuando le explicó el motivo de su visita, este contestó que si ese era el problema, unos gramitos más o menos, que tomara otro pan de mayor tamaño y se fuera tranquilo para la casa.
El veterano le explicó que no, que ese no era el inconveniente, sino el alarmante síntoma de un hueco mayor. Y rápido Carlo aplicó la más elemental matemática para razonar que si en la bodega se venden panes para cientos de usuarios diariamente y a cada uno le faltan de cuatro a seis gramos, esto se traduce al final del día en kilogramos de ingredientes «sobrantes», es decir, desviados. ¿Y a dónde irían esos productos?
«Me contestó que ese no era problema mío, que me fuera para la casa si no quería pasar un susto».
El hombre, de 68 años, regresó a su hogar. Solo que su temperatura no le permitió quedarse callado. Y nos escribió.
¿Tiene alguien derecho a tratar así a un cliente que reclama lo que el Estado destina a cada cubano?
Y la segunda misiva de hoy es para dar a quienes hacen bien el insustituible tesoro de la gratitud. Trae un gesto que tiene la cualidad de reconocer a los que a veces menos estimulamos: nuestros colegas de profesión.
Sucede que el doctor Alejandro Vera Licea, especialista en Ginecobstetricia, quiere dejar en letras públicas su agradecimiento a los colegas que atendieron sus angustias cardíacas.
El granmense, residente en Narciso López No. 230, en Manzanillo, estuvo cinco días ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos de Cardiología del Hospital Carlos Manuel de Céspedes, en su provincia. Una insuficiencia coronaria lo puso en difíciles circunstancias.
Pero la profesionalidad y buen trato del equipo médico liderado por el doctor Frank Figueredo Hidalgo, le halló las mejores y más rápidas salidas a su padecimiento. Doctores como Natalio, el personal de enfermería, las pantristas y auxiliares, todos los que lo atendieron en la unidad, así como el personal de Cardiología del policlínico de especialidades del mismo centro, se gastaron con el paciente dos de los recursos inagotables de los seres humanos: la amabilidad y el cariño.
Y eso vale mucho.