Acuse de recibo
Los verdaderos maestros, no quienes ganan el pan repitiendo mecánicamente saberes, llevan una cátedra itinerante por la vida. Uno de esos educadores a toda hora, Zoraida Pérez, me cuenta que lleva más de 45 años en el magisterio, y revela su pesar:
Frente a su casa, en calle 113 No. 6403, en la ciudad de Cienfuegos, hermoseaba el entorno el Parque de la Amistad Cubano-Soviética, un sitio muy agradable, con césped, árboles, farolas y bancos. Sin embargo, hace ya bastante tiempo el parque ha ido desintegrándose. Lo olvidaron. Inescrupulosos de siempre sustrajeron bancos, tubos de las cercas y hasta las losas del camino. Luego un enfermo mental destruyó la tarja alegórica y sustrajo el busto de Martí.
Años después, se permitió erigir allí uno de esos establecimientos que venden bebidas y alimentos ligeros en divisas. Hoy los autos, carretones con caballos y motos invaden el césped. Pero el colmo es que ya varios vecinos lo utilizan como parqueo, y ahora se está construyendo en sus áreas una nueva cafetería. «Ese parque tiene historia, significado y valor patrimonial, sentencia Zoraida, actualmente está triste y seco».
Desde Chlirietstrasse 98154, en Oberglat, Suiza, escribe Yadira Gutiérrez Águila, una cubana que reside en ese país europeo, para agradecer al personal del Cardiocentro Ernesto Che Guevara, de la ciudad de Santa Clara, todo lo que hicieron para tratar de salvar de un aneurisma a su madre, Eloína Águila Pérez.
Menciona a los doctores Lagomasino, Raúl Dueñas y Yuri Medrano, y también al cardiólogo Alain Ramos y el angiólogo Arnel Alfonso, del hospital provincial Arnaldo Milián Castro.
La mamá, cuenta Yadira, fue al salón de operaciones con pocas esperanzas. Los cirujanos hicieron lo humano y lo divino por salvarle la vida, pero fue imposible. Aun así, desde la fría Suiza Yadira los lleva presentes en su corazón, como lleva a su tierra. «Saludos para los médicos que tiene mi patria, mi Cuba bella».
Milay Martín García (Calle 41 No. 4832, Cienfuegos), nos recuerda en su carta que hay muchas personas buenas y eficientes a la vuelta de la esquina. Y exactamente ella los tiene en su barrio.
La primera es Melany, madre de jimaguas y dependiente de la farmacia de calle 43 esquina a 50. Días atrás, Milay la observaba: «Atendía ella sola a los clientes, cobraba, localizaba medicamentos por teléfono y remitía a las personas a esos sitios. Era tolerante con los ancianos quisquillosos, pero a la vez ágil, respetuosa, seria».
El segundo es un joven llamado Jose, quien despacha en la placita de 48 esquina a 41. «Siempre está riendo, saluda y jaranea; pero es rápido en el despacho. Y no le roba una onza a nadie, mucho menos a los ancianos, a quienes respeta y escucha. No permite abusos ni acaparamientos. Es Jose el dependiente que quisiéramos siempre. Tuvo un accidente y los vecinos lo extrañamos, mas ya regresó con su alegría y seriedad».
El tercero es Jesús, el administrador de la bodega La Famosa, en calle 41 y 50: «Es de aquellos que mandan a llamar a los consumidores cuando se les olvida sacar la leche, que vence temprano. O hasta camina una cuadra para avisar que llegó el pollo de dieta y lo puedes perder. Saluda, mira a la cara y también sabe sonreír».
Milay ha sugerido mucho con esas tres viñetas, en una columna donde habitualmente la queja es la sazón y el picante. Hace falta dignificar todos los días a esos y otros excelentes. Hace falta estimularlos, de manera que no extravíen esas virtudes y perciban una gratificación concreta a sus decencias, respetos y esfuerzos. Hace falta diferenciarlos, con señales muy claras, de quienes han destrozado la imagen del dependiente.