Acuse de recibo
No se puede jugar con la confianza que brinda esta columna, y el clima de honestidad y transparencia que promueve. Lo digo a propósito de la queja de Yennis Jiménez (Acueducto 16-B, entre Capitán Ojito y Agüero, Aguada de Pasajeros, provincia de Cienfuegos), reflejada aquí el pasado 17 de diciembre.
Entonces, Yennis se cuestionaba por qué en la sucursal del Banco Popular de Ahorro (BPA) de su localidad hay tres locales para cajas con todos sus equipos, y solo trabaja una. Y señalaba que ello enlentece el servicio, a punto de desesperar a los clientes, quienes deben resignarse a sufrir lo mismo para cobrar una chequera, hacer una extracción o pagar un equipo por crédito.
La remitente, quien confesaba haber estado hasta tres horas en espera por ese motivo, se preguntaba: «¿Le estarán pagando solo a una cajera, la que trabaja; o a varias, aunque funcione solo una?».
Al respecto, responde José L. Alari, presidente del BPA, quien refiere que el propio 17 de diciembre directivos del BPA en la provincia visitaron a Yennis para esclarecer el asunto. De ese encuentro, con la respuesta se adjunta un testimonio escrito y firmado de puño y letra por ella, con el siguiente texto:
«Tengo que decirles que la situación esta no ocurrió con mi persona, que tampoco conozco si fue o no verdad, y cometí el error de prestar mi nombre en esta carta para enviarla al diario.
«Yo, como clienta, he recibido muy buen trato del personal que me ha atendido en ese establecimiento, recibiendo en su momento el trato merecido. He sido de hecho habitual, tengo cuentas y he realizado diferentes operaciones en esa sede. Tengo las mejores opiniones de ese centro».
En la respuesta de Alari, se consigna que, «verificado en la sucursal bancaria, el comportamiento del servicio se ha mantenido cubierto al ciento por ciento, con excepción de la primera quincena de octubre (no coincide con la fecha de la lectora), cuando se presentaron varios certificados médicos de trabajadores de esa oficina, originados por procesos virales que afectaron a ese municipio, lo que en todo momento se informó a los clientes».
Esta columna siempre confía en quien le escribe, y solo intenta establecer y reforzar puentes de comunicación para que, cada día, se deshagan los entuertos que nos rodean. Esa confianza no debe ser burlada. El respeto que sentimos por nuestros lectores debe ser recíproco. Por suerte, la gran mayoría de quienes recalan aquí con sus asuntos, hablan claro, y luego sostienen sus criterios. Como debe ser. Un pequeño fiasco como este no amilana nuestra voluntad de seguir acompañando al ciudadano en sus asuntos cotidianos.
Claudio Rodríguez (Calle 160 No. 6522, entre 65 y 69, La Lisa, Ciudad de La Habana) me escribe muy dolido, y asegura que lo hace también en nombre de otros compañeros que se encuentran en el mismo caso.
Cuenta que él labora en la Empresa Editorial Poligráfica Félix Varela, y ante el llamado para reforzar los programas docentes de Secundaria Básica, debido al déficit de profesores, él fue uno de los que dio el paso al frente el pasado mes de abril, para integrar el Contingente que cumplirá labores magisteriales por dos años. Se han preparado con interés, y están ahí en la primera línea. Sin embargo, «al parecer algunos centros de trabajo, como el mío, nos consideran un numerito de cumplimiento…», afirma.
La prueba fue dura. El pasado 22 de diciembre, Día del Educador, transcurrió sin que desde su centro de trabajo sonara apenas el teléfono para felicitarlo, por el reto que ha asumido. «¿Por qué somos objeto de tanta indiferencia y despreocupación? ¿Es que acaso ya no somos trabajadores de esos centros, de los cuales salimos a cumplir con tan sagrado deber?», pregunta Claudio.