Acuse de recibo
La palabra del suministrador debe ser sagrada, cuando ofrece garantía de por vida. Pero la palabra a veces es volátil, y se quiebra. Eso lo sabe Evidio Hernández, vecino de Serafín Sánchez número 20-B, en Santo Domingo, Villa Clara. En abril de 1996 él compró un televisor a colores Gold Star al precio de 469 dólares en la tienda La Casa Grande, de CUBALSE en esa localidad. Y se le ofreció con el equipo la garantía de por vida. A los cinco años, el televisor presentó problemas, y él lo llevó a Santa Clara, a Copextel. Allí, un funcionario de apellido Paneca ratificó ese tipo de garantía vitalicia (el cliente conserva el documento garante, con cuño de Copextel). Y se lo repararon. Le dijeron que ante otro desperfecto, los mecánicos irían a su casa a solucionarlo, sin costo alguno. Así sucedió en dos ocasiones más. Pero hace unos pocos meses volvió a averiarse el equipo, fueron los mecánicos, llevaron el Gold Star a Santa Clara, pero Evidio tuvo que pagar el arreglo (13 CUC y 17 pesos), «porque los nuevos funcionarios no consideran legal la garantía de por vida». Volvió a averiarse el equipo en estos días, y Copextel mantiene la misma posición: de por vida es el arreglo, pero hay que pagarlo, y llevar el equipo. «Estimo que fui engañado. ¿Qué culpa tengo yo de cualquier variante?», cuestiona Evidio.
Una mano para el puente de hierro: Armando Bolaños vive en calle 36 número 1709, en el municipio capitalino de Playa. Él aquilata por experiencia propia la importancia del modesto puente de hierro de la calle 11, que sobrepasa al río Almendares, y alivia la presión de tráfico sobre los dos túneles, al extremo de que más de una vez ha salvado la comunicación de choferes, ciclistas y peatones entre ese municipio y Plaza. A Armando le preocupa el «deplorable estado» en que se encuentra esta pintoresca instalación, que ha resistido el paso del tiempo, pero ya muestra sus mataduras. «¿No es posible arreglarlo un poco, darle una pinturita y ponerle luces de alumbrado público para que no sea tan peligroso cruzarlo de noche?», pregunta.
La sangre conmueve: El 7 de febrero pasado, Eulalia Zeida Morales creyó irse de este mundo mientras manaba abundante sangre, por un accidente imprevisto. Y la sangre estremece y une. Eulalia pudo, «de una manera rápida, amorosa, muy ética, humana y profesional», recuperarse y volver a su casa y a los suyos, gracias a muchas personas: el doctor Sayán Miranda y la enfermera Martha Beatriz, de la posta médica 42, de Regla, en la capital, que le brindaron los primeros auxilios. Gracias a aquel anónimo solidario que en su automóvil particular la trasladó luego al policlínico Lidia y Clodomira, donde la atendieron excelentemente. A los de la ambulancia, que la llevaron al Hospital Ginecobstétrico de Guanabacoa, a los médicos de allí y las enfermeras, auxiliares y personal de servicio que la atendieron en el cuerpo de guardia de ese hospital y en la sala de prepartos. A la doctora María Eugenia, de la posta médica 36, del barrio de Eulalia, en Regla, quien ha estado al tanto de ella sistemáticamente. Y a su amiga y vecina Isabel, que acudió solícita al hospital a llevarle ropa suya, y a acompañarla. A todos los vecinos y amigos que han sido su familia en estos días, pues no tiene cerca su familia. Cubanos en primer plano, diría este redactor, por encima de sus propios problemas...
De feria los golpes bajos: Maritza Margarita Arteaga lanza su inconformidad desde San José 669, entre Gervasio y Belascoaín, en Centro Habana. Dice la señora que hubo quien le aconsejó que no escribiera a esta sección, porque total, nada iba a suceder y todo seguiría igual. Pero Maritza Margarita confía en que los asuntos destapados aquí, dan más argumentos a los ciudadanos para defender sus derechos, y presionan sobre entidades y administraciones para que rindan cuentas a la opinión pública. Y aterrizando ya, a Maritza Margarita le preocupa seriamente el que las ferias del agro, esa salvación al bolsillo del consumidor cuando comenzaron, se han ido convirtiendo en ferias de revendedores, burladores de precios, transgresores de precios o de normas. Y lo más extraño, según la señora, es que los consumidores sufren mucha indefensión, pues muchas veces brillan por su ausencia los inspectores. Maritza Margarita lanza una de las preguntas más difíciles que se hayan hecho aquí. «En este 2008, ¿cómo nos podremos salvar de tantas agresiones?».