Acuse de recibo
Osvaldo Mora tiene 68 años, pero no se olvida de que fue adolescente, y luego un joven con deseos de disfrutar la plenitud de la vida.
El lector reside en calle Séptima número 11129, apartamento 6, entre Primera y E, Altahabana, municipio capitalino de Boyeros. Y él me escribe porque observa la aridez de recreación que sufren los muchachos de esa edad.
Lo ha planteado hace mucho tiempo en asambleas de rendición de cuentas de su circunscripción y en otros espacios: los jóvenes tienen necesidad de sitios en los barrios donde bailar y recrearse. Pero nunca ha tenido respuesta al respecto.
Refiere Osvaldo que en ese barrio hay una instalación que fue creada con esos fines, pero luego fue cerrada. Hace tiempo que está deteriorada y abandonada, pues una mínima parte se está utilizando como Casa de Cultura. «El lugar es bello, señala. Las viviendas más cercanas están a más de 200 metros de distancia, y son muy pocas. A ese sitio, cuando se creó, se le llamó La Tómbola».
Pero ya todo está muerto. «Cuando alguien aquí en Altahabana pone un equipo de música con mucho volumen, se llena el lugar de jóvenes», señala.
Osvaldo refiere que, según los comentarios del barrio, el local fue clausurado y abandonado porque se registraban allí muchos altercados. Y, en consecuencia, se pregunta si los maleantes son los que gobiernan en esa zona. Esa es la pregunta que podríamos hacernos cada vez que desaparece cualquier proyecto recreativo con el pretexto de que promueve la indisciplina social. Así, se han matado los bailables en La Habana.
La segunda misiva es una queja sobre los servicios gastronómicos en divisas, y la envía Osvaldo Núñez Montes de Oca, residente en San Leonardo 262, apartamento 4, entre Serrano y Durege, Santos Suárez, en el municipio capitalino de Diez de Octubre.
Cuenta Osvaldo que el pasado 20 de enero, con motivo de su cumpleaños, fue con su esposa al restaurante La Casona, en calle 17, frente al Focsa, en El Vedado, específicamente al área de la parrillada.
La especialidad allí es el arroz con pollo que, según la carta, consta de medio pollo, petit pois, pimientos y el arroz, por supuesto. Antes valía 3.50 CUC y ahora 4.50. El plato se sirve a la orden, por lo cual demora unos 45 minutos.
Pasado ese tiempo, cuando trajeron el pedido, y recordando una ocasión anterior en que visitaron esa unidad, repararon en que apenas tenía pimientos. Y el pollo tenía solo un muslo.
Osvaldo llamó al camarero y le planteó que era la segunda vez que allí se sentían engañados. Y aquel les manifestó que había un error en la carta, y había que subsanarlo. Y el cliente le dijo que no concebía eso en un plato que es la especialidad de la casa.
Finalmente, el camarero retiró el plato y se dirigió a la cocina. Al poco rato, retornó y le dijo que, según el cocinero, no habían entrado a la unidad pollos enteros, y que si no estaba de acuerdo, que solicitara se le retirara el plato.
Claro, Osvaldo le ripostó que no comprendía, pues si no entraron pollos «enteros», bien podrían situar en el plato cuatro muslos. Pero, incluso, había pechugas que se ofertaban en la carta en otra sugerencia.
Al final, la celebración del cumpleaños de Osvaldo se convirtió en un disgusto, «por la impotencia de sentirme robado».
El remitente considera que «el Estado revolucionario debe tomar medidas muy serias» con respecto a la fiscalización de esas irregularidades que tanto daño hacen a los ciudadanos.
Uno se pregunta hasta cuándo los raídos bolsillos de los ciudadanos tendrán que sufrir tales engaños, desatados lo mismo en pesos que en convertibles. ¿No sería más lógico y justo que quienes laboran en ese giro —quizá desestimulados por los salarios— buscaran el plus con la propina que genere la excelencia y exquisitez de sus servicios? Engaños y engaños al consumidor. Engaños evidentes, burdos. A la vista de todos.