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Carlos Martí Santos, el de las rectas al medio

Nunca lo he visto reclamar para sí premios ni puestos, pero hoy no hay en los campeonatos cubanos nadie más experto que él, y aunque no lo diga, lo sabe

Autor:

Norland Rosendo

Hay palabras muy fuertes, que duelen al oído. Hay palabras que estremecen. Y hay realidades que las llevan, aunque duelan y estremezcan.
 
El fin como director de equipos de Carlos Martí Santos, el timonel con más juegos ganados en la historia del béisbol cubano, el más dorado en los últimos años, está, según sus propias palabras «al doblar de la esquina», y lo dijo con los ojos húmedos, no sé si de tristeza o de dolor.
 
Yo pienso que de ambas: de una vida entera dejada en los terrenos de béisbol supongo que no sea fácil despedirse con una sonrisa, y si en el ocaso de tu carrera, cuando más lauros acumulas y más puedes aportar, te obvian dejándote fuera de lo que por derecho te has ganado, duele, y duele mucho.
 
Nunca lo he visto reclamar para sí premios ni puestos, pero hoy no hay en los campeonatos cubanos nadie más experto que él, y aunque no lo diga, lo sabe.
 
Nada más justo, digo yo, que haber sido llamado al cuerpo técnico del Clásico Mundial de Béisbol. Hablamos de un hombre que ni en los momentos más duros de su vida ha dado la espalda a los campos de juego. A sus casi 74 años, dirige y gana.
 
Cuando a uno se le atraviesan tantas verdades y desilusiones dice palabras que, sopesadas con la almohada fríamente, quizá no dijera, y por ellas no debiera ser juzgado.
 
A Carlos Martí Santos hay que escucharlo, sale al campo de la vida sin curvas ni cambios de bola. Aprendió a tirar rectas al medio, que suenan duro en la mascota porque son lanzadas con responsabilidad, compromiso y ética.
 
No hablo de un santo, aunque lo lleve por apellido. Él es un hombre setentón, que bien pudiera estar cómodamente en su hogar, que tiene sus resabios y sus hábitos; que se jacta de no haber sido jamás perfecto, pero sí consecuente y ciegamente enamorado, como un loco de remate, del béisbol cubano.
 
Este sábado, en vísperas de la definición del campeón de la Liga Élite, fue el mismo Carlos de siempre cuando de dejar la verdad desnuda se trata.
 
Porque la verdad solo es bella sin afeites, pura, con sus arrugas y mordidas. Para que sea la verdad. Verla así, a veces duele. Y nuestra Liga se merece una segunda versión más de élite.
 
Leamos en sus palabras lo que puede servir para crecer, mejorar. De los contextos, veamos también el más inmediato al hombre, con sus tristezas y sus dolores.
 
Si su final como mentor está al doblar de la esquina, el de nuestro béisbol no, y eso quiso decir él, y lo dijo.

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