Cuba ganó la versión XXII de los Juegos Centroamericanos y del Caribe con justicia, pero la próxima cita, pactada para la ciudad colombiana de Barranquilla dentro de cuatro años. Autor: Ismael Francisco Publicado: 21/09/2017 | 05:59 pm
Se sabía que la victoria sería difícil, en medio de un escenario sumamente complejo. Incluso, no fueron pocos los que tildaron de temerario el propósito de regresar a casa con el mayor botín a cuestas. Se imponía la cautela, por el simple hecho de guerrear en patio ajeno, de llegar al campo de batalla con un reducido «ejército» y con la imposibilidad de luchar en todos los frentes.
Por estos motivos, y otro puñado de detalles más, el triunfo del movimiento deportivo cubano tiene visos de proeza. Porque los anfitriones superaban ampliamente en número a la delegación de la Mayor de las Antillas; porque convocaron a muchas pruebas que no aparecen en el calendario olímpico para aumentar sus opciones, al tiempo que faltaron otras —casi siempre por déficit de aspirantes— en las que Cuba partía como clara favorita; porque diseñaron un calendario que les garantizaba el liderazgo durante casi todo el certamen, tal vez pensando en el efecto psicológico que pudiera tener en sus rivales.
Casi incuestionables, por tratarse del interés de los organizadores, pero esas fueron las reglas del juego en Veracruz. Y allí, contra viento y marea, Cuba regresó al trono que le pertenece desde la edición celebrada en Panamá hace 44 años, y que había dejado vacante en dos ocasiones por razones extradeportivas.
Hace mucho más meritoria la labor de los atletas cubanos, la notable juventud de los miembros de la delegación, la inmensa mayoría debutante en estas lides. Tranquiliza saber que el relevo generacional puede estar garantizado, si se trabaja con inteligencia, coherencia y responsabilidad.
Ahora bien, regocijarse con tan ansiada y merecida victoria más de lo recomendable, sin calibrarla en su justa medida, puede terminar siendo contraproducente, y ejemplos de estos peligros ya tenemos bastantes.
Reconfortante, por su trascendencia, fue el triunfo del béisbol, y más extraordinaria resultó la hazaña de nuestros futbolistas, de quienes se seguirá hablando hasta una nueva sorpresa, porque esta pudiera no ser la última.
Impresionantes fueron las faenas de los casi invictos boxeadores, de los ciclistas en el velódromo de Xalapa, de los remeros en la Laguna Mandinga, y también de los tiradores, aunque el nivel de exigencia y otras cuestiones organizativas no propiciaran sus mejores marcas.
Alentadores fueron los resultados de la gimnasia artística, y sobre todo del atletismo, pues del campo y de la pista emergió la mayor cosecha de títulos, y la fuerza impulsora para la necesaria remontada final. Muy disfrutado fue el éxito de nuestras baloncestistas y balonmanistas, pero igual suerte no pudieron correr los muchachos, mientras que volvía a quedar en evidencia que el camino de recomposición del voleibol parte desde la base, desde recuperar el sitio en el entorno más cercano, porque en este y otros deportes, hemos cedido terreno.
En fin, destacables fueron los desempeños de todos, campeones o no, porque cada uno de ellos se entregó al máximo en pos del objetivo común.
Cuba ganó la versión XXII de los Juegos Centroamericanos y del Caribe con justicia, pero la próxima cita, pactada para la ciudad colombiana de Barranquilla dentro de cuatro años, será otra batalla, tal vez más cruenta, quizá con más obstáculos a los que sobreponerse.
No se trata de pesimismo y mucho menos de aguar la fiesta. De todo lo sucedido en Veracruz —lo bueno y lo no tanto— hay que sacar lecciones y atender las necesarias alertas. Allí, la reconfiguración del medallero, ya con todos los actores sobre el escenario, se hizo más notable que nunca. Es evidente que ningún certamen se parece a otro, pero la ventaja de más de 30 cetros que sacamos a México en Cartagena de Indias en 2006 se redujo solo a ocho en esta ocasión.
Otras naciones, como Colombia y Venezuela, mostraron una vez más su sostenido crecimiento, mientras que delegaciones como República Dominicana, Puerto Rico y Guatemala añadieron mucho brillo a la confrontación. Es el resultado de múltiples factores, que van desde la colaboración de entrenadores cubanos hasta los incentivos para los deportistas en esos países. La tendencia de ese complejo panorama no tiende a variar.
Por eso, disfrutemos con orgullo lo hecho por nuestros deportistas, recibámoslos con el honor que se merecen y concentrémonos en todo lo que se debe mejorar para que sigan siendo nuestros héroes. Ellos ganaron una importante batalla, pero todavía les queda mucha guerra.