Trigoura actualmente con 74 años. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:03 pm
Llegamos a tiempo, aunque parecía imposible, pues la entrevista se produjo en uno de esos días sin respiro en la piquera del periódico. Faltaban diez minutos para las diez de la mañana —la hora concertada—, y ya Jorge Trigoura Alemán estaba sentado en el portalito de su casa del reparto Chibás, en Guanabacoa.
Allí conversamos cómodamente sin ningún protocolo, porque los cubanos siempre tenemos algún pie forzado para hablar de pelota. Sobre todo en estos tiempos que corren, cuando tantos fantasmas merodean por los estadios.
Debo confesar que nunca vi jugar a Trigoura. En cambio, lo recuerdo sentado en el banquillo de aquellos Industriales que salieron campeones en la serie de 1991-1992.
Entonces ya no tenía siempre la sonrisa que veo en las fotos de archivo. Acaso porque la pelota primero se goza y después se sufre, como tantas cosas de la vida.
«Nosotros aprendimos a jugar en la calle, fijándonos en los peloteros que participaban aquí en la liga profesional. Nadie nos dijo cómo hacer las cosas», cuenta despacio, pero sin titubear.
«Por eso quiero hablar primero sobre la necesidad de rescatar el trabajo en la base, con los muchachos. Tiene que haber guantes, pelotas, bates y terrenos. Ya ni quedan placeres y apenas hay dónde jugar.
«Además, los muchachos tienen un horario muy cerrado en la escuela. Ahora mismo oscurece temprano y casi no pueden practicar. En la masividad está la calidad».
—¿Cómo llega al béisbol organizado?
—El primer campeonato que jugué al duro, como se dice, fue en Regla, porque yo soy reglano. Empecé en la receptoría, pero me dieron un pelotazo donde tú sabes y dejé esa posición para colarme en tercera base. Eran los años 52 o 53.
«Después fui con el equipo a Matanzas y para mí aquello era lo más grande, pues teníamos uniforme y todo. Imagínate que cuando me regalaron los primeros spikes yo iba con ellos a todos lados, hasta a la bodega.
«Después estuve con el equipo de Regla en la liga amateur, con 18 o 19 años. Ganamos el torneo y me llevaron como refuerzo a El Salvador.
«Allí estuve bien al bate y cuando regresamos me perseguían los scouts, hasta fueron a mi casa. Había uno que se llamaba Napoleón Heredia, si mal no recuerdo, que era de Matanzas y pertenecía a los Piratas de Pittsburg. Pero yo quería trabajar y no ser jugador profesional. Además, era único hijo y no quería dejar a mi familia para irme a Estados Unidos.
«Después pasé por la liga de Quivicán y la de Pedro Betancourt. En Quivicán fui “champion” jonronero y máximo impulsador. Hasta di tres jonrones en un juego».
—Entonces vino el mundial de 1961…
—Tuve la dicha de vestir el uniforme del equipo Cuba para ese torneo, celebrado en San José de Costa Rica. Eran los días del ataque a Playa Girón y expresamos nuestra disposición de cambiar los bates por fusiles. Pero nos dijeron que nuestra misión era ganar el torneo y así lo hicimos. Fue un escenario muy hostil con nosotros. Lamentablemente, se habla poco de aquello.
—Después llegaron las Series Nacionales. ¿Cómo fue aquel primer campeonato?
—Bueno, se decía que era imposible sustituir al campeonato profesional y a los emblemáticos equipos de Almendares, Habana, Marianao y Cienfuegos.
«El primer año ganó Occidentales con un equipazo que arrolló. Se llenaron los estadios y hasta hubo que poner sogas afuera para contener a la gente.
«En la tercera serie fui líder jonronero con tres jonrones. Pero entonces el pitcheo era violento con solo cuatro equipos».
—¿Cuándo se convirtió en manager?
—Empecé a dirigir con el equipo Habana en 1972 y me asesoraban los mentores viejos. Para mí el mejor director que ha tenido Cuba es Ramón Carneado. Recuerdo que un día toqué la bola con Medina y me salió bien, pues ganamos el juego. Pero Carneado me dijo que él nunca haría eso, pues Medina era un hombre de fuerza y convenía dejarlo batear con hombres en bases. Más nunca hice algo parecido.
«En 1974 gané cuatro campeonatos. Primero fue con el Habana, pero luego hubo una serie de estrellas y escogimos algunos refuerzos como Marquetti, «Navajas» y Anglada. «Fue una serie de siete juegos contra una selección del resto del país. Perdimos los tres primeros y ganamos los cuatro restantes. Recuerdo que en el partido decisivo estuvo Fidel.
«Después dirigí el equipo nacional juvenil y triunfamos en Venezuela. Finalmente, regresamos a Cuba y ganamos la serie de la amistad. Tuve la dicha de que se jugaron cuatro torneos y los gané todos.
«Luego estuve dos series con Metropolitanos y después me mandaron como ayuda técnica a Matanzas. En 1977 Citricultores ganó el campeonato nacional con Juan Bregio como manager. Pero me pidieron a mí que dirigiera a Matanzas en la Selectiva. Lo hice sin estar de acuerdo. Si hubiera sido pelotero no me habría gustado que viniera nadie de otro lugar a dirigir la Selectiva.
«Al año siguiente estuve con Henequeneros en la Serie Nacional, pero tampoco fue una buena experiencia.
«Entonces quise irme para un lugar distante y fui a trabajar al Cotorro. Allí atendí el deporte social desde el año 80 hasta el 91 cuando me llamaron de nuevo para dirigir a Industriales.
—¿Fue distinto dirigir a Industriales?
—Claro, tuve más presión. Me sentí muy orgulloso cuando me llamaron. Los muchachos jugaron extraordinariamente y ganamos el campeonato.
«Antes de la serie siguiente fuimos a México para un torneo de clubes campeones. Pero llovió mucho y apenas pudimos entrenar. Las cosas no salieron muy bien y en el campeonato cubano tampoco. Fuimos terceros.
«En la otra temporada nos falló el pitcheo al final contra Villa Clara y perdimos a Vargas para los juegos decisivos por un golpe en una pierna. En general aquello fue terrible. De todas formas recibimos felicitaciones y hasta nos hicieron una actividad en Tropicana. Pero yo dije que no me interesaba celebrar segundos lugares.
«Al siguiente año comenzamos a practicar y tras unos 15 días de entrenamiento me llamaron para decirme que yo no iba a dirigir a Industriales. Ya habíamos hecho el equipo y estábamos perfilando la estrategia. Me sentí tan mal que todavía pienso en ese momento como el peor de mi vida.
«Yo le debo todo a la Revolución, incluyendo bienes sagrados como la casa y el carro. Pero algunos que han dirigido el deporte no tuvieron buenos métodos».
—Ya en esos años se jugaba una pelota diferente. Ahora también, a tono con los tiempos modernos. ¿Cuáles son las diferencias esenciales entre una época y otra?
—Son bastantes, casi no se puede comparar una pelota con otra. En nuestra época se defendía mucho la camisa. Ahora también, pero los atletas juegan pensando primero en hacer méritos para el equipo Cuba.
«Ahora el juego es más noble en algún sentido. Por ejemplo, casi nadie rompe un doble play. Si te pegan una pelota empiezan las miraditas y las palabras.
«Antes, si dabas un jonrón, sabías que en el siguiente turno te podían golpear y debías andar con cuidado. Eran leyes no escritas. Ahora por cualquier cosa hay un conato.
«Ya no se juega casi en los municipios y los atletas tienen más condiciones. Nuestros dormitorios eran muy malos y estaban en los propios estadios. A veces los muchachos lavaban y desde el terreno se veían todas las camisas colgadas. Todo eso ya se superó».
—Usted mencionó lo de las bolas pegadas y las protestas. ¿Qué puede hacer un director para controlar a los atletas que se van de rosca, por así decirlo?
—Cuando yo dirigía tenía una ley establecida para esos casos: a mí me podían botar de un juego, pero no a los atletas porque ellos hacen falta en el terreno. Si un árbitro expulsaba a alguno, además de los dos juegos de suspensión reglamentaria yo los sancionaba por dos partidos más. Él único que podía discutir era yo. Ahora los muchachos se alteran demasiado.
—¿Cómo manejaría las cosas si le hubiera tocado dirigir con la actual reglamentación del pitcheo?
—Ahora los directores tienen que sacar muchas cuentas con el pitcheo, pero se cuidan los brazos. Antes un lanzador trabajaba hoy y mañana de nuevo si era necesario. Había relevistas natos como «Guagüita» López, pero eran excepciones. Esta es una pelota científica y esa es otra diferencia con nuestra época.
—¿Se sufre mucho como director?
—Yo nunca he escuchado a nadie reconocer que un director de equipo ganó este o aquel juego. En cambio, los pierden todos. Siempre hacen algo mal: que si no tocó, que si trajo a fulano y debió venir mengano, en fin, cuando eres manager sabes que te pones el traje de perdedor desde el primer día.
«El manager debe tener un ciclo de trabajo y no puede ser el último en enterarse de que va a dirigir a un equipo. Hay que decirle: tú vas a trabajar tres años como mínimo aquí.
«Mi amigo Héctor Hernández, por ejemplo, lleva varios años al frente de Holguín contra viento y marea. Así debe ser. A fin de cuentas, el mentor no batea ni pitchea y ninguno quiere perder un juego.
—¿Qué hace Trigoura en la actualidad?
—Más o menos lo mismo que todos los viejos: hacer mandaditos y estar tranquilo en la casa con mi mujer. Tengo 74 años. Nací el 19 de abril de 1936.
—Pero la gente todavía se acuerda de usted, ¿no?
—Creo que sí. Al menos de mi nombre, porque con estos años pueden no reconocerme físicamente. Lo compruebo cada vez que debo identificarme por algo. Eso es muy bonito.
—¿Disfrutó su retiro oficial?
—Sí, fue en el estadio Alberto Álvarez de Regla, mi municipio, y lo recuerdo como algo muy bonito. Me dieron tremenda sorpresa y participaron todas las organizaciones de masas y empresas del territorio.
—Lástima que no exista el Salón de la Fama del béisbol cubano...
—Debe existir un Salón de la Fama, un museo, o como se llame. A veces me llaman para preguntarme quién era el coach que trabajó conmigo en tal año, porque nadie sabe. Han sido muchas figuras y algunos andan olvidados por ahí.