Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Échame a mí la culpa

Como dice el chachachá: «todo en esta vida, se sabe, sin siquiera averiguar»

Autor:

Jorge Alberto Piñero (JAPE)

 

Es una debilidad humana, o quizá, un rasgo muy negativo que, sin duda, está vinculado con la envidia o la justificación ante la imposibilidad o la incapacidad. 

Existe una moraleja de un cuento popular que lo encierra todo: Uvas, pero verdes. Se trata de aquella historia de una zorra o raposa (y no dije rabosa, aunque se tratara de la zorra), que encuentra una parra levantada a una altura mediana y de la cual colgaba un bello racimo de uvas verdes. La zorra trató por mil maneras de alcanzar el jugoso manjar, pero todos sus intentos fueron infructuosos, y nunca mejor dicho tratándose de frutos. Finalmente, a modo de justificación y como consuelo, desistió mientras decía con todo el desprecio del mundo: «Para qué malgastar mis fuerzas si total, son uvas, ¡pero están verdes!», y se alejó.

Son muchos los ejemplos cotidianos que se ajustan a esta parábola, pero quiero hacer el paralelo con algo que no ha dejado de ocurrir desde que el mundo es mundo, en particular, al género masculino. 

Desde que era un adolescente mis amigos, en algunas ocasiones, cuando aparecía una chica despampanante (léase exactamente eso: despampanante), que no hacía caso a nuestros piropos e intenciones, simplemente, tratábamos de buscar algún aspecto negativo (porque algo malo tenía que tener) para justificar la derrota y el evidente despecho. Entonces era cuando tratábamos de ver si tenía algo en desventaja: un ojo extraviado, una nalga más grande que la otra, los pechos pequeños, inclusos los había mucho más imbéciles e incisivos que exponían la posibilidad de caspa en la cabeza, halitosis o algún hongo en los pies, aunque nunca la hubieran visto descalza. Lo importante era encontrar una justificación para desistir sin asumir la derrota o, simplemente, reconocer que hay, pero no te toca.

El chachachá que habla de la hermosa chica de Prado y Neptuno es un buen ejemplo de lo que estoy hablando. Los supuestos rellenos de La engañadora, fueron la justificación que esgrimieron hombres sin recursos y mujeres celosas, para anular la leyenda de la simpar y bien repartida muchacha. 

Luego vino la silicona y muchos se debatían entre si aquellos jugosos (como las uvas) y prominentes atuendos femeninos eran de carne y hueso, o sea originales, o si simplemente había un alto porciento de cirugía y polidimetilsiloxano, uno de los componentes más comunes de la silicona.

Como dice el chachachá: «todo en esta vida, se sabe, sin siquiera averiguar» y, más allá de la información real, ha surgido un nuevo elemento a quien culpar cuando a priori vemos que no hay chance alguno. 

Esta vez no admite discusión, porque ya es irracional lo alcanzado por esta muy novedosa modalidad que se ha adueñado de nuestras vidas para bien o para mal. Lo pude constatar cuando le mostré a un amigo la foto de una admiradora que está «echando humo» y, sin apenas inmutarse, ni plantear dudas o mostrar el más corrosivo celo, me dijo: «Eso es inteligencia artificial».

 

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