María Elena Llana. Autor: LAZ Publicado: 05/12/2024 | 10:35 pm
«Lo que hoy hacemos en los periódicos es lo que se va a recoger mañana cuando se analice toda nuestra etapa».
Nuestra invitada de hoy a la sección de Los Regañones es una mujer que, sin dudas, ha tenido un largo y prolífero camino en la prensa, la literatura, la televisión, la radio… y en todo cuanto se ha propuesto laborar. Con excelencia y notable profesionalidad ha encumbrado una obra que, aunque no podría decir que es una humorista confesa, sí puedo afirmar que el humor forma parte de su lenguaje, y de su narrativa siempre vestida de una suspicaz mirada y un toque satírico.
María Elena Llana nació en Cienfuegos, el 17 de enero de 1936, y con apenas cuatro años su familia se trasladó a La Habana. Realizó estudios inconclusos de artes plásticas en la Escuela San Alejandro y en 1958 se graduó como periodista en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling. Desde entonces, y hasta principio de la década de los 90, María Elena trabajó en periódicos, revistas, radio, televisión y en la agencia informativa Prensa Latina, y fungió durante esos años como redactora de mesa, titulista, reportera, cronista, crítica de teatro, radio, televisión, plástica y literatura, así como especialista en temas de política internacional.
Laboró en los periódicos Revolución, La Tarde, La Calle, y realizó reportajes para las revistas Pueblo y Cultura, y Cuba. Entre tantas experiencias laborales, su presencia también se hizo notar en publicaciones periódicas de humor gráfico como El Pitirre y Palante, en los que dejó su impronta hilarante y reflexiva.
Sería realmente muy extensa la lista del currículo de esta narradora, periodista, guionista de radio y TV, profesora de periodismo y de técnicas radiofónicas, y que, como bien se comenta en algunos sitios de internet, «es considerada una de las más importantes cuentistas cubanas contemporáneas». Su obra ha sido recogida en antologías dentro y fuera de Cuba, y traducida a varios idiomas. Casas del Vedado, su segundo libro, recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1984, y fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura en 2023.
Su amplio recorrido por la prensa cubana e internacional sería imposible resumirlo en este breve espacio; así como los premios y distinciones recibidos por su obra, que constituye un baluarte de la cultura y la nación cubanas.
María Elena Llana también se ha destacado en la docencia en nuestro país y en buena parte del mundo. Eterna enamorada de la radio, a la que dedicó, además de su trabajo en diversas proyecciones, importantes investigaciones sobre las técnicas de la radiodifusión y otras vertientes de los medios de comunicación social.
No he tocado ni siquiera la epidermis de la intensa y prolífera obra de esta increíble creadora, paradigma de la narrativa moderna. Insisto en que solo intento llamar la atención sobre quienes han dedicado su vida a engrandecer nuestra cultura desde la prensa y, de alguna manera, desde el humor. Me basta con solo recordar, según apuntan algunos historiadores, que su primer relato fue un pequeño texto humorístico que publicó en El Pitirre, un suplemento del diario La Calle, antecesor de nuestras más antiguas publicaciones de humor gráfico como Palante, dedeté y Melaíto.
Han pasado muchos años desde aquel primer relato y siempre María Elena Llana ha sostenido su entrega y amor por la profesión que eligió para lanzarse al ruedo de la vida. Acerca de por qué prefirió el periodismo ha comentado:
«Tenía otras opciones como el magisterio o la medicina, que también son profesiones en las que se ayuda a las personas; pero indudablemente el periodismo tenía una función social. Yo soy una apasionada de la historia y creo que en la prensa se produce la historia inmediata, lo que hoy hacemos en los periódicos es lo que se va a recoger mañana cuando se analice toda nuestra etapa. Aquello me fascinaba, si bien yo tenía otra serie de inquietudes amplias, me gustaba la pintura, la historia del arte; pero bueno, al final me decidí por el periodismo».
Gajes del oficio
En una playa del Limbo, una tarde en que Geppeto y Jonás hablan sobre ballenas, Pinocho se aleja un poco y topa con el rey Midas.
—Soy Pinocho, un niño de verdad —le dice alargándole la manita.
—Midas de Frigia, para servirte —le contesta el soberano con la ampulosa cortesía que los adultos les dedican a los niños.
Ambos se enzarzan en animada conversación y no tardan en darse cuenta de que sus historias tienen una curiosa coincidencia: los dos sufrieron la vergüenza de llevar orejas de burro.
El muñeco de madera cuenta cómo un diabólico empresario lo quiso convertir en burrito y Midas le dice que a él quien le hizo crecer las orejas fue el dios Apolo.
—A mí me ocurrió por ser desobediente —dice el niño— ¿Y a ti?
—Por ser honrado —es la extraña respuesta.
—¿Y por qué?
Para prevenir los eternos por qués infantiles, Midas va al grano y le cuenta que él cayó en la trampa de actuar de juez entre dos dioses: Apolo y Pan.
—Y mandaste a uno de ellos a la cárcel.
—No, no era esa clase de jurado. Se trataba de un premio artístico. Tenía que decidir quién era mejor músico y yo dije que era Pan.
—Y, en verdad, no era el mejor.
—Claro que lo era y como lo sabía, sumó el premio a su currículo y se olvidó de mí. En cambio, Apolo, el perdedor, me hizo crecer las orejas «para que oyera mejor la buena música», según dijo.
Pinocho no entiende bien el asunto, solo saca en consecuencia que eso de ser jurado tiene sus inconvenientes.
—Solo cuando se es honesto —le aclara Midas.
María Elena Llana,
del libro En el Limbo,
Letras Cubanas 2009.