Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Benny me escogió

El actor cubano Renny Arozarena habla de un antes y un después de la película El Benny, y de inconformidades ante ciertos desfavorecimientos en los repartos actorales

 

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Como el trinar del sinsonte, como el arrullo de palma cantas, Benny Moré, desde un moderno equipo de música. Con qué sublime intensidad... Oscilando de grave a agudo, hasta el paroxismo, transitando de la sandunga a la melancolía, con el arcoiris de tu voz única. Y te da por entonar que te vas pal pueblo, que hoy es tu día, sin imaginar que hace mucho estás en él; y que te quedarás, sí, te quedarás eternamente en el genoma cubano.

   El escenario es el humilde apartamento interior donde vive y sueña el actor Renny (¿Benny?)Arozarena, con su esposa e hijo menor. Afuera en el pasillo, un viejo puntal de madera aguanta apenas un peligroso tramo de la placa. Y adentro todo es tan estrecho y hacinado, que el Bárbaro del Ritmo no podría cantar y bailar allí moviendo el bastón. Pero presiento que él está, gravitando y mediando en la entrevista.

  Renny tiene a su Benny como un talismán, como si se le montara el espíritu del impar lajero, desde que venciera la prueba de fuego como actor al encarnarlo en el filme homónimo del director Jorge Luis Sánchez, de 2006. Y afloran en la charla, como disección sentimental, recuerdos entrañables de aquella expedición a los misterios del revoltoso monarca de la música cubana.

Háblame de tu Benny, sugiero, y él alza la manga izquierda de la camisa y muestra en el antebrazo la imagen icónica con el sombrero y el bastón.

«El tatuaje es problema para un actor, que vive tantas vidas. Pero Benny no me podía faltar, para verlo e inspirarme. Aún así, está en mí de una manera más esencial: en mi corazón. Él es talento, humildad, bondad. Es amar y sentir a Cuba. Todos tenemos algo de Benny. Él fue todo derroche, pero no perdió nunca su condición de hombre, de buen hijo y buen padre. De buen cubano.

—¿No tuviste temor al presentarte al casting para interpretar a un personaje tan querido y popular?

—Me la jugué. Recuerdo cuando estaba en la agonía del casting, que duró seis meses. Algunos, como Pepe Riera, el director de Fotografía, me auguraban que ese personaje me iba a cambiar la vida para siempre. Y Alden Knight me dijo que, aunque no me dieran el protagónico, debía estar orgulloso por solo haberlo intentado. Había más de 300 aspirantes optando, y yo me decía: “¿Qué pinto aquí? Si acaso me darán el rol de portero, o chofer...”.

—Debe haber sido desgastante y complejo ese proceso...

—Yo iba dos veces por semana a las pruebas. Me exhibían los kinescopios del Benny y me daban estrofas de sus canciones para aprendérmelas y entonarlas. Con el tiempo, veía que eran cada vez menos los aspirantes.  Y le pregunté a Jorge Luis dónde están los otros Benny? “Están en otros horarios”, respondía. Le insistí que quería quedarme para ver a otros candidatos. Y me contestó: “No te puedes quedar”.

«Fueron seis meses de pruebas. Durante el casting hice algo loco: mi madre les pasaba el peine caliente a las negras del barrio, y me planché el pelo y lo tiré hacia atrás, al extremo de quemarme varias veces.

«Un día, Jorge Luis, el director, y Abraham Rodríguez, quienes habían hecho el guion del filme, me dijeron: “Arozarena, tú vas a ser el Benny”. Jorge Luis me recordó el momento en que yo pregunté por los otros aspirantes, y reveló que ya entonces yo era el seleccionado, pero no me lo decían para que no me saliera del ámbito competitivo, de la tensión por tener más personas pisándome los talones. Y entre otras razones también influyó en la decisión que en la última prueba, cantando Rezo en la noche, comencé a llorar. El Benny ya me había atrapado».

  El propio día en que le confirmaron el protagónico, se fue a celebrarlo con unos amigos en el Malecón. «Me sentía tan feliz como después no pude, porque vinieron dos años muy fuertes de preparación para asumir el personaje. Todo ese tiempo tuve una dieta férrea, y tampoco podía beber cerveza ni ron (¿Qué diría Benny?). Jorge Luis me pesaba y decía:”Subiste un kilogramo”. Me regañaba duro. Me llamaba por teléfono a la casa, y si sentía que estaba oyendo a Los Beatles, me regañaba igual. No podía ir a una discoteca. “Métetelo en la cabeza, tú eres el Benny y estás viviendo en los años 40 y 50”».

  Cuando iban a entrevistar a personas cercanas al Ídolo, le decían que el Benny no era tan prieto ni tan gordo. Eso laceraba su ilusión, pero al final le fue útil, porque más que el parecido físico, siempre a intentarlo, lo importante era apropiarse del alma de esa estrella de la cubanía.

Renny Arozarena confiesa llevar al Bárbaro del Ritmo en su corazón.Foto:Abel Rojas Barallobre

  Un obstáculo fue que las filmaciones de archivo del Benny eran todas interpretando canciones. No había referencia de gestos, forma de caminar y hablar fuera de la música. Pero se percató de que, cuando los testimoniantes recordaban, incluyendo familiares, hacían gestos característicos.

  Dadas las aficiones etílicas de Bartolomé Maximiliano Moré, Renny se iba con el director del filme a los bares y cantinas más humildes a estudiar, observando a los bebedores la gradación de la ebriedad en sus distintos estadios.

  «Otro detalle curioso, recuerda, es que en el elenco de la película estaba mi amigo, el gran actor Mario Guerra, que tanto he admirado. Hizo el personaje contrafigura, que traiciona al Benny. Yo contento de trabajar con él. Y de pronto percibí que me trataba con frialdad. Lo comenté con Jorge Luis, y me explicó que Mario se estaba preparando para su personaje y necesitaba destilar rechazo, que yo sintiera que no éramos amigos. Fíjate si es tan buen actor. Lo quiero y respeto mucho».

—¿Cómo fue el estreno en Santa Isabel de las Lajas?

—Yo estaba muy nervioso porque iba a ver la película por primera vez. No me dejaron visionar las filmaciones. Solo en una ocasión, cuando estaba ya editada, me permitieron ver los primeros cinco minutos. Me preocupaba la reacción de los familiares. Y a mi lado estaba mi mamá, que al final de la exhibición me dijo: “A quien veía era al Benny, no a ti”. Y la familia del Benny llorando, Lajas aplaudiendo. Fue y será mi mayor premio».

—El Bárbaro del Ritmo cambió tu vida, te ha marcado profundamente. Será siempre tu personaje inspirador. ¿Encontraste alguna confirmación o semejanza? ¿Reafirmaste algo?

—Increíblemente, y salvando las distancias, tenemos muchos puntos de coincidencia. Provengo de una familia humilde, soy un artista negro. Muchas veces me asusto porque creo que hay algo espiritual, de mucha energía, entre él y yo. Siempre digo que él fue quien me escogió en el casting y después me ha acompañado. Creo que fue él quien vino a mí».

—Y también porque hay una zona trágicamente sentimental  que comparten ambos.

—A veces me identifico tanto con él por los avatares de la vida, por mi condición de negro sencillo, de abajo. Por todo lo que uno tiene que trabajar y vencer cuando se es humilde. Y me impresiona mucho cómo él ayudaba a su mamá a planchar, cómo le cantaba de madrugada cuando ella trabajaba, para que no se quedara dormida y se fuera a quemar con la plancha.

«Él se fue muy rápido, como muchos genios. No tuvo el privilegio de disfrutar con los años todo lo que hizo. Esa es mi responsabilidad y mi compromiso con él, perpetuar su imagen y su aura para la posteridad... (Llora contenidamente, mientras la voz del Benny colma la habitación “Este amor tan fatal/ que atenaza mi mente,/ esta fiebre de ti/ estas ansias vehementes…”).

—Tras varias incursiones en el cine, El Benny te lanzó a la fama: premios de actuación masculina en los festivales de Locarno 2006, de Santo Domingo 2007, y de Madrid Móstoles 2007. Luego vendría Kangamba, tu personaje en Tras la Huella, entre otros. Y uno tiene la sensación de que, ya por las dificultades económicas, los escasos rodajes, o por lo que fuera, al actor cubano se le va el tiempo esperando otro personaje.

—No es solo un problema económico ni de presupuestos. Tiene que ver con la sensibilidad, con las afinidades de quienes escogen, aunque tengas talento; si les caes bien o mal, si eres amigo o no. De eso depende a veces que puedas tener un protagónico, o incluso un personaje de reparto en una película o en una telenovela.

«Hay muchísimos actores con talento esperando su oportunidad. Y en el caso de los negros, hay una sutil desventaja, que al final es discriminación en un país que hace ya 60 años comenzó una batalla contra el racismo. Por lo general, los personajes protagónicos de las películas, telenovelas y series cubanas tienden a ser blancos. Es vergonzoso en un país multirracial».

—¿Qué personajes negros te fascinaría interpretar?

—Siempre soñé con Kid Chocolate, pero ya a estas alturas, con el paso del tiempo, se me escapa el sueño. Hay tantos personajes ilustres, como Lázaro Peña, Aracelio Iglesias, Quintín Bandera, Brindis de Salas. Y al revés, cualquier cubano del presente llevado a la pantalla, ¿por qué tiene que ser generalmente blanco?

 —Vamos a los orígenes, ¿cómo llegaste a la actuación?

—Fui un niño activo, hiperquinético, de la calle Árbol Seco, en Centro Habana del barrio La Victoria casi un presagio. Mi hermana Bárbara Armenteros era actriz del grupo Olga Alonso, y yo iba con ella a los ensayos en la Casa de la Cultura de Carlos III. Empecé a ver teatro de la mano de ella y con actores maravillosos. Me aprendía los textos y la ayudaba dándole lo que llamamos el pie. Ella fue mi primera profesora.

 «Soy graduado de la Escuela de Instructores de Arte, pero mi formación  suprema la debo a mi paso por los grupos teatrales Hermanos Ruiz Aboy, Olga Alonso, Teatro de Arte Popular y Teatro Caribeño, dirigidos entonces por Julio González, Humberto Rodríguez, Tito Junco y Eugenio Hernández, respectivamente. Tuve el privilegio de absorber de esos maestros, como también del gran Alden Knight.

«El teatro es una bendición, es la base de cualquier actor. En el teatro vi desde temprano cómo los mejores actores negros y mestizos ya abogaban por la presencia negra en las tablas, en el cine y la televisión. Y también presencié cómo excelentes actores blancos, como Enrique Molina, Enrique Almirante, Alejandro Lugo, y directores como Eduardo Macías, eran férreos defensores de la multirracialidad en la escena».

—¿Qué estás haciendo ahora? ¿Quién te convocó?

—Gracias a Roly Peña, acabo de participar en la grabación de la segunda parte de la serie Lucha contra Bandidos. En ella interpreto el papel de Daniel, un comandante al frente de las tropas que enfrentaron las bandas armadas en la  provincia de Matanzas. Daniel está inspirado en el verdadero jefe de aquellas tropas, el Comandante de la Revolución Juan Almeida. No es una caracterización personal de Almeida, pero es muy retador el papel porque todo el mundo sabe que el personaje salió de él.

—¿Y después qué vendrá?

—No sé. Cada vez que suena el teléfono, pienso que todavía alguien me va a convocar. Lo demás lo pondré yo, con la ayuda del Benny.

Así dispara con la irreverencia del Ídolo, y abre unas cervezas para brindar por el actor cubano, siempre a la espera de su próximo papel. Mientras, la voz de Cuba entona: «Yo para querer/no necesito una razón/Me sobra mucho/pero mucho corazón...».

 

 

 

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