Claudia García en El lago de los cisnes. Autor: Carlos Quezada Publicado: 03/11/2018 | 09:09 pm
Porque era muy tímida, su mamá decidió involucrarla en el mundo del arte para ver si conseguía que su pequeña se «soltara» y pudiera desenvolverse mejor. Con tres años, Claudia García empezó en el baile español, mas su sabia maestra vio desde el principio una luz que tal vez se les escapó a otros. Entonces les aconsejó a sus padres que la inscribieran en los talleres vocacionales del Centro Prodanza, donde descubrió en lo clásico el sentido de su vida.
«A veces estaba cansada y le decía a mi madre de no ir a las clases. Como mi mami jamás me ha impuesto nada, aceptaba: “No vamos entonces”, pero yo casi no le daba tiempo a que terminara la frase: “Lo he pensado mejor”, rectificaba de inmediato. ¡Quedarme sin bailar! Eso era en verdad algo impensable, aunque te digo que la “locura” por el ballet se apoderó de mí en quinto año de nivel elemental. A partir de ese momento se convirtió en una necesidad: el día que no bailo no me deja tranquila el cargo de conciencia», asegura esta joven habanera, quien se cuenta entre los virtuosos bailarines principales del Ballet Nacional de Cuba (BNC).
«Siempre recuerdo con agrado mi paso por el nivel elemental. Yo era realmente de muy pocos amigos, pero enseguida conecté con mis compañeros de grupo. Surgió un feeling tremendo desde que nos conocimos. Nos unió, por sobre todo, la pasión por la danza. En los momentos libres copiábamos videos y nos aprendíamos de memoria las variaciones de los pas de deux.
«También mis maestras fueron formidables. De esa etapa recuerdo con mucho cariño a Silvia Rodríguez, quien aún es fundamental en mi carrera. Su pedagogía es para estudiar, su manera de enseñar, de prepararte para la vida», admite esta bella muchacha y todo en ella denota el más sincero agradecimiento a quien durante largas noches la entrenó para que participara en los concursos internacionales que se organizaron cuando cursaba cuarto y quinto años.
Cierto que tuvo que aguardar un poco más para lucir una medalla en su esbelto cuello, pero, incluso cuando no las alcanzaba, Claudia encontraba invariablemente la manera de llevarse el pecho lleno. «Lo esencial era disfrutar al máximo ese momento, participar de una experiencia que siempre aporta, compartir con otros de mi edad, poner a prueba mis nervios. Los concursos los tomaba como la preparación para el próximo peldaño», afirma quien se sabe el legado más joven que dejó esa gran maestra que fue Mirta Hermida.
«Constituyó un verdadero privilegio. Otra luz que me iluminó... Mi agradecimiento será eterno, y esos aplausos calurosos que recibo del público también les pertenecen donde quiera que esté: a ella, y a maestras como Elena Canga, Ana Julia Bermúdez, un pilar en esos tres años; Yuneisi Rodríguez... Ellas, en la ENA, acabaron de marcar el camino».
La plata se la ganó en tercer año. «Lo disfruté muchísimo junto a mi compañero Ariel Ernesto (Martínez). Estábamos tan compenetrados y había tanta química entre nosotros que tan solo con mirarnos se nos olvidaba cualquier preocupación o tensión que pudiéramos sentir, nos entregábamos al baile como si no importara nada más...
«Esa etapa en la ENA también resultó bella, inolvidable. Fue en ese tiempo en que realicé mis primeros viajes, que empezaron con la V South African International Ballet Competition, con sede en Cape Town. ¡Genial! Después vendría México, a un intercambio entre academias junto a la maestra Esther García, y otra vez con Ariel como partenaire, para bailar el Gran Pas de Paquita, La bayadera... Nos trataron con mucha admiración».
Graduada en 2015 como la alumna más integral y con Título de Oro, sumarse a las filas del BNC fue realizar un sueño que empezó a habitarla a los tres años de edad cuando vio Giselle. «Al otro día estaba en la casa inventando mis propios saut de chat, sin tener la más remota idea de que lo que yo intentaba imitar tenía un nombre tan extraño. Esa era mi meta y realmente estoy viviendo mi sueño a diario. Llevo tres años en la compañía y es un honor poder compartir con grandes maestros de la danza que nos han entregado esos secretos, esos complementos que necesitas para que tu baile sea más completo y adquiera la categoría de arte.
«El cambio fue brusco, pues padeces cierta angustia cuando vienes con el hábito de ensayar y ensayar todos los días, de bailar una y otra vez, y de repente te toca estar atrás, pero ese es el momento de crecerse, de lograr que se fijen en ti, demostrar que trabajas, que vale la pena que te tomen en consideración.
«Es duro, pero lo enfrenté como un reto, me propuse entrar lo más rápido posible a un cuerpo de baile. Me quedaba hasta las cinco de la tarde aunque no hiciera nada más que la clase de ballet. Y además de la entrega, me ayudó la suerte: hubo una gira a España de la compañía y eso nos dio la oportunidad, a quienes permanecimos en Cuba, de asumir importantes roles en un programa concierto que se presentó en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
«¿Te imaginas? Yo estrenándome en Rara Avis, esa obra preciosa y exigente del maestro Alberto Méndez. Un nuevo desafío, porque me tocó interpretar al Águila, un personaje con el que nunca rozas el piso. Creí que iba a estar más nerviosa, pero fue increíble. Lo haría mil veces más...».
Rara Avis fue el salvoconducto que la llevó primero a los más diversos cuerpos de baile y después a otros roles de solista que conforman una nómica encabezada por A las sombras de un vals. «Entré supliendo a una bailarina. Pensaba que hechos así eran inventos de película. En medio del ensayo general mi compañera se lastimó y... “Claudia, por favor, asume”. Aquellas palabras pusieron mi corazón a correr. Me dije: este es el momento de apretarme el tutú y hacerlo bien (sonríe)».
De vez en cuando Claudia se pone a disfrutar la grabación de ese inolvidable momento que le siguió abriendo puertas, y se siente satisfecha con el resultado. Fue así que la sorprendió otro gran privilegio: trabajar con la maestra Aurora Bosch y con Viengsay Valdés en la preparación de la Reina de las Willis de Giselle, un personaje que le encanta, dice. «Posee una fuerte carga sicológica que no siempre se logra transmitir al espectador, pero es lindísimo, tan bello como la misma Giselle.
«La maestra Aurora se concentró en lo artístico, en los detalles, en cada mirada, en la significación de cada port-de-bras. ¿Qué quieres decir con ese paso?, me preguntaba para perfilar lo que no estaba del todo bien. La Myrtha es su niña mimada, por su defensa de ese papel en un certamen internacional, crearon un premio que no existía para reconocerla. Por tanto, me considero muy dichosa por poder beber de esa escuela».
Más tarde le tocaría transformarse por vez primera en la Lisette de La fille mal gardée, «un rol en el que jamás me vi, tal vez por mi estatura, por mi manera de bailar... Te confieso que antes de la representación ensayaba, pero todavía era yo. Sin embargo, cuando me vi en el escenario al lado de Raúl Abreu con mis dos moñitos, me conecté con esa etapa de mi vida y fue mágico. Se lo debo en buena medida a la labor supermeticulosa que realizó nuevamente conmigo Viengsay, quien me hizo sentir más segura.
«Viengsay, además de un ejemplo, es consejera fundamental en mi carrera, nos inspira verla trabajando fuerte todos los días en la barra, impartiendo esas clases amenas y exigentes, o volcada con tesón a ensayar alguna coreografía... Ella es un referente dentro de la compañía», reconoce García, quien tampoco se queja de los partners que la han ayudado a brillar.
«Asumir el Don Quijote completo resultó otro desafío importante, que pude vencer porque he bailado ese clásico con partenaires como Patricio Revé y Raúl Abreu. Me gusta trabajar con personas a las que les guste trabajar, que se comprometen hasta el final, que lo dan todo desde el primer instante. Y en cuanto a Don Quijote, bueno... Tantas veces soñé con hacerlo que me parecía que no era cierto. Me miraba vestida de Kitri y no lo podía creer. Le agradezco a la maître Linet González por su dedicación, hizo una labor excepcional...
«Como ves he estado acompañada de maîtres de primerísimo nivel, grandes en verdad, como la misma María Elena Llorente que se encargó de mi debut, por ejemplo, en La flauta mágica. ¿Dime si no es un lujo trabajar con un Premio Nacional de Danza? Al terminar la escuela posiblemente poseas una técnica sólida, saltos y giros que corten la respiración, pero te das cuenta de que eso no lo es todo, que el ballet es un arte que exige mucho más que virtuosismo técnico, y los maestros desempeñan un papel esencial para que puedas alcanzar esa meta».
En solo tres años Claudia García ha logrado estar a un solo paso de ubicarse en la cúspide del Ballet Nacional de Cuba, y por supuesto que anda superfeliz, pero para ella lo vital sigue siendo bailar, ser versátil por los personajes diversos que pueda defender. Por eso espera con ansias que aparezcan en su carrera muchos ballets contemporáneos, y clásicos al estilo de Giselle «que sitúo en la cima de todos; El lago de los cisnes, por esa dualidad de Odile/Odette; Carmen, que me encanta...».
Como les ocurre a todos en algún momento, Claudia se ha atrevido a preguntarse si eligió bien su profesión, pero cada día tiene la oportunidad de constatar que dio en la diana. «Bailar me llena espiritualmente y me hace sentir útil.
«Nací para bailar. La gente a veces piensa que porque eres bailarín vives dentro del cuento de la princesa, pero como ellos igual nos enfrentamos a los problemas cotidianos; no vivimos en una burbuja de cristal. Sin embargo, cuando bailo no existe nada que me pueda entristecer y si el ánimo no está de buena, bailar me lo eleva por las nubes. Por tal razón siempre estoy enfocada».
¿Que es enorme el sacrificio? Sí, pero Claudia no se permite perder el norte. Trabaja sin descanso y le roba las horas que sean necesarias al sueño para continuar en el ISA con su licenciatura en Arte Danzario.
«Termino en la sede del BNC y a las seis y media empiezo en la universidad hasta las diez de la noche; llego a mi casa a las 12 y a esa hora me pongo a estudiar algún personaje o a leer un libro que me aporte.
«Le robo horas al sueño, pero cuando por fin pongo la cabeza en la almohada me siento tan útil, sé que hice tantas cosas productivas, y me duermo con una sonrisa.
«Claro, sin el apoyo de mi familia no creo que hubiera podido hacer tanto: tengo unos tíos y unos padres maravillosos, pero sobre todo a ese ángel que es mi mamá, mi más cercana partner desde los tres años, la inventora de mis adornos para la cabeza cuando era niña, la que hacía maravillas con el vestuario si me ponía triste porque me lucía feo. Ella es mi inspiración, vivo también para que se sienta orgullosa de mí».