Rafael Quenedit en Vals. Autor: Carlos Quezada Publicado: 21/09/2017 | 06:50 pm
El fútbol no ha dejado de sonsacarlo jamás, pero era casi un sacrilegio que en una familia como la de los Quenedit, en la cual los hombres parecen estar predestinados a convertirse en notables bailarines, el prometedor Rafael tomara otro camino. No obstante, el más reciente representante de esa estirpe dentro del Ballet Nacional de Cuba (BNC), el mismo que este sábado (8:30 p.m.) debuta como el Albrecht de Giselle en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, ni siquiera sabía qué podía significar que en la compañía danzaria más renombrada de la Isla, sus tíos Ernesto y Alejandro hubieran ostentado, respectivamente, las categorías de bailarín principal y de solista, al igual que Carlos Manuel, su hermano mayor.
«No era consciente de esa grandeza que llenaba de orgullo a mi gente», admite Rafael ante JR. Mi hermano me lleva diez años, así que yo era un niño. Mi mamá me cuenta que yo lo acompañaba a los teatros, pero la verdad es que no recuerdo mucho. Entonces me atraía más andar detrás de la pelota, corriendo y jugando por ahí con los muchachos.
«El convencimiento llegó después, en la medida en que fui creciendo y madurando. Es curioso porque no perdí ese hábito de ir al teatro, lo cual me llevó a empezar a admirar a excelentes bailarines como José Manuel Carreño o Yoel (Carreño). Viéndolos y admirándolos se fue apoderando de mí una necesidad tremenda de estar en un escenario bailando. Fue como si de repente se despertara una pasión que permanecía dormida. De pronto quería ser como ellos. Quería seguir el legado de los que me antecedieron.
«Así que empecé mis estudios en L y 19, en la Alejo Carpentier, en 2006, justo el año en que mi hermano decidió abandonar la compañía y permanecer en México. Claro, tomé dicha decisión con la ayuda de mis padres y por influencia de los tres bailarines de la familia, quienes veían en mí verdaderas posibilidades. “Ahí viene otro Quenedit”, me decían con satisfacción».
—¿Qué recuerdas de esa primera etapa? ¿Cómo lo pudo llevar un niño que le gustaba tanto mataperrear?
—Si supieras que en esa etapa de la primaria era un niño muy aplicado y estudioso. Mi maestra Dunia Vera jugó también un papel fundamental. Ella me empezó a introducir en un mundo que para mí era mágico y me marcó, porque me enseñó esa base que resulta tan primordial —luego la maestra Verónica Muxó acabó por redondear mi aprendizaje.
«Me vine a “aflojar” cuando entré en la secundaria, que le cogí el gusto a andar jugando pelota y fútbol en el patio. A veces hasta faltaba a los turnos de clases. Recuerdo que la maestra Silvia Rodríguez, quien era directora del nivel elemental, nos levantaba actas una y otra vez a ver si nos enderezábamos y cogíamos responsabilidad y vergüenza. Sin embargo, con el ballet todo iba de maravillas. Nada me parecía difícil, me sentía bien, a gusto, como si toda la vida hubiera hecho aquellas posiciones y pasos».
—¿Estuviste entre los elegidos para los concursos?
—Estuve. Empecé en cuarto de nivel elemental, pero en ese primero no recibí ni aplausos (sonríe). Te confieso que me ponía muy nervioso cuando salía a la escena; muy, muy nervioso. Tanto que a veces se me olvidaba el ballet o las variaciones. Un año después volví a concursar, mas esa vez obtuve el bronce con Llama de París y Cascanueces...
—¿Ya te habías «curado»?
—(Sonríe) Continuaba poniéndome algo nervioso, pero sin dudas empezaba a cogerle el golpe... Bueno, eso creía yo, hasta que llegó el momento del pase de nivel para la ENA (Escuela Nacional de Arte), en que sentí la misma angustia. Admito que por aquel entonces tenía la mala costumbre de reservarme un poco en las clases, aunque los maestros me insistían: “Tú puedes dar más”, y claro eso crea inseguridades.
«Pero en la ENA me curaron de una vez esos males, poniéndome a bailar todo el tiempo, no me daban chance ni a sentarme (sonríe). La receta la encontró Normaría Olaechea (vuelve a sonreír)... Ella es lo que se dice una maestra “dura”: tan rigurosa que no me dejaba pasar una, ni en las clases ni en los ensayos, y se lo agradezco con la vida, porque me ayudó enormemente.
«Hace un ratico me preguntabas por los concursos y en ese período me quedé con los deseos de competir, porque coincidió con que la escuela (la ENA) había entrado en reparación. Solo lo logré en mi último año, pero por partida doble, pues se me dio la oportunidad de participar en el Internacional de Academias para la Enseñanza del Ballet de La Habana, y en el Internacional de Sudáfrica, que se realizó un poco antes, en febrero de 2014, en Cape Town.
«Cuando en este último me otorgaron el oro en la categoría Junior, no me lo podía creer, por los contrincantes tan fuertes que tenía de Japón, Estados Unidos, Suiza, Brasil..., sobre todo el de Corea del Sur, que saltaba un mundo y giraba como un trompo… Bueno, y mis compañeros: Francoise, Ariel y Humberto, quienes eran de temer (sonríe). Por eso en ningún momento me hice la idea de que la medalla era mía. Solo salí a bailar, a “comerme” el mundo: por mí, por mi familia, por mi país.
«Luego vino el certamen nuestro, donde compartí el oro con Francoise Llorente. Y te confieso que me quedé con los deseos de conquistar el Grand Prix, pero se lo ganó en buena lid la mexicana Paulina Guraieb. Esa muchacha bailaba de una manera salvaje, como si fuera algo sobrenatural, hacía cosas que yo jamás había visto, así que me quité el sombrero. En ese certamen me sentí muy honrado cuando la maestra Ramona de Saá me entregó el Premio a la Maestría Artística».
—¿Sudáfrica fue tu primera experiencia en escenarios fuera de Cuba?
—No, ya para esa fecha había actuado en Italia y Perú junto a la maestra Martha Iris Fernández. Luego participé en un concurso coreográfico en Toronto, Canadá. Tras Sudáfrica vino Estados Unidos y luego México, donde me presenté con Daniela Gómez, de la mano de la maestra Cheri (Ramona de Saá)... Pero si supieras que ese entusiasmo por los viajes se me ha ido quitando... No me gustan mucho los aviones, no me logro dormir, me duele la cabeza y termino muy agotado... Pero, por favor, no se lo digas a nadie... Si fueran en barco (Sonríe).
—En dos años te ha ido de maravillas en el BNC...
—En septiembre cumplo tres y no me puedo quejar. Ingresar en el BNC era uno de mis sueños. Hay otros más ambiciosos como alcanzar la categoría de primer bailarín dentro de esta compañía que es un referente en el mundo.
—Eres de esos jóvenes que has tenido muchas oportunidades...
—Y le agradezco por ello a nuestra directora Alicia Alonso, pero también a mis maestros, ensayadores... En primer año el fogueo fue fuerte como cuerpo de baile, pero uno se siente un poco extraño, porque provienes de una escuela donde has asumido roles principales y no paras de hacer pas de deux, donde entrenas todos los días. Te llegas a creer que eres indetenible, pero chocas con una realidad diferente. Te toca empezar a empujar, y sobre todo entender que es importante asumir cualquier tipo de rol, por muy insignificante que parezca. Pero te cuesta un poco aceptarlo al principio (sonríe). Luego comprendes que es parte significativa de tu preparación y que debes aprovecharlo al máximo: comenzar a subir peldaño a peldaño para poder alcanzar el cielo.
«De modo que hice cuanto papel me dieron en Don Quijote, El lago de los cisnes, Carmen... Mi primera gran oportunidad apareció con los Toreros de Don Quijote. Después me hicieron un obsequio que no esperaba: el Príncipe Sigfrido de El lago..., y nada más y nada menos que con Grettel Morejón como pareja: una primera bailarina exquisita, dúctil, muy capaz; nos hemos compenetrado mucho. ¡Tremenda suerte la mía!, ¿no? Luego me estrené como Basilio en Canadá y más tarde fui El Caballero de Cascanueces... Pero ninguno me ha retado tanto como Giselle.
«No olvido que cuando Dani Hernández protagonizaba Giselle y yo hacía de Wilfred, el amigo del duque, lo estudiaba con detenimiento y me decía: “Algún día haré ese papel”.
«Es genial que ahora pueda interpretar mi ballet preferido, porque es muy difícil: en lo técnico y en lo dramático, lo cual constituye un desafío para mí. Con Giselle seré pura adrenalina, un manojo de nervios, lo que me hará sentir más vivo».
—¿Continúas con tu amor por el fútbol?
—El fútbol está dentro de mí.
—¿Y lo juegas?
—Quisiera jugarlo con toda mi vida, pero no puedo. Mis piernas son mi mayor tesoro y tengo que cuidarlas muy bien. Nada más de pensar que me puedo lesionar, virar un pie o fracturarme un hueso, y que se me acabe la carrera de ballet... No, no, creo que no lo podría soportar.