Oswaldo Guayasamín dibujando en el Pichincha. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:51 pm
«Soy un fidelista»… «Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente. Para mostrar lo que el hombre hace en contra del hombre»… «Pintar es una forma de oración al mismo tiempo que de grito. Es casi una actitud fisiológica, y la más alta consecuencia del amor y de la soledad»… «No señor... yo no sé hacer nada más que pintar. Creo que no hubiera podido ser nada más que pintor»…
«Vengo pintando desde hace tres o cinco mil años, más o menos», solía decir el artista Oswaldo Guayasamín, uno de los más altos representantes de la plástica a nivel mundial.
«Este siglo es el peor de los siglos que el hombre ha vivido sobre la Tierra, porque no cesa la matanza sin límites de personas»… «Pese a todo, no hemos perdido la fe en el hombre, en su capacidad de alzarse y construir, porque el arte cubre la vida. Es una forma de amar».
No temió nunca este pintor del llanto, la ira y la ternura a opinar sobre lo que pensaba y sentía, a expresar su afinidad con la izquierda política, su fidelismo, su defensa de los derechos humanos, a identificarse en cada trazo con la protesta, la denuncia social y el sufrimiento de los indígenas.
El suyo fue siempre un arte de vanguardia, con una gran carga expresiva que causaba polémica. Nadie como él para traducir el dolor y los colores del continente americano, para expresar las esencias del espíritu andino. No pocos debates causaron sus murales. Uno de estos, inaugurado en Quito en agosto de 1988, en el salón de sesiones de la Cámara, durante la toma de posesión del presidente Rodrigo Borja, fue muy criticado por el Gobierno estadounidense. Cuentan quienes presenciaron el acto que el representante de Estados Unidos abandonó la sala en señal de protesta (Guayasamín reflejó en la obra una imagen tenebrosa de la CIA).
Hay también un mural de su autoría en la entrada de la sede de la Unesco en París, donado a ese organismo y dedicado «a los millones de niños que mueren cada año de hambre en el mundo».
Imposible no mencionar sus series Huacayñán (palabra quichua, que traducida significa Camino del Llanto), compuesta por un mural y 103 cuadros. Pintada de 1946 a 1952, Huacayñán ofrece una visión de las etnias que componen el mestizaje americano: los indios y los negros, con sus culturas y expresiones de alegría, tristeza, tradiciones, identidad y religión; La edad de la ira, concebida entre 1961 y 1990 e integrada por más de cien obras en gran formato que reflejan el dolor de la guerra en Vietnam y por los desaparecidos argentinos y de otras dictaduras latinoamericanas. Dentro de esa serie hay colecciones en torno a una misma temática, como Las Manos, Mujeres Llorando, La Espera, Los Mutilados, Reunión en el Pentágono y Ríos de Sangre, mientras que La edad de la ternura, fue creada en los 80 con el propósito de exaltar los sentimientos humanos, el amor, el respeto, la compasión y la solidaridad.
«Soy una especie de escribano; las cosas que pinto son nacidas, en parte, del medio que me rodea, pero de piel adentro son cosas que vienen de muchos milenios atrás, de todo ese dolor de años; mi voz es voz de muchas voces. Y lo digo con profunda humildad, pues no creo que la creación artística sea, como se dice en occidente, algo personal», afirmó en varias ocasiones Oswaldo.
Convencido de que el arte es un patrimonio de los pueblos, este gran hombre nacido de padre indígena y madre mestiza creó en 1976 la Fundación Guayasamín, en Quito, a la que donó su obra y sus colecciones de arte.
Recibió infinidad de premios y reconocimientos, tanto nacionales como internacionales. Entre los más de 3 000 retratos que pintó están los que le hizo al Comandante en Jefe Fidel Castro. «Es la primera persona de los cientos de retratos que he hecho que no puedo captar de una sola vez», dijo refiriéndose al líder de la Revolución Cubana, con quien sostuvo una entrañable amistad y a quien volvió a pintar luego de que en 1993 visitara la Isla con motivo de la inauguración de su casa-museo en La Habana Vieja.
Retrató también a Gabriel García Márquez, Rigoberta Menchú, el rey Juan Carlos de España y a la princesa Carolina de Mónaco, entre otros. De sus manos agrietadas y caladas de surcos emergió la Capilla del Hombre, que no pudo ver concluida, pero que concibió como «un llamado a la unidad de América Latina: de México a la Patagonia, un solo país»; un monumento al ser humano que recoge la historia de las culturas latinoamericanas, una forma de mantener viva la imagen de América Latina a través del tiempo, «una forma de hacer que la humanidad tenga un espejo donde mirarse», (…) «un monumento a la creación, a la vida de estas tierras. Una forma de darnos las manos».
Se proponía inaugurar la Capilla del Hombre el 1ro. de enero de 2000 como un mensaje de paz y esperanza para el próximo milenio. Pero la muerte lo sorprendió. La Fundación Guayasamín concluyó la gran obra, con el aporte de varias naciones, entre estas Cuba, y de artistas de toda América.
Conocido en todo el orbe por su obra pictórica y escultórica y su defensa de los derechos humanos, Oswaldo Guayasamín dejó un legado de 7 000 obras repartidas en colecciones públicas y privadas, museos, galerías, sedes de organismos internacionales…
Nació en Quito, el 6 de julio de 1919. Se graduó de pintor y escultor en la Escuela de Bellas Artes de su país y falleció el 10 de marzo de 1999, a causa de un infarto, en Baltimore, Estados Unidos, adonde había ido a recibir un tratamiento oftalmológico. «Siempre voy a volver; mantengan encendida la luz», expresó en una ocasión. Desde entonces hay siempre en Cuba, para él, una luz encendida.