Mirta Hermida mientras orienta a los muy jóvenes y talentosos Christopher y Laura. Foto: Yuris Nórido Ansiaba conocerla. Quería ver de cerca a esa insuperable maestra, cuyos alumnos recordarán por el resto de sus días. ¡Y qué alumnos!: Carlos Acosta, José Manuel Carreño, Viengsay Valdés, Lorna y Lorena Feijóo, Rómel Frómeta, Elier Bourzac... No me perdonaba que su nombre se repitiera de una boca elogiosa a otra, y que jamás hubiera conversado con una profesional tan preciada para la Escuela Cubana de Ballet (ECB); tan admirada por artistas que hoy colman de gloria la cultura cubana.
No puede vivir menos que orgullosa una maestra que escuche una y otra vez enaltecimiento semejante: «Cuando comenzó a prepararme, Hermida tomó un pedazo de piedra, y lo talló, como si me estuviera esculpiendo, hizo de mí la bailarina que soy ahora, reconocía a JR la bailarina principal Yolanda Correa. Sin ella seguramente no hubiese podido llegar hasta aquí. Mirta Hermida es maestra y madre».
Pero Mirta baja la cabeza y se ruboriza cuando le expresan esos merecidos halagos. Sin falsa modestia, cree que a veces se exagera, y trata de introducir otro tema, porque sabe que sola no hubiese podido llegar tan lejos. Por eso apunta que la entristece el olvido. Confiesa que lo que más le duele es que los estudiantes no tengan presentes a aquellos maestros que han sido determinantes en su crecimiento, los que posibilitaron que pudieran dar el siguiente paso... Me duele el olvido. Saber agradecer va más allá del arte para entrar en el terreno de la humanidad», recalca.
La imaginaba más alta, pero no me equivoqué en cuanto a su energía desbordada. A solo unas horas de que se inaugure el XVI Encuentro Internacional de Academias para la Enseñanza del Ballet (esta tarde, a las 5:00 p.m., en el Gran Teatro de La Habana), Mirta, todavía cojeando de un pie —se lanzó a hacer un split «de aquí hasta allá, que me hubiera desbaratado la cadera y me desgarró un músculo»—, se mueve de un lado a otro, incansable.
Al espigado Christopher Rodríguez Miró se le quiere salir el corazón. Su camiseta ha alterado el gris claro por el color intensamente oscuro que produce el sudor. Sin embargo, Mirta permanece inmutable. Le ordena al sonidista que repita una y otra vez la misma frase del pas de deux de Don Quijote con el cual el joven de 17 años impresionará en el Concurso Nacional de Ballet como partner de la bellísima y esbelta Laura Blanco Gotairo, también de tercero, pero un año mayor que él.
«No, no me hiciste quinta, me hiciste pum, pum. No, cuidado el codo, cuidado el codo, y quiero el tendú de Jonathan, plié, pirouette, lalalalala (mueve el dedo índice como si fuese un remolino), abre el talón, ábreme ese passé... No, pero demórate un segundito... ¡Que se vea! Es plié y quinta... ¡Ok! Pam. No, no vi el tendú de Jonathan... Estás subiendo un poquito tarde... No, no, no hubo plié de Jonathan... Te estás saliendo para allá. Ponte para adelante, Cristo, ¡para adelante!», insiste Hermida y está claro que no se detendrá hasta que consiga lo que quiere.
«El piso no resbala», intenta defenderse Christopher, mas de nada le sirve. «Ah, ¡¿el piso no resbala?! ¡Oye eso!», se ríe a la cubana, pero continúa dando órdenes, mientras parece que se ha rayado el disco que contiene la magnífica música de Ludwig Minkus.
De cerca Elízabeth Pérez, con Mirta como tutora de su práctica preprofesional, se empeña en que no se le escape ningún detalle. En el otro ángulo del salón, el futuro orgullo de Mantua, en Pinar del Río, Dennys Cala; y Laura, quien además interpretará el Hada de las Lilas de Las bodas de Aurora en la gala de apertura del Encuentro, ensayan «en seco», quizá sin imaginar esta última que hará sin descanso cinco interminables rondas de 32 fouettés, y que él tendrá que convencerla de que esa mañana es el Príncipe Siegfried de El lago de los cisnes.
Variaciones para una expertaNi siquiera tiene tiempo para alegrarse con la noticia de que acaba de ser nominada para el Premio Nacional de Danza 2009. Pronto la Escuela Nacional de Ballet se llenará de alumnos de 16 países, de profesores, ensayadores, directores de compañías, críticos, periodistas..., y entonces solo sabrá la hora exacta en que todo comience (7:40 a.m.), pero nunca a la que regresará a casa.
Así viene sucediendo desde hace un poco más de cuatro décadas. Avanzaba el año 1966 cuando Fernando Alonso se le acercó para hacerle la propuesta. «Aún era integrante del Ballet Nacional de Cuba cuando empecé a impartir clases en Cubanacán, durante nuestro horario de almuerzo. Él mismo nos llevaba a veces en su coche y si no en un pisicorre del Ballet. Nos esperaban y luego nos regresaban para poder bañarnos, almorzar y seguir los ensayos por la tarde.
«Un buen día, dos años después, el Maestro me dijo: Mira, Mirta, están entrando muchachas de la primera promoción, que están formadas y físicamente muy bien: Amparo, Caridad Martínez..., y yo necesito una maestra en la escuela. ¿Pero yo?, le pregunté asombrada. Sí, ¿por qué no?, me contestó. Y gracias a él estoy aquí».
—¿No fue demasiado pedirle que dejara a un lado su carrera?
—No, no. Éramos cuerpo de baile, todavía la compañía no había crecido y yo provenía del Teatro Lírico, cuyos bailarines se unían con los del BNC para hacer las funciones de ambos colectivos. Estaba consciente de que nos pisaban los talones gentes con un gran desarrollo técnico y artístico, con mayores posibilidades que uno. Enseguida me quedó claro que uno debe estar donde es más útil, y me halagaba que el Maestro tuviese esa gran confianza en mí: dejar en mis manos la formación de las futuras generaciones de bailarines, el sustento de la compañía y de la Escuela Cubana de Ballet.
—Por lo general, usted trabaja con varones. ¿Alguna razón en particular?
—No siempre fue de esa manera. Me inicié trabajando con hembras, porque todavía era minúsculo el grupo de varones. Sin embargo, me gustaba mucho la manera de bailar de ellos, su «agresividad», su voluntad... En un determinado momento me decidí y hasta el día de hoy.
«Lo que sucede es que el varón siempre me retó. A veces he tenido grupos muy buenos y otros no tanto, pero invariablemente el varón te reta: (Mirta transforma la voz como imitándolos). “¿Por qué no probamos un doble tour? ¿Y por qué no hacemos un saut de basque?”. Todo el tiempo te ponen la precisa de que hay que complicar la clase... Y eso, para nosotras es muy estimulador, te obliga a superarte en cada clase.
«¿Sabes que se está convirtiendo en una regla dentro de la escuela? Que los negros y los mulatos sobresalen, y sería interesante estudiar las causas. Supongo que sea porque sienten, en primer lugar, una gran pasión por bailar. Es otra cosa desde que entran a la escuela: quiero ser y quiero hacerlo bien... No creo que a estas alturas sea un problema de racismo, sino de voluntad y de ganas de llegar a ser. Lo cierto es que se van por encima del resto. Ejemplos sobran: Yunior (Carlos Acosta), Rómel, Totó (José Manuel Carreño)... Claro, esto no quiere decir que no existan alumnos muy buenos de la raza blanca. Aquí tienes a Cristo, que está despertando y podría transformarse en un excelente bailarín.
«Asimismo, hay muchachas que no paran de exigirte. Ahora me vienen a la mente Lorna Feijóo, Yolanda Correa, Grettel Morejón y Viengsay Valdés. Ellas, cuando yo pensaba que ya había terminado, me miraban fijamente y me pedían: maestra, otra vez. Incluso, aunque estuviesen lastimadas. “Pero, maestra, espérese un momentico, repítame la diagonal”, me insistían visiblemente muertas de cansancio. “No, vamos a hacer solo brazos”, trataba de complacerlas, pero no, “maestra, no”, y se ponían las zapatillas.
«Hubo un momento en que ni siquiera habían zapatillas (porque la escuela fue testigo de tiempos de muchas dificultades —ahora estamos en un palacio—, cuando no teníamos grabadoras, ni estos salones, trabajábamos en condiciones pésimas y, no obstante, lográbamos cosas). Sin embargo, ellas se aparecían con un bolso lleno de zapatillas usadas. Cuando iban a hacer los fouettés se ponían la más viejita en el pie que no estaría en punta, porque no se podían gastar. Lorna viajaba en la guagua con el tutú, pues de lo contrario la maestra Clara Carranco no le tomaba el ensayo. Esa consagración al trabajo hay que recuperarla. Es imprescindible, nos hace falta, que los que llegan sientan esa necesidad de entrega. ¿No es esto lo que les gusta?».
Vivir, respirar—Cuando toma los ensayos parece ser una persona de una dulzura extrema. ¿Esa situación nunca cambia?
—¡Claro que sí! He llegado a decir —porque creo que voy a infartar—, me voy. A veces tengo que controlarme, y más a esta edad. Sobre todo cuando me percato de que, pudiendo, no despliegan sus alas para volar y se quedan en un rincón como un pichoncito mojado. Por supuesto, hay alumnos que te exasperan, pero hago así: me siento y converso con ellos: “¿qué quieren entonces? ¿Por qué están aquí?... Los pongo a pensar. ¡Claro que sí! Como ser humano me siento a veces con ganas de morder.
—¿Por qué insiste tanto en repetir una y otra vez los pasos?
—Se repite una y otra vez el ensayo porque andas en busca de la calidad, de la perfección; para hacerles entender que cuando se está bailando, no solo aparece en escena la persona que baila, sino la Escuela Cubana, y esa es una gran responsabilidad. Nosotros estamos detrás del telón, pero son ellos los que se paran a decir: ¡Somos la Escuela Cubana de Ballet!
«Quizá algunos sigan nuestro ejemplo, y otros digan: ¡Bah, esta mujer está loca! Pero en esta carrera tiene que ser de ese modo».
—Su labor es muy elogiada en los concursos internacionales o cuando llegan sus alumnos a las compañías. ¿Cuál es su librito, su secreto?
—Todos tenemos un librito de acuerdo con nuestras características personales. En mi caso es la sistematización, la consagración a la enseñanza. A través de los años, con Cheri (Ramona de Sáa), siempre hemos trabajado todos los programas metodológicos y de perfeccionamiento de la enseñanza de nuestra especialidad. Llevamos mucho tiempo en este tipo de enseñanza y actualmente sigo siendo la maestra de Metodología de todas las carreras profesorales de la Escuela de Ballet.
«¿Mi secreto? Trabajar, y mucho. Trabajar con tesón y exigirles cada día más... Y nunca estar satisfecha. Siempre les digo a mis alumnos: me pueden dar más, pueden hacer más, y ahí: batallar y batallar, de forma sistemática. No dejarme vencer cuando ellos empiezan a desfallecer y pierden un poco de confianza; intentar no desanimarme cuando creo que la entrega no es recíproca o cuando haraganean un poco.
«Al mismo tiempo, hay que ser una maestra de mente abierta, estar consciente de que no me lo sé todo, que estoy aprendiendo todavía. Si tengo a mi lado a Fernando y viene Cheri, y me dicen algo... ¡Por favor! Es vital no tener estrecheces conceptuales y, junto a ello, no desvirtuar la esencia de la enseñanza de la Escuela Cubana. Pero estamos recibiendo constantemente influencias y tenemos que ver cómo las digerimos sin perder la continuidad.
«Para mí la clase es un campo de batalla, el espacio donde se aviva la pasión, donde se contagia definitivamente el amor por esta carrera».
—¿Y en qué lugar queda su familia?
—¿Mi familia? ¡Bien! Bien —repite—, en mi casa (sonríe). Yo creo que a estas alturas a ninguna de nosotras nos pueden reprochar nada los esposos, los padres, los hijos..., porque esta ha sido nuestra vida a través de los años, y saben que esta es nuestra manera de vivir, de respirar.