Sigo creyendo mucho más en la eficacia multiplicadora de los pequeños espacios, de los nichos de legitimidad, en trabajar con públicos específicos, opina Omar González. Al abrir la puerta de su oficina, vi dibujarse a trasluz su silueta. Detrás del buró, un hombre delgado y canoso sonríe, extiende la mano e invita a sentarse y conversar. Omar González, presidente del ICAIC y buceador en mares de reflexiones sobre los medios de comunicación ordena unos papeles: «Mire, este es un articulito que estoy escribiendo. No quisiera dejar de escribir nunca», dice sin grandilocuencia, y comienza a hablar sobre lo último que ha leído. Omar González habla pausado y en tono bajo, de modo que aceptó sostener en su mano la grabadora, que solamente para él inició su giro cadencioso.
—¿Qué o quiénes determinan actualmente lo que es arte y lo que no?
—Hoy en día existe una gran confusión estética, bastante generalizada, que ha borrado géneros, paradigmas, modelos, y que ha terminado mezclando de un modo u otro los referentes y los límites, hasta difuminarlos. Hoy prácticamente no se sabe distinguir entre lo que es arte y lo que no... Basta que alguien con poder de mercado sentencie: «Esto es arte y se vende en tanto», y empiezan a funcionar los sistemas de validaciones y de congratulaciones, hasta convertirlo en un referente poco menos que universal. Y quien lo dude, deviene un conservador. Hoy se hace más difícil determinar lo que no es arte que aquello que realmente lo es. No solo el escenario, también el punto de vista ha cambiado radicalmente. Y lo mejor: no siempre el resultado es reprobable.
—¿Considera que los grandes medios, que la televisión, se han convertido en conductores de esta confusión?
—Los medios han confundido mucho porque se han banalizado en todas sus manifestaciones, que son esencialmente cotidianas. Este es un fenómeno mundial. Yo tengo dudas de si la televisión podrá desprenderse alguna vez de la banalidad del espectáculo, incluyendo los llamados informativos. Es imposible concebir la televisión sin esos programas tontos de participación que uno sabe que son triviales, que no ahondan (pero abundan), que no tienen calado psicológico ni intelectual, y mucho menos sin la manipulación informativa y sin la construcción de un imaginario decadente. (Y que conste, en esto el cine fue el primero). No obstante, todos sabemos que en la televisión también se realizan obras maestras, lo que introduce una complejidad adicional: las cosas no son en blanco o negro, también existen gradaciones. Pero no cabe duda de que la televisión a nivel mundial está signada por la banalidad. De ahí su forma peculiar de entretener más en la misma medida en que embrutece y aleja de la realidad. Vivimos una época en la cual lo más deslumbrante y meritorio suele ser lo menos importante. Resulta que el que más sabe, por ejemplo, no es el paradigma, sino el que más tiene. Y como casi siempre el que más tiene suele ser el más idiota, este se convierte en el modelo de sociedades enteras, por obra y gracia de los medios, en primer lugar los audiovisuales, incluyendo Internet.
—¿Qué opina de Internet?
—Internet es ya un metamedio, el más importante de todos, gracias al cual no hay secreto seguro, o sea, no hay secreto secreto, ni lugares oscuros o irrelevantes, aunque todo esto parezca tautológico y la desigualdad y la exclusión también existan. Como consecuencia de la hostilidad de Estados Unidos contra nuestro país, en Cuba el ancho de banda es muy estrecho; por lo tanto, se dificulta que podamos navegar o entrar a sitios donde se cuelguen videos e interactuar con los nuestros. En algunos campos, los de mayor velocidad y desarrollo, Internet es prohibitivo para nosotros, principalmente por razones de conectividad y porque el bloqueo del gobierno de Estados Unidos contra Cuba no es una abstracción, se expresa en cosas concretas. Esto es un gran obstáculo. Nuestro país está mucho mejor preparado que otros con similar grado de desarrollo para asumir Internet. Recuérdese que aquí comenzamos por la alfabetización informática, que es uno de los primeros acuerdos que se adoptaron en las Cumbres de la Sociedad de la Información. Internet es, sobre todo, acceso, lo que no es poco; acceso, por ejemplo, al otro (que puede ser uno mismo), acceso a diferentes fuentes de información (y de desinformación), al conocimiento (y a la ignorancia más regresiva); pero Internet es el espejo, la hipérbole del mundo, hay aspectos que en ella están mucho más concentrados, se manifiestan de una manera mucho más exagerada que en la realidad: la pornografía, la xenofobia, la banalidad, el caos del mundo actual. A niveles que en la realidad es difícil encontrar de una manera tan exacerbada, tan agresiva, pues suelen estar enmascarados en las normas del buen vivir. Internet magnifica, hace que la realidad sea ubicua y, al mismo tiempo, oblicua. Internet es beneficioso en la misma medida en que perjudica. Como la propia vida, que contiene la muerte.
—¿Y qué ocurre con el público de Internet?
—Hay un público que ve la realidad, o su representación, en el cine, la televisión o Internet, que se informa o lee esa misma realidad en los periódicos y en la propia Internet; en fin, que se adentra en la cultura de otra manera a como lo hicieron otras generaciones. Existen varios estudios que abordan la estupidización que implica la web, específicamente Google. El individuo ha perdido capacidad de concentración, de laboriosidad intelectual, pues todo es más rápido y efímero. Las diferentes pantallas no solo no han logrado sustituir la eficacia del libro, sino que han ido transformando las habilidades del ser humano para la lectura en algo completamente distinto. Ojear es mucho más fugaz que hojear. No quiero parecer nihilista, pero lo que está ocurriendo con la cultura digital no me entusiasma de la misma manera en todos los campos en que acontece. Se nos va el tiempo en las ceremonias propias del oficio, y en las ceremonias que promueven los profesionales de las ceremonias. En medio de tal caos, de tanta confusión, las jerarquías se confunden, y solo algunos elegidos saben a ciencia cierta qué es lo verdaderamente trascendente. La función crítica se ha extraviado de tal modo, que ha devenido rareza y se ha convertido en una herramienta del mercado. Hoy, más que nunca, hay que dudar del éxito fácil y de los juicios absolutos, tanto como de los falsos Mesías y los visionarios reciclados. La crítica debería servir para llamar las cosas por su nombre.
—Entonces, en esta nebulosa, ¿cómo hace la Cultura para sobresalir? Como presidente del ICAIC, ¿de qué manera piensa que puede abrirse camino el cine cubano en medio de esta vorágine informativa?
—Sigo creyendo mucho más en la eficacia multiplicadora de los pequeños espacios, de los nichos de legitimidad, en trabajar con públicos específicos, que es nuestro verdadero destino. El destino de nuestra cultura no es aspirar a un espectador global, quien tiene muy pocas probabilidades de ser un entendido en cine cubano, sometido como vive a un aluvión de intervenciones monoculturales. En cambio, por el camino de la suma, podemos esperar una acogida más querenciosa, encontrar gente informada, o que se informa sin prejuicios, que tiene acceso y que se relaciona con el cine cubano de la misma forma como se relaciona con el cine asiático, con el cine argentino, húngaro, polaco... En última instancia, la cultura, en su acepción más perdurable, va a partir siempre de un fundamento cultural plural, múltiple. Esa diversidad es la que le confiere una vitalidad gnoseológica, espiritual, a la cultura. Yo sigo pensando que, ahora más que nunca, se debe trabajar en esos reductos de sensibilidad, en esas parcelas del saber. Porque nosotros hemos pasado a ser la periferia absoluta, ya que, además de todo lo que digo, usted no puede sustraerse a la realidad de que hoy el mundo está dominado en el campo audiovisual por un solo país: Estados Unidos. En Europa, cuna del cinematógrafo, el cine que más se ve es el norteamericano. O sea, el cine nacional allí también es marginal. Pienso que hay que refundar muchas cosas, e inaugurar nuevas formas de circulación de la cultura. Sin subestimar ningún espacio, por pequeño que sea. ¿Qué estamos haciendo noso-tros? Trabajamos con las universidades y las organizaciones estudiantiles, jerarquizamos precarios (pero muy interesantes) festivales, formamos públicos, trabajamos con las instituciones, personalizamos al espectador, y le conferimos una importancia estratégica a los ámbitos académicos. Se precisa de la devoción de los antiguos misioneros, de una conciencia clara del problema y de responsabilidad a la hora de solucionarlo. Existe una generación, no ya en el mundo sino en Cuba, que desconoce la magnitud del cine cubano, y del mejor cine universal. Por diversas razones, entre ellas por el efecto negativo de los propios medios. No obstante, la lealtad del público a su cine ha sido constante. El saldo principal del ICAIC, y lógicamente de la Revolución, es haber formado un público interesado en el hecho cultural cinematográfico.
—¿Por qué usted considera que el público cubano sigue siendo leal a su cinematografía?
—En primer lugar, por razones culturales. Nos gusta vernos representados en la pantalla, y en este país, aún más, porque hemos sido parte de un proceso histórico muy intenso; por lo tanto, este individuo que somos, quiere que su vida, que es tan descarnada y a veces tan placentera, se vea representada en la pantalla; entre otras cosas, porque resulta de interés, mucho más si tomamos en cuenta que el proyecto de dominación imperialista ha conseguido hacer de la indiferencia una religión universal. En Cuba es muy difícil encontrarse con alguien que sea indiferente a su realidad. Ni siquiera los que reniegan de ella. Es muy difícil vivir al margen de los acontecimientos sin implicarse a fondo. Esto, a pesar de que hemos retrocedido en este sentido, pues, al fin y al cabo, no somos criaturas de laboratorio. Las dificultades también nos definen y pertenecen. Somos un país pequeño, una nación todavía joven, pero pródiga en Historia. Los cubanos siempre hemos sido parte de una batalla, la de conquistar o defender nuestra independencia todos los días. Uno siente orgullo de pertenecer a este país.
—A ver... tenemos una nebulosa informativa, tenemos un dominio audiovisual por parte de Estados Unidos, tenemos una falta de diferenciación de jerarquías, pero al mismo tiempo tenemos, aún, personas leales, aún pervive la esencia humana...
—Mire, yo pienso que el mundo se está acabando. Los datos hablan, las catástrofes y la degradación de los sistemas naturales lo confirman. Hay quien confía en la capacidad de los seres humanos para adaptarse, históricamente hablando, pero los cambios que se producen en nuestra época son vertiginosos, alucinantes. Ni siquiera hay tiempo para mudarnos a otra galaxia, a otros mundos posibles. Esto no quiere decir que la vida humana va a desaparecer en apenas un par de siglos, en un abrir y cerrar de ojos —aunque pudiera ocurrir, todo depende de algunos poderosos y de nosotros mismos— sino que jamás había estado tan cerca, y a tal ritmo de deterioro, el fin de los tiempos del hombre.
—Imaginemos que el mundo se ha salvado. ¿Cómo avizora a Cuba?
—El mundo se va a salvar, no le quepa dudas. Así, hasta que se produzca la fusión final entre Andrómeda y la Vía Láctea. O sea, sabemos que este suelo que pisamos algún día será polvo, y no precisamente polvo enamorado. En cuanto a nosotros, solo voy a hablarle de un aspecto: ¿usted se imagina una sociedad como la nuestra, con la densidad de conocimiento de que dispone, que es nuestro principal recurso incombustible, informatizada completamente —porque lo va a estar, no le quepa duda—, produciendo y circulando contenidos con nuestros puntos de vista acerca de las más diversas realidades y problemas del mundo contemporáneo? ¿Usted se imagina a Cuba contribuyendo al desarrollo tecnológico y humano mucho más que ahora, cuando es uno de los países que más aporta a escala mundial? Pero primero tendremos que solucionar no pocos problemas. Las instituciones culturales, por ejemplo, están rebasadas por el talento existente. Vivimos una típica crisis de desarrollo en condiciones de subdesarrollo. Este es un serio problema, porque incide directamente en la participación de las nuevas generaciones en el crecimiento de la sociedad. Hay que buscar, entonces, soluciones nuevas a este tipo de problema, que también es nuevo. Los problemas de la mayoría de los países latinoamericanos y africanos son otros; ellos carecen de este capital humano. De ahí la importancia de la solidaridad que Cuba practica.
—¿Qué continúa definiendo al ser cubano en medio de este mundo que todavía —creemos— se puede salvar?
—Un amigo, muy entendido en los menesteres de arte e identidad, dice que al cubano lo define el antiimperialismo. Según este amigo, donde de verdad se define su cubanía es en saber si está a favor o en contra del imperialismo yanqui. Eso dice este amigo, que, por cierto, no es muy dado a los análisis reduccionistas. Claro, la cubanía es mucho más que esto, pero no deja de ser (también) lo que el amigo piensa. La cultura es quien mejor la define, ya que la sustenta desde la identidad, como hecho orgánico, consustancial, definitorio e insustituible. La cubanía somos nosotros dos al amparo de un son, y sin saber bailar; la cubanía es, quiérase o no, otro misterio que nos acompaña, y que jamás nos abandona.
* Periodista argentina.