Cartel que forma parte de la campaña cubana de prevención del SIDA. «Todos sin excepción deberíamos unirnos en esta lucha, porque, aunque es triste decirlo, los jóvenes a veces siguen más a los artistas que a sus padres» Un lustro le ha bastado a David Blanco para evidenciar que lo de él es mucho más que El Despechao, Fiesta, Una y otra vez y Mueve la pachanga, aunque emisoras radiales y canales televisivos se empeñen en mostrar lo contrario, como si su obra fuera tan escasa, como poco atractiva.
Supongo que para un creador debe ser frustrante que después de entregar una producción discográfica bien pensada, se le conozca por unos pocos títulos, cuando en verdad hay de donde escoger. Máxime si la vertiente musical que Blanco cultiva no siempre ha sido bien vista en una Isla, donde campea por su respeto (y no puede ser de otro modo) la música popular bailable, quizá por estar el pop rock muy asociado a lo meramente comercial, aunque siempre haya sus excepciones, como es el caso.
¿Quiere esto decir que la propuesta de David Blanco se divorcia completamente de los patrones que rigen el género? Claro que no. No es su objetivo (al menos por ahora) hacer esa música experimental, de laboratorio o alternativa, como quieran llamarle, pero lo que sí es innegable es que él asume una fusión muy personal e inteligente, que se integra a las corrientes internacionales más contemporáneas, al tiempo que recibe con los brazos abiertos a ritmos auténticamente cubanos como el son, el chachachá, la trova, el guaguancó, el mambo, la guaracha... Y es esa justamente una de sus mayores virtudes: divertir de lo lindo a partir de esos géneros que padecen el síndrome de «candil de la calle y oscuridad de la casa».
Quienes hayan escuchado el disco debut de Blanco, Tengo para dar, así como su producción de 2005, El Despechao, Premio Cubadisco de ese año en su categoría, comprobarán que el uso de nuestra música no es un hecho casual para aprovechar el boom de lo latino en el mundo, sino que se ha propuesto rescatarlos y que suenen a estos tiempos. Así, por ejemplo, lo mismo le rinde homenaje a la trova y a la guaracha en Cuando me dijiste adiós, que hace que Tengo para dar —aparece en los dos discos— transpire puro sabor criollo por ese chachachá actualizado con aires roqueros, prodigiosa fórmula que repite en temas como Botao en Madrid y Habanero soy, aunque en este último como en El pastel (para mí entre lo más sobresaliente), Blanco se da un gustazo explotando la síncopa y el contratiempo que distingue a la música cubana.
Como si no fuera suficiente, este carismático artista se mueve con soltura con los ritmos que nos vienen del Caribe —como en De mentira y Unos quieren llegar, donde al contagioso reggae le adiciona ese inconfundible tumbao nuestro, consciente de que así no hay cuerpo que se resista al movimiento—; a otros como la samba (Mueve la pachanga), el Tex-mex (El Despechao); con la gaita y la guitarra flamenca que le hacen excelente compañía al guaguancó en Raper, rock & roll y guaguancó; o con los ritmos árabes en Veneno de amor, tan interesante desde el punto de vista sonoro como Conga loca, que clasifican dentro de la world music.
Pero hay algo más que resalta en estos dos discos y es que este talentoso pianista, productor, arreglista y compositor, estudió trompeta, de ahí que entre los logros más significativos de estos fonogramas esté el magnífico diseño de la sección de metales, donde se lucen la trompeta de Miguel Ángel Valdés, el trombón de Amaury Pérez y los saxofones de Carlos Averof (tenor), Román Filiú (alto) y Mario Lombida (barítono), todos instrumentistas invitados. Ello explica que piezas como Mueve la pachanga, Fiesta, Botao... y De mentira suenen de un modo tan formidable.
Mas en estas producciones David muestra otras de sus prometedoras facetas y es la de hacedor de baladas que atrapan aunque no quieras. Es evidente que él ha sabido tomarles el pulso de manera que estas pueden funcionar con notable dignidad lo mismo en escenarios nacionales como en otras latitudes. Ahí están para demostrarlo Save me again, En el borde de un beso (donde hace dúo con Isis Flores) y Nunca más, pero sobre todo Donde más me duele y Miénteme, tema que preside la campaña cubana del programa de prevención del sida, acción que él conduce consecuentemente.
Por suerte, lo dicho hasta aquí se podría comprobar fácilmente si se llega esta tarde, a las 6:00 p.m., al Pabellón Cuba, donde David Blanco junto a Ernesto Blanco y Rodolfo Torrente «Fito» (guitarras), la Flores (teclados y coros), Yaimi Karell (percusión) y Emilio Veitía (batería), ofrecerán el concierto de apertura de Arte en la Rampa en el Pabellón Cuba, con un espectáculo que no deja nada al azar. Esta es una magnífica oportunidad para comprobar que además de inteligencia a David lo escoltan el dominio escénico, el buen gusto y la profesionalidad.
Cartel que forma parte de la campaña cubana de prevención del sida. «Todos sin excepción deberíamos unirnos en esta lucha, porque, aunque es triste decirlo, los jóvenes a veces siguen más a los artistas que a sus padres».