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Dar agua sin botar la gorda

Es más que un pasatiempo, una distracción, un deporte que atrapa. El dominó es parte de la vida del cubano y de su cultura, aunque tiene lados no muy buenos sobre los que debemos meditar

Autores:

Osviel Castro Medel
Nelson Rodríguez Roque
Laura Fuentes Medina

Es difícil que algún cubano permanezca indiferente ante el  juego de dominó. Ciertas personas lo aborrecen porque de vez en cuando genera bullicios, «tomaderas» y molestias. Pero miles lo ven como un pasatiempo o divertimento excelente, que une, ayuda a ejercitar el cerebro y a consolidar amistades.

El dominó forma parte del diarismo nacional, por eso su práctica está diseminada en parques, casas, esquinas. Incluso, algunos lo juegan en medio de las aceras o las calles, una «tradición» que deberíamos eliminar.

Mientras en el centro y el occidente del país se emplean 55 fichas (hasta el doble nueve), en el oriente se usan 28 (hasta el doble seis), una variante que está más extendida en el mundo, llamada dominó competitivo. En uno u otro lado requiere de astucia y táctica, genera emoción, tensión y alegría. Convoca a personas de todas las edades, clases sociales y profesiones.

Si bien existe la sentencia de que «lo hizo un mudo», en Cuba las parejas que se enfrentan en una partida suelen reírse de la frase porque nadie lo concibe en silencio. Cuando se pone una ficha, generalmente, surge un comentario o un grito.

«Blanquizal de Jaruco», «la pelá», «blanca como la leche» son referencias al blanco. El uno ha sido bautizado como «el lunar», «la púa», «puntilla» o «unicornio»; para anunciar el dos se habla de «Duque Estrada», «Dulcinea» y «dulce»; para mencionar el tres: «Trío Matamoros», «trinó el sinsonte», «a la hora que mataron a Lola», «Teresa»...

La lista sería interminable, pero otros ejemplos extendidos y que prueban las inventivas del cubano son: «cuartel Moncada» (para el cuatro), «sin comer no hay quien viva» (cinco), «aceite de oliva» (seis), «siete mil y más murieron» (siete), «Pinocho» (ocho), «noveno inning» (nueve), «la gorda» o «la que menos pesa» (para el doble seis o doble nueve, según sea la ficha de más tantos).

También, a viva voz, surgen frases cuando alguien está «agachado» (no matar la ficha del rival teniendo la posibilidad de hacerlo), «pegao» (al ganar), cuando se «da agua» (mover el dominó), al «ahorcar» un doble (dejar sin opciones de juego a un doble) o cuando está «trancao» (es imposible poner más fichas y gana el que menos tantos tenga).

Pero el dominó es mucho más que una jerga, un juego o una competencia.

De china a Holguín

Varios textos consignan que el dominó surgió en China hace más de mil años, desprendido del famoso juego de dados. Fue bautizado en Francia con ese nombre mucho después, y a Cuba llegó, probablemente, a finales del siglo XIX o principios del XX, aunque no se sabe si lo introdujeron migrantes del Gigante Asiático o viajeros procedentes de Europa.

Ha estado presente en fiestas familiares, celebraciones de fin de año, viajes a la playa, escuelas al campo y en otros escenarios. A veces, ni siquiera requiere de una mesa, pues con una simple tabla, colocada en las piernas de los contendientes, basta.

A juicio de Yosvani Marrero, jefe de Brigada en la Empresa Geysel de Holguín, el dominó es «para despejar, pasar el rato y disfrutar, porque uno se ríe y se divierte». Y añade que juega la modalidad de seis fichas, como en casi todo el oriente cubano. 

«Apuntamos hasta 20 tantos, dependiendo lo que se cuente en la mesa; hasta diez vale un punto, de
11 a 20 vale dos, y así sucesivamente. Empezamos más o menos a las 7:00 p.m., hasta las 11:00 de la noche, y a veces hasta que nos dé sueño. No somos tan recios con tocar una ficha y no poder variar la se­lección. Hay parejas que son tradicionales y juegan por afinidad, sobre todo si son vecinos», expresa.

Su padre, el jubilado del sector azucarero Danilo Marrero, opina que en parte es entretenimiento, «aunque pudiera ser deporte si se practicara más masivo u organizado. Para nosotros, en el barrio, es dis­tracción, algo de carácter popular. Hay que ir aplicando inteligencia, matemática y observación.

«Existen personas habilidosas que, de nada más ver una partida, saben todas las fichas que guardan los demás; eso se adquiere con práctica. En el transcurso del juego mi compañero y yo no hablamos por aquello de que el dominó se inventó en silencio. Tampoco hacemos señas, aunque sí se dicen frases típicas en determinados momentos».

A Francisco Suárez, trabajador por cuenta propia holguinero, también le apasiona el dominó: «En la ciudad nuestra se juega en muchas esquinas. Desde niño, con mis abuelos, aprendí a jugar en el asen­tamiento de La Cuaba, desde que caía la tarde hasta alumbrarnos con una lámpara china durante buena parte de la noche.

«Para ser exitoso hay que compenetrarse, llevarse bien y jugar alegre. Y repetir mucho la ficha que más uno tiene y la que el compañero pone frecuentemente. Esto tiene estrategias, jugadas finas, como le llama la gente. Pero hay que poseer buena retentiva y recordar lo que van tirando tanto tu pareja, como los contrarios. Llevar el juego es fundamental.

Por su parte, Rafael Toledo, también desde la Ciudad de los Parques, señala que «personas de la tercera edad, como yo, tratamos de practicarlo. Es una forma de ejercitar la mente. Cuando el nivel de quienes juegan es parejo, la suerte con los elementos de las fichas que te caigan repercute en mayor medida. El porciento de azar crece».

Un ritual

No todos los practicantes del dominó lo ven como algo para despejar. El capitalino Ignacio Castillo, por ejemplo, cree que el juego fortaleció la relación de los miembros  de su comunidad y añade que «es una especie de ritual, porque es un espacio de consenso, cuando jugamos todos los problemas quedan fuera».

Él reflexiona sobre el hecho de que algunos les dicen «vagos» a los amantes del pasatiempo, pero eso puede estar lejos de la verdad porque él mismo tiene tres trabajos diferentes para «poder ayudar a mi familia». 

Por su parte, Yoeslandri Oscary, un joven santiaguero y jugador habitual de dominó en su localidad, expone que en algún momento de su adolescencia se atrevió a sentarse a esa mesa que, en las noches, se armaba de manera habitual en el primer piso de su edificio familiar. Hoy, 20 años después, sigue participando.

Este indómito intervino, junto a sus vecinos, en la creación de una sociedad o peña de dominó, llamada El Almendrón, la cual tiene una directiva encargada de velar por el cumplimiento de reglas de compor­tamiento y recoger la cotización mensual.

Cuenta que al principio jugaban para evadir los problemas de la vida, mas, a medida que pasó el tiempo, el afán por competir pasó a un lugar de mayor importancia. También hizo referencia a los casos de algunos compañeros que se involucraron en apuestas y terminaron desarrollando conductas indeseables.

Por su parte, Viola Fonseca, una bayamesa que rebasa los 80 años, señala que muchos jugadores de dominó tiran las fichas, hacen bulla y molestan a los vecinos hasta altas horas de la noche. Y eso no debería tolerarse.

Mientras, un coterráneo suyo, Esteban Fraga, trabajador de mantenimiento, apunta que no ve nada malo en darse un traguito mientras se juega dominó, «lo malo es cuando beber se vuelve hábito» y eso desemboca en faltas de respeto a los demás. «Todo tiene su límite», acota.

Otras tres residentes en la Ciudad Monumento, Eldris Brizuela, Ariannis Pérez y Yetsy Martínez señalan que, al contrario de lo que consideran algunos, el dominó es también para mujeres y niños. «En nuestra casa lo jugamos casi todas las noches. Formamos la pareja mi hijo menor y yo, y nos enfrentamos a mi esposo y al otro niño, la pasamos bien, en un ambiente sano», dice la primera.

Epílogo

Hay quienes piensan que el dominó sobrepasa la categoría de juego y al respecto recuerdan que Cuba organizó tres campeonatos mundiales de la especialidad, en los años 2003, 2006 y 2007. En la primera ocasión salieron campeones los guantanameros Osmil Daudinot y Salvador Cabrales.

Decimos más: existe una Federación Mundial de Dominó, de la que Cuba es miembro pleno. Esto justifica que pudiera verse como un deporte organizado o una disciplina para verdaderos profesionales.

En cualquier caso, sea deporte, pasatiempo o divertimento, lo importante es verlo como algo arraigado a nuestra cultura e identidad, que no debería provocar problemas o contradicciones. Lo mejor es disfrutar de sus bondades, sin burlarse mucho de «ahorcar» a alguien, sin reírse del que se ve obligado a «dar agua» constantemente cuando pierde y sin pensar que saber jugar es botar siempre «la gorda».

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