El Moncada es la victoria que celebramos. Autor: Falco Publicado: 25/07/2020 | 10:54 pm
Antes que el estadista de talla mundial, el líder humano y justo, fue el infante que aún sin edad para ir a la escuela, entre libros y fotos de patriotas, se sentaba en primera fila del aulita humilde de Birán, para no perder ningún detalle de la clase y embobado seguía la explicación de la joven maestra, que, diría luego, fue su primer amor.
Estudiosos de su vida como María Luisa García y Rafaela Valerino, autoras del texto Un niño llamado Fidel Alejandro, hablan del pequeño fuerte, observador y deseoso de aprender, que cobijado por el cariño familiar, disfrutaba del contacto con la naturaleza, los baños en el río y las correrías junto a los hijos de los trabajadores, las travesuras a los animales, las excursiones, y tempranamente se rebelaba contra lo que no le gustaba.
Ese era el pequeño Fidel Alejandro Castro Ruz. El niño que luego sería el político visionario, el estratega brillante, el hombre
carismático y audaz, llegó a Santiago de Cuba con escasos seis años y el corazón repleto de añoranza; se deslumbró con el mar, conoció del hambre y las privaciones en casa de una maestra sin escrúpulos y se develó rebelde y prometedor.
Ingresó en 1935 en el Colegio La Salle, donde confirmó su pasión por el estudio, en particular la lectura en voz alta, que contribuyó a desarrollar sus dotes oratorias, y su imaginación se desbordaba entre las crónicas de guerra de las historias sagradas, las continuas excursiones a la bahía y las elevaciones cercanas, y la práctica de deportes.
En La Salle por sus buenas notas era considerado un buen alumno, disciplinado y serio, hasta que una pelea con otro estudiante hizo que un sacerdote lo abofeteara. Ante aquella humillación, Fidel respondió. Nadie en el colegio estuvo a su favor y sus padres, avergonzados por las quejas, lo devolvieron a Birán con la intención de que no regresara más a la escuela. Don Ángel, incluso, le encomendó al contador de la finca que le pusiera largas tareas de matemáticas como castigo.
Dolido porque nadie escuchara su versión de los hechos y ante un correctivo que consideraba injusto, al concluir las vacaciones, amenazó con incendiar su casa si no lo dejaban regresar a la escuela. «Y fue verdad que amenacé…», relataría sonriente él mismo años después, al recordar aquel incidente que finalmente fue resuelto por la inteligencia natural de la madre, quien intercedió para que volviera a Santiago.
Regresó por tercera vez a la oriental urbe, en esta ocasión a casa de don Martín Mazorra, amigo de la familia, y fue matriculado como alumno del Colegio Dolores. La formación de los jesuitas intentaba forjar el carácter y espíritu emprendedor de sus estudiantes; allí Fidel se imponía duras pruebas, como escalar las elevaciones más altas y estudiaba mucho.
Lo deslumbraban las grandes batallas de la historia y sus héroes: Alejandro, Aníbal, Napoleón, Bolívar, Céspedes, Maceo, Martí… y en los recesos o durante las vacaciones, con bolitas de tierra o papel, representaba el enfrentamiento de dos ejércitos.
En septiembre de 1940 inició el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago, donde cursó con excelentes resultados el primer y segundo años, y en las vacaciones convenció a sus padres para que lo dejaran
terminar el bachillerato en el Colegio de Belén, de la capital.
En Belén, lo admitió en entrevistas, no se consideraba un alumno modelo, se distraía con frecuencia en clases y dedicaba mucho tiempo al deporte, pero sí estudiaba duro, pues obtener buenas calificaciones era cuestión de honor.
Así consiguió notas de excelencia, premios en asignaturas como Español, Inglés, Historia; fue considerado como una revelación del baloncesto, organizó acampadas que dieron mucho de qué hablar, y se graduó como uno de los estudiantes más destacados y el mejor atleta de su curso.
La referencia al pie de su foto en el expediente escolar terminaba enfatizando: «… Cursará la carrera de Derecho y no dudamos de que llenará con paginas brillantes el libro de su vida. Fidel tiene madera y no faltará el artista».
La historia del ser humano imprevisible y singular, del dirigente preocupado por el bienestar de su pueblo, del hombre leyenda, 97 años después, le continúa dando la razón, y tras la mítica huella del eterno Comandante en Jefe de los cubanos continúa asomado aquel niño rebelde y prometedor, los ardores y emociones de una infancia que definió su camino.