Cada noche, Nélida insiste con su vara en mano en busca de comida para esos seres que ama. Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 23/08/2022 | 08:03 pm
La noche que la conocí, Nélida Pérez González tiraba la vara en el Malecón habanero y en eso el cañonazo de las nueve sonó. Ambas nos asustamos, pero quien más lamentó aquel estruendo fue esta mujer de 78 años que exclamó: «Si la mujarrita iba a picar se largó o se murió del infarto».
Mientras esperaba por que otro pez mordiera el anzuelo, me contó que cuando se incorporó al círculo de abuelos le pidieron que abandonara el hábito de fumar; y como le era tan difícil acabar con el vicio de casi toda la vida, acudió a una sicóloga, quien le sugirió aprender a pescar. Años más tarde agradecería aquella decisión: ya ni de catarro padece; y sus 14 gatos callejeros se alimentan gracias a ese oficio de infinita paciencia.
Con una luna cuarto menguante —no tan recomendable para salir a pescar—, luego de cinco horas, ella había capturado 11 peces pequeños. Se conocía el nombre de casi todos y comentó que las mujarras son las más bonitas. «Si hubiera luna nueva esto estuviera repleto, porque es cuando los peces tienen más hambre y muerden más el anzuelo», musitó mientras mostraba el pozuelo donde depositaba sus presas.
Aún le faltaban por lo menos tres para poder ofrecerle uno a cada uno de sus gatos callejeros, pero debía regresar a la casa. Su esposo, con quien comparte 58 años de matrimonio, estaba solo. Desde hace un tiempo ya no puede acompañarla a pescar. Está lesionado y requiere de un andador para trasladarse.
Mientras conversábamos, un moreno fornido la saluda con cariño, y la anciana responde de igual manera. Cruzan bromas y conversan sobre los animales que cuidan. Es quien la provee gratuitamente de calandracas, porque hace poco ella perdió su bicicleta. El salitre le comió hasta los rayos, según refiere, y ya no puede ir por su carnada a donde acostumbraba buscarla, a cerca de cinco kilómetros de donde reside.
—¿Por qué hace ese sacrificio tan grande?
—Quiero mucho a los animales. Especialmente los gatos me han engatusado. Son muy simpáticos e inteligentes. No tienen un pelo de malagradecidos. ¡Y mira que tienen pelo! Fíjate si son buenos, que en mi cuadra hay un perro que cuida de ellos. No deja que nadie los toque. Besa a una gata como si fuera posible el enamoramiento entre especies distintas. Hay que ver el amor que se tienen.
«Por estos días se me murió el único que yo subía a comer a la casa y todavía estoy muy triste. Pienso que lo hayan envenenado. Todavía queda gente mala que no respeta los animales, aun cuando existe una ley para protegerlos. Yo alimento a los 14 en la calle y tengo dicho que quien los maltrate tendrá que vérselas con la ley y conmigo.
«Como me ven tan dedicada y dispuesta a pelear por su bienestar, ya nadie se mete con ellos, pero siempre hay algún insensible que puede hasta llegar a matarlos. Al principio había quienes se burlaban de lo que hago. Es verdad que en estos tiempos no es muy común que una se dedique a atender animales, con la escasez de alimentos que hay, pero ahora es cuando hay que hacerlo».
—¿Tiene apoyo de sus hijos para realizar esta obra tan bonita?
—Mis dos hijos están orgullosos de que cuide de esos animales. También apoyan mi decisión de salir a pescar. Saben que los pescadores me cuidan. El que me enseñó murió cuando el pico de la pandemia, en agosto pasado. En medio de mi silencio, cada vez que capturo uno, se lo agradezco a él, que me regaló todos sus secretos de pescador experimentado.
«El mulato que me ayuda con las calandracas también perdió a su padre. Esta COVID-19 se llevó a mucha gente. Gracias a Dios, yo creo que me libré de ella. Parece que es por el aire puro que siempre respiro mientras pesco. Y porque soy una persona feliz. Ni siquiera esta situación tan dura que vivimos ha logrado amargarme. Yo bailo como si tuviera 15 y me río hasta de mí misma.
«Este oficio es bonito. Te permite relajarte y salir del bullicio de la ciudad. Yo soy guajira y el silencio me gusta. Mientras pesco pienso en mi vida que no ha sido un paraíso. He trabajado siempre mucho, muchísimo».
—¿Y cómo llegó a La Habana?
—Abandoné con 16 años el pueblecito donde nací: Vueltas, en lo que antes se llamaba Las Villas, ahora Villa Clara. Salí de ahí para poder ayudar a mi madre que vivía en una pobreza que daba pena. Antes lo había hecho mi hermana, quien mantenía desde hacía tiempo la familia.
«Llegué a La Habana sin saber hacer nada. No es lo mismo salcochar boniatos, hacer harina… que cocinar platos sofisticados, como los que se hacían en casas de los ricos donde me hice tremenda cocinera.
«La vida es abnegación, pero cuando ayudas a otros, ese sacrificio no da dolor, sino orgullo lindo, como ocurre con lo que hago por los gatos de mi cuadra. Estaban muertos de flacos cuando fueron apareciendo y ahora se ven fuertes y lindísimos».
Mi amigo, el poeta español Eduardo Andrada de Diego, a quien esa tarde acompañaba por el Centro Histórico de la ciudad, y estuvo presente cuando el azar quiso que me tropezara con esta mujer, me comentó que esa era una de las vivencias que más lo habían conmocionado en su último viaje a la Isla.
Cuando nos despedimos de la anciana, él quiso ayudarla a salir de los arrecifes, pero ella se negó, advirtiendo que aún está fuerte y podía valerse por sí sola. La invitamos a tomar algún refrigerio en las proximidades del lugar, pero ella declinó la invitación porque su esposo y los gatos la esperaban. Nos dijo que le gustaba la pizza de queso blanco y porque estaban muy caras, llevaba tiempo sin degustar alguna. Prometimos invitarla a saciar su deseo y seguir conversando.
Nélida quiere mucho a los animales y, especialmente, a los gatos, que la han engatusado. Fotos: Abel Rojas Barallobre
A lo lejos la vimos perderse con su cabecita canosa y dirigirse a su universo de pasión. Caminaba oronda, como cuando vamos a darles una sorpresa linda a los que amamos. Puede que las lunas conspiren para que los peces se espanten, como quizá pasó esta vez, pero Nélida insistirá cada noche con su vara en mano en una esquinita del Malecón habanero. En su perseverancia está la lucha de la bondad contra el desamparo que aún insiste en desgarrar corazones.