Ordenamiento monetario y cambiario. Autor: Falco Publicado: 04/01/2021 | 10:38 pm
Mi choque con el día cero vino envuelto en una barrita de guayaba. Cuando la sonriente y solícita vendedora me soltó el precio quedé sembrado en el pavimento como una mata del fruto. El anteriormente humilde preparado de un pan con timba me costará ahora 41 pesos. Los 40 de la susodicha y el precio del mala fama nuestro de cada día.
No atiné a otra cosa que a volverme sobre mis pasos, sin pronunciar palabra viva, aunque imagino que durante la reforma monetaria, cambiaria y salarial, las caras seguirán hablando…, en dependencia de los montos.
Mi esposa, conmiserativa, trató de aliviarme el susto: ¡No te preocupes, ya te irás acostumbrando, es que te enfrentas a esto por vez primera!...
Los sobresaltos serían mayores cuando intenté unir la guayaba con el queso, como es tan sabrosamente común entre los cubanos. Confieso que la prueba puede tener «margen de errores», porque la hice en el libérrimo y kilométrico mercado de la Autopista Nacional. A los montos anteriores tendría que sumar otros 450 pesos… Con la libra a «ojo de buen cubero», algo previsible en tan peculiar bulevar.
Cual pitagórico del siglo XXI no atiné a otra cosa que a tratar de adaptar la teoría del maestro, filósofo y matemático griego sobre la significación funcional de los números en el mundo objetivo y en la música a los extraños acordes que estaban sintiendo en esos momentos mis bolsillos.
No me quedó más remedio que aceptar que la única forma de entender a algunos comercializadores nuestros en medio de la reforma es cambiando drásticamente uno de los descubrimientos de Pitágoras: la «inconmensurabilidad» de la diagonal de un cuadrado no sería nunca, para estos, de lado «mensurable» sino «inconmesurable», o más clara y criollamente: insumable.
Era tanta mi confusión teórica a esas alturas que no intenté nuevas incursiones «comprísticas» en la jornada, tratando de adaptar, con lo ya visto, el «paladar» de la cartera a la nueva situación. Intenté no aguarle la fiesta del entusiasmo por los miles que le caerán dentro, una experiencia que, la pobre, nunca vivió hasta hoy. Es lógico su desconcierto, lo mismo para asimilar la vista larga de los arquitectos de esta medida tan necesaria como radical para el país, como la corta de su enjuta existencia.
Ya domingo y con mejor predisposición, traté de seguir descubriendo por dónde le entra el agua al coco de la tarea ordenamiento, sin otro propósito que el de tratar de irme ordenando a mí mismo, como diría en circunstancia tan peculiar aquel personaje humorístico de Lindoro.
Confieso que la expedición por las shopping y los mercados agropecuarios estatales me dejó una más prometedora sensación. La libra de tomate a cuatro y seis pesos, en dependencia de la calidad, fue una agradable sorpresa. Por el estilo los costos de la berenjena y unos famélicos platanitos fruta, extraños sobrevivientes del ansia devoradora de fin de año.
En los antiguos mercados en CUC —migrantes apurados algunos al CUP, pese a la promesa de que los primeros tendrían una sobrevida de seis meses— tampoco había demasiados motivos para la desolación, a no ser por las clásicas y extenuantes colas pos-COVID-19 para algunos productos. Dos pomos de aceite de girasol al mismo costo anterior y los paquetes de muslos de pollo que nunca alcancé por la misma varita.
Asumí que este paseo mercaderil dominical era como la compensación necesaria a mi Día D en la llamada Tarea Ordenamiento. Al parecer las experiencias de otros cubanos no distan de las mías, al menos por las opiniones aparecidas tras una pregunta provocadora que lancé en el muro de Facebook y que repetí en otros muros menos ciberespaciales: ¿Cómo les fue el día cero?
Algunas experiencias son tan alucinantes como las que padecí con respecto a determinados productos. Entre estas los precios del helado en el Coppelia habanero —ahora rectificados—, determinados espectáculos culturales, transportes y medicamentos, entre otros.
Los excesos —de que los hay los hay y deben descubrirse y atajarse— recuerdan la advertencia del Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz, en la sesión de fin de año de la Asamblea Nacional del Poder Popular, de que los especuladores habitan en «ambos mundos». Y fíjense que no lo pongo en mayúsculas, porque no se trata precisamente del hotel famoso por las estancias de Ernest Hemingway, sino de actores privados y estatales deseosos de rentabilidad y «jugancias» —que no es lo mismo que ganancias— a todo costo.
Ahora también cachetean más fuerte los proverbiales y ancestrales arrastres de falta de calidad en determinados productos y servicios. Alguien no se lamentaba de perder el «pan de la bodega» porque valía un peso y con la misma mala calidad de siempre. Igual con los tan denunciados como persistentes agujeros negros en las bolas de helado y otras ausencias que le circundan, desde hace rato en la penosa constelación de nuestras inconstancias e inconsecuencias, y así por el estilo…
Frente a todo lo anterior lo más sano, purificador y tranquilizador, socialmente hablando, es la política planteada por los principales líderes del país de que será revisado lo que deba ser revisado y corregido lo que tenga que corregirse. Evitar que cada cual se invente su reformita por cuenta impropia.
Como repite un famoso narrador de la pelota: esto no se acaba hasta que se acaba. Lo único que en este caso no se trata de un juego de béisbol y sus imponderables, sino de un mes. Al menos un mes tipo para saber cuánto falta y cuánto sobra en este cachumbambé matemático que vivimos. Para verificar si definitivamente este engorde de billeteras pondrá más derecha la discutida pirámide.
Hay otros ángulos incluso más comprometedores y dolorosos si los responsables de detectar, actuar y corregir lo hacen con la placentera parsimonia enajenante de algunos burócratas. Entre estos los ubicados en desventaja social, ahora atizada por la reforma. Ya escuché la historia de un jubilado con la más baja pensión, que tiene a su cargo a su esposa y una anciana sin ningún sustento, a quienes los trabajadores sociales y otras autoridades locales niegan la posibilidad de una asistencia estatal adecuada.
Lo anterior ocurre pese a que las tres R —reformas monetaria, cambiaria y salarial— fueron antecedidas por la orientación de buscar barrio por barrio a este tipo de personas para garantizarles oportunamente su protección. Nadie tiene el derecho de convertir en consigna hueca la política revolucionaria y socialista de que en Cuba nadie quedará desamparado.
Serían ese tipo de olvidos imperdonables u otros abandonos o torpezas los que en vez de al éxito que todos ansiamos de esta fortísima transformación estructural nos precipitemos hacia una costosa licantropía: nos dejemos dominar por la fiera que llevamos dentro y comencemos a devorarnos, como lobos, los unos a los otros.
Esa es la visión apocalíptica de arrancada, el vaho o aliento perverso que ya asoma en algunos espacios, entre los cuales no pueden faltar, por supuesto, las redes sociales.
Esta es una reforma tan desafiante y peligrosa como prometedora. Las cuentas de cada día —no solo las financieras, sino también las humanas y sociales—, ventiladas con franqueza y bajo estricto y saneador escrutinio público, serán las que nos eviten atragantarnos con un costoso pan con timba o envolvernos como una «melcochosa» barrita de guayaba.