Leidys tiene diez años, y siempre espera a su maestro vestida de impecable uniforme Autor: Hugo García Publicado: 26/10/2017 | 10:47 pm
EL RETIRO, Ceiba Mocha, Matanzas.— Este maestro tiene «un barrenillo» en su cabeza. El huracán Irma se acerca y aunque está lejos de Matanzas, eso le preocupa. Apenas duerme, da vueltas en la cama. La ansiedad es más fuerte que su cansancio. Se despierta, mira el reloj y son pasadas las tres. «Esta es una madrugada interminable», piensa, y trata de apropiarse de un rato más de sueño.
Al alba le faltan unos minutos y sigilosamente deambula por la casa, se asea, monta la cafetera y prepara un poco de leche; sintoniza Radio Reloj para saber de Irma. Desayuna, se viste y sale de la casa apresuradamente. Camina hacia la calle Contreras y allí aborda un ómnibus hasta la parada frente a la pasteurizadora, en las afueras de la ciudad. Amanece. Sube a un auto de alquiler y paga el pasaje hasta Ceiba Mocha, aunque se queda un poco antes de ese poblado.
A orillas de la carretera se sienta en un sitio escarpado. De la mochila saca un par de tenis para la travesía, porque le son más cómodos. Se los pone e inicia los primeros metros de los siete kilómetros para llegar al destino. Por una carretera asfaltada avanza casi un kilómetro, después, por caminos y veredas. El rocío sobre la hierba le moja los tenis y el pantalón. Cruza una cerca de alambre de púas y atraviesa un terreno donde pastan algunas vacas «porque por ahí acorto el camino y quiero llegar temprano, la niña me espera de lo contrario se puede alargar a casi 15 días la frecuencia de las clases».
Esta es la historia de un maestro y de una niña que recibe las clases en su casa, en medio del campo, como verdadera princesa de la educación cubana.
La sencilla belleza de educar
A una humilde casita rodeada de grandes árboles y arbustos llega este maestro bajo el sol, y a veces hasta lloviendo, para que no le falte la atención educativa a su alumna.
Entre los estudiantes que en la provincia de Matanzas reciben atención ambulatoria, tarea priorizada de la educación cubana, se encuentra la niña Leidys Diana Ricardo Díaz. Ella vive en la finca El Retiro, del barrio rural Puesto de Mando, de Ceiba Mocha, en una zona apartada, a 21 kilómetros de la ciudad de Matanzas.
Regino Rivas Díaz cumplió 69 años de edad y siempre se emociona al apreciar cómo Leidys lo espera ansiosa, vestida con su uniforme y su pañoleta azul. Casualmente, cerca de ese lugar, en la finca La Paloma, cuando tenía 17 años de edad, alfabetizó a lugareños de la zona.
«La primera etapa de trabajo fue difícil; pero al ver que la niña avanzaba, los padres la apoyaron cada día más, le repasan los contenidos y ya cuenta con su escritorio y una silla para los estudios», explica.
En el aula de Leidys no faltan el busto del Apóstol y la bandera. Foto: Hugo García
Leidys Diana tiene un área de juegos, en la cual el maestro aplica distintas técnicas en las actividades docentes y los ejercicios de rehabilitación para fortalecerla, pues presenta problemas visuales y motores.
«Recibe docencia, rehabilitación y la preparo para la vida adulta e independiente», asevera Regino, licenciado en Defectología en la especialidad de Trastornos de la Conducta y máster de la Educación Superior, quien recibe el apoyo, para un mejor desempeño, de la Directora y los especialistas del Centro de Orientación y Diagnóstico del municipio de Matanzas.
Regino destaca el soporte para su labor de los colectivos de la escuela especial Héroes del Goicuría y de la primaria Miguel Sandarán, del poblado de Ceiba Mocha, así como de las direcciones de Educación en el municipio de Matanzas y en la provincia, que han puesto gran interés en este empeño.
Soñar en grande
«Siempre pienso en el presente y me entristece profundamente cuando me avisan del fallecimiento de alguno de mis cientos de alumnos», apunta con aflicción quien lleva 52 años en el sector educacional.
No deja de repetir que el magisterio es como cuidar de un jardín y enfatiza que lo esencial es enfrentar la pobreza de ánimo, desafiar el desaliento y desterrar el egoísmo.
Este hombre de pequeña estatura, también historiador e investigador, ostenta las medallas De la Alfabetización, Jesús Menéndez, Hazaña Laboral, Misión Internacionalista, 28 de Septiembre, 40 Aniversario de las FAR, Distinción por la Educación Cubana y la Orden Lázaro Peña de 3er. grado.
Familia agradecida
Dianny Díaz Reyes, la mamá de Leidys Diana, cuenta que se sienten contentos con el avance sostenido de la niña, que es débil visual y se alteraba cuando iba a la escuela primaria: «Ya sabe escribir su nombre, aprende los productos y ha mejorado su control muscular y la visión», asegura la mamá, sin ocultar las lágrimas ni la emoción que la embarga por saber que su niña es educada con tanto amor.
Desde el curso 2014-2015 es atendida por Regino: «La niña tiene obsesión con su maestro. No puedo afirmar que no haya otros como él, pero te reitero que es excepcional, juega con ella, le imparte sus clases todas las semanas y nos ha enseñado a no sobreprotegerla para que enfrente la vida en el futuro», expone Carlos Ricardo Hernández, su papá, jefe de una vaquería de la provincia de Mayabeque.
«Esto se lo debemos a la Revolución y, por supuesto, a ese maestro, por su inmenso sacrificio de venir cada semana hasta aquí y el amor tan grande que siente por la niña, que es amorosa con toda la familia y ha logrado independizarse cada día un poco más», confirma la abuela Estela Reyes.
El área de juegos permite que la niña mejore sus habilidades motoras y se divierta. Foto: Hugo García
«Le imparto Español, Matemática, Educación Laboral, Plástica, ejercicios de Educación Física y El mundo en que vivimos», ilustra Regino, y precisa que Leidys Diana recibió todos los materiales escolares al inicio del curso, oportunidad en la que se picó un cake y junto a toda la familia se comenzó oficialmente el curso.
«Me pongo triste si no viene», nos dice Leidys Diana en el cuarto habilitado como aula, donde el maestro ha colocado un pequeño busto del Apóstol, una rosa blanca, la bandera cubana, una pizarra y muchos objetos para contar, identificar colores y jugar.
«Conozco los símbolos de la Patria, a Martí, a Fidel y al Che, los nombres de los árboles y ya sé escribir y contar», nos indica Leidys Diana, con la nobleza de sus diez años.
La oportunidad de compartir con el maestro el viaje de ida y regreso hasta tan distante sitio, el aliento noble de la clase y el amor recíproco que se profesan alumna y maestro, me conmovieron profundamente.
A la hora de regresar, un chubasco enfanga todos los trillos. «Este aguacero no tiene nada que ver con Irma», jaranea el maestro, satisfecho porque su alumna no se atrasó en sus clases y porque la familia lo despidió desde el portal de la casa con rostros iluminados por la felicidad.