Fidel inaugura el Censa el 1ro. de septiembre de 1980 junto a quien fuera su directora durante diez años, la científica Rosa Elena Simeón. Autor: Cortesía del CENSA Publicado: 21/09/2017 | 06:44 pm
Los ojos del Doctor en Ciencias Emilio Castillo Corría empezaron a doler desde el pasado 25 de noviembre. Llanto y demasiadas horas frente a la televisión, pero con sus 73 años de mirar no pueden enmudecer ahora, y hasta ellos hablan de todas las veces que vieron de cerca al Comandante Fidel.
«Lo tuve junto a mí en varias ocasiones; pero la primera fue en 1971, durante mi graduación como ingeniero agrónomo pecuario, la única de esa especialidad que él presidió, pues luego se dividieron las materias.
«Aquel día nos convidó a trabajar para que nuestras investigaciones no fueran solo papel, sino que llegaran al campo y mejoraran el proceso productivo de la ganadería.
«El Comandante veía más allá de la distancia que le permitía la vista. Cómo era posible que un abogado, Presidente del país, tuviera tiempo para estudiar y dominar la agricultura como nosotros, que dedicamos cada hora a ello», reflexiona.
Cuando a mitad de los años 40 Emilio correteaba descalzo los caminos polvorientos del barrio La Sal, en Manzanillo, y la pobreza vivía como una más en su casa de piso de tierra con siete hermanos, era una idea loca imaginar que podría convertirse en el profesional que es hoy.
«Pero llegó Fidel. Y yo, el niño que llevaba el almuerzo a los macheteros para ganar algún dinerito, se hizo doctor. La mayoría de los cubanos que hemos obtenido títulos universitarios se lo debemos a la Revolución, a los sueños de Fidel para con nosotros», refiere.
Y el 12 de octubre de 1988, cuando el Comandante visitó el Instituto de Ciencia Animal (ICA), volvió Emilio a encontrarse con él. «Llegó en la mañana; yo era uno de los siete especialistas que lo recibimos y a todos nos dio la mano.
«Comenzamos a explicarle y no dejó de preguntar; quería saberlo todo con detalles. Por esa fecha el ICA había obtenido un pienso concentrado proveniente de la caña para alimentar el ganado. Ese era uno de sus empeños con la ciencia, que lográramos eso, y así la totalidad de los cereales serían destinados a la alimentación humana. Él siempre tenía en la mente al pueblo.
«Yo pensé que Fidel iba allí a documentarse, a saber cómo iban nuestros estudios, pero nada más alejado de la realidad. Él fue a debatir y analizar como si fuera doctor en ciencias agropecuarias.
«Yo le hablé mucho, pues Fidel te lleva a que no te sientas nervioso, a que te sientas como conversando con un amigo de la infancia. ¡Con qué sencillez lograba eso!», confiesa.
Cuando lo tuvo delante, Emilio observó cada rasgo del rostro del líder, se lo grabó para siempre, y escuchándolo hablar aquellas horas rememoró sus días como alfabetizador en la Sierra Maestra, a solo cuatro horas de la Comandancia de La Plata.
«Estuve en esas lomas y me preguntaba cómo era posible que un hombre con su inteligencia hubiese estado en ese monte jugándose la vida por los pobres; y entre esos pobres, estaba yo».
Hoy, a casi 58 años de Revolución, el Doctor Castillo asegura que la ciencia cubana le debe todo a Fidel, «y no solo en la agronomía; todas las instituciones científicas del país tienen su huella, ya sean en la esfera de la salud, la meteorología, el suelo...».
Cuando concluyeron los debates en aquella jornada de 1988 en el ICA, con su virtud de atender todos los detalles, «el Comandante le pidió al fotógrafo que nos entregara un juego de las fotos tomadas ese día a cada uno de los participantes», cuenta.
Mirando de cerca otra vez al barbudo que «no se cansa», viendo cómo cruzaba los dedos, enfatizaba en el propósito de velar por el bienestar de los obreros o no darles tregua a las investigaciones, Emilio fue hasta su pueblito pobre, recordó su vida de niño hijo de analfabetos, y ante las palabras vivas de Fidel pensó: «¿Dónde estuviera yo sin este hombre?».
El pueblo tiene que saberlo todo
Allá, donde los carteles de la carretera anuncian el arribo del viajero a Mayabeque, antigua provincia de La Habana, los árboles altos del Centro de Sanidad Agropecuaria (Censa) no olvidan todas las veces que vieron entrar al Comandante.
«Solía llegar casi siempre de noche, y entre los años 80 y 82 venía y venía», afirma el Doctor José Antonio Buergo Rodríguez, quien por esos días era un veinteañero estudiante que aún no arribaba al Censa, pero a través de la destacada Doctora en Ciencias Rosa Elena Simeón le llegaron muchas de las anécdotas de Fidel allí.
Por eso José Antonio puede hablar, incluso, de mucho antes, cuando estaba recién nacida la Revolución y Rosa, quien a su juicio fue la mejor intérprete del pensamiento científico de Fidel, le recordó al Comandante una frase suya pronunciada en un discurso de 1960.
«Él la escuchó y, a petición de ella, la plasmó en un papel de su puño y letra: “El futuro de nuestra Patria tiene que ser necesariamente de hombres de ciencia”. Desde entonces, narra José Antonio, esa frase presidió la entrada al Centro.
«Fidel es el padre de la ciencia revolucionaria cubana. Al triunfo había muy pocas instituciones dedicadas a los saberes veterinarios; eran, sobre todo, privadas. Fue con el triunfo del 59 cuando nacieron en Cuba instituciones científicas dedicadas a esa especialidad, porque él siempre comprendió la importancia de la salud animal y se preocupó por desarrollarla a la par de la medicina humana», asevera.
Entre más de 200 jóvenes que se iban a graduar como doctores en el curso 1968-1969 del Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, fueron seleccionados 80 para realizar investigaciones en el campo animal. Entre ellos estaba Rosa, y esa selección era la semilla de lo que el 1ro. de septiembre de 1980 inaugurara el Comandante como Censa.
El Fidel de Rosa Elena, el hombre desvelado por los andares de la ciencia en la Isla, al tanto de cada paso de los estudios, quien desde los microscopios miraba como el más experimentado investigador, es del que habla José Antonio, quien, como muchos jóvenes que tampoco lo vieron de frente, asegura que no necesitó estrecharle la mano a Fidel para conocerlo.
«Él era un hombre con un pensamiento avanzado, y uno de sus tantos propósitos con la ciencia en la Isla fue elevar la productividad lechera con nuestro ganado tropical. Surgió entonces el siboney de Cuba, una mezcla de dos razas, la cebú cubana y la Holstein europea», dice.
Y en esos estudios andaban los científicos cuando en una finca de la Isla de la Juventud un animal surgido de ese cruce llamó la atención de todos. La vaca oscura de manchas claras comía más de lo normal y con cubos desbordados de leche asombraba a los ordeñadores varias veces al día.
«Entonces comenzamos a seguir el récord productivo de Ubre Blanca, un ícono de nuestra ganadería que en solo un ordeño dio 41,2 litros. Junto a nosotros, Fidel estaba al tanto de todo».
Fidel junto a Ubre Blanca, un ícono de la ganadería cubana. Foto: Archivo de JR
No obstante, luego de romper los récords y a sus casi 17 años, Ubre Blanca padeció de una tumoración en la piel. «Estuvo ingresada en la clínica del Censa y, ante su gravedad, Rosa tuvo la previsión de conservarla. Pero, ¿cómo le decía a Fidel que había que sacrificar a aquel animal?
«Le pidió un despacho y le expuso sus intenciones. Él indagó hasta el más mínimo dato, y después de una intensa batalla de preguntas y respuestas, aceptó, pero con la condición de explicarle al pueblo todos los pormenores de ese proceder», asegura el Doctor.
De Ubre Blanca se obtuvieron embriones, material genético... y el sacrificio se filmó con voz en off del locutor Manolo Ortega.
Hoy, a la entrada de la institución están las fotos históricas de las visitas del Comandante, sus desvelos por el quehacer científico del país y los árboles altos, los mismos árboles altos que hoy presienten sus botas de guerrillero después de tantas noches que lo vieron entrar.