A la orilla de la carretera fue la sorpresa de los vecinos y de los familiares. Autor: Kiury Rodríguez Publicado: 21/09/2017 | 05:41 pm
Banderitas de colores, un busto de Martí y una miniatura de la casita donde nació; el rostro del Che, un cartel con un ¡Viva Fidel! bien grande, imágenes de los Cinco, un ¡Volverán! igual de inmenso… un rincón bajo la sombra de los árboles con las huellas de los humildes. Un pequeño altar en la Loma de la Lima en el municipio holguinero de Banes, donde los vecinos agrupan sus deseos y esperanzas.
«¡Caballero, miren eso!» «¡Qué cosas hace la gente!», «¡Increíble!» «Vamos a parar». Algunos de los ocupantes de la pequeña guagua le pusieron voz a estas frases, y los que no dijeron nada voltearon la vista hacia el sitio exacto que trajo la sacudida. Todas estuvieron de acuerdo —Mirta, la madre de Tony; Magali, la madre de Fernando; Irma, la madre de René; Chabela, la hermana de Gerardo, y Yadira, la sobrina; Laura, una de las hijas de Ramón— el movimiento indicó el retroceso, estaban dando marcha atrás.
Cuando las puertas se abrieron, primero fue la curiosidad de los lugareños. Quizá pensaron que los ocupantes del ómnibus estaban perdidos o necesitaban de alguna ayuda. Pero cuando las reconocieron, cuando vieron que eran los familiares de sus héroes, la gente salió corriendo de sus casas y fue la algarabía.
Unos torcieron el rumbo de sus pasos y trajeron a sus niños en brazos, otros daban voces para que nadie se perdiera el acontecimiento, mientras avanzaban a estrecharlas a ellas, que es como si abrazaran a Gerardo, Antonio, Fernando, René y Ramón.
¡Vengan, son los familiares de los Cinco! Y con ese grito se trastocó la calma en el CDR 9, en la Zona 127 de la Loma de la Lima. Los rostros cargaban los brillos de la ternura. Los vecinos expresaron sus buenos deseos, ratificaron compromisos llenos de cariño, invocaron la buena salud para las madres y enviaron saludos para los muchachos.
Los pequeños en brazos de sus madres no podían explicarse por qué a ellas se les había dibujado de pronto una amplia sonrisa y tenían cara de asombro, ni por qué el campesino del sombrero grande, atónito, no decía nada. Algunos miraban a distancia, susurraban, sonreían. En medio del alboroto se sintió el ruido de la bicicleta, y luego la voz de aquel que salió sobre ella desprendido, en short, sin camisa ni zapatos. No se acercó demasiado, solo lo suficiente como para asegurarse de que no estaba soñando y exclamó: «¡Ni más ni menos, míralos, allí están».
Irma y Magali agradecieron el rincón por los Cinco, las muestras de afecto, elogiaron a los pequeños en los brazos de su madre. Mirta, desde la guagua, para no forzar aun más sus caderas, repartió besos, explicó que participaban en el IX Coloquio por la liberación de los Cinco y contra el Terrorismo, en Holguín, quizá le dijo a la mujer del brazo enyesado que Tony, su hijo, estaba bien, que recién había podido verlo.
Unos minutos en la Loma de la Lima, fuera de todo protocolo, por los Cinco, un encuentro espontáneo como aquel rincón bajo la sombra de los árboles, dedicado a la Revolución que ellos defienden, a sus familias que sacan fuerzas de su amor por los suyos y de su necesidad del regreso para cumplir intensísimos programas, para desandar miles de kilómetros.
A la vera de los más insospechados caminos, los cubanos, con su capacidad de amar, sobrecogen con sus iniciativas, lo mismo que miles de solidarios con la causa a lo largo del planeta.
El estremecimiento en el CDR 9, en la zona 127 de la Loma de la Lima solo habla de amor, porque los Cinco no son solo los hijos de Mirta, Magali e Irma, ni el padre de Laura, el hermano de Chabela o el tío de Yadira, sino también parte de la familia de cada ser humano bueno.
La resistencia durante 15 años de injusto encarcelamiento en Estados Unidos, sin doblegarse, sin una queja, los hace crecerse. Esa actitud, sus esencias, los convierte en los hombres a los que la gente más humilde de Cuba les escribe decenas de miles de cartas sin saber el modo en que esas letras los protegen allá en las prisiones; todos, los que visten la Isla con sus fotos; les rezan a sus santos plegarias para el regreso, o agarran un pedazo de metal y escriben con letras grandes la frase de Fidel, el deseo de millones.