Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El jefe indio en su puesto

La contraseña que abrió el cuartelazo del dictador Fulgencio Batista, quien no se imaginó que su zarpazo abriría las puertas a una revolución

Autor:

Luis Hernández Serrano

La tensión es enorme. Batista —con camisa blanca, abrigo de gabardina color crema, pantalón gris claro y zapatos caoba— porta una pistola calibre 38. Los demás, también de civil, debajo tienen los uniformes, sus grados militares y sus armas.

El general, que esa madrugada inicia el golpe contra Carlos Prío, partió de su finca Kuquine a las 2:30 a.m., escoltado por dos carros patrulleros al mando del segundo teniente Rafael Salas Cañizares.

A las 2:30 a.m. se detienen en la carretera de Arroyo Arenas a Marianao. De otro auto, en que viajan cuatro oficiales, baja el capitán Robaina Piedra, del Regimiento 6, y se pone al timón del Buick de Batista.

Este permanece en el asiento de atrás, entre «Silito» Tabernilla y Roberto Fernández. Al lado de Robaina viaja el capitán retirado Martín Díaz Tamayo. Otros dos autos se unen a la caravana, con los capitanes Jorge y Pedro García Tuñón, Víctor Dueñas y los tenientes Armando Echevarría y Pedro Barreras. Suman cuatro los autos y dos los carros patrulleros.

En la primera perseguidora, Salas Cañizares comunica a la Radiomotorizada: «El jefe indio en su puesto. La niña bien». La contraseña al conjurado que atiende la planta significa que la operación comenzó, y hay siete carros patrulleros situados en la ruta hacia Columbia, encargados de avisar si surge un contratiempo inesperado.

Cerca del campamento, el jefe golpista ordena a Robaina que se detenga: «Vamos a cambiar de automóvil...». «Pero, General, ¡en este nos esperan!», dice Robaina, sorprendido. El general insiste y se efectúa el cambio. A dos cuadras de Columbia se hace una nueva parada. Salas baja corriendo con su ametralladora para ver qué ocurre. Batista ordena entrar por la Posta 4 y dice: «¡Hay que evitar una celada!».

En Columbia franquean el paso soldados complotados al mando del capitán Dámaso Sogo. La hora de llegada a la mayor fortaleza militar cubana era a las 2:40 a.m., pero algunas paradas atrasan la entrada. A las 2:43 los faros enfocan al centinela de la Posta 4, que pestañea y apresta su arma.

Los recién llegados se identifican con los soldados. Pasan las otras máquinas y dos de las perseguidoras. Las siguientes van hacia La Habana a ocupar las estaciones de radio y los demás puntos previstos.

Sogo, el oficial de guardia, corre hacia la Posta 4, jadea y aclara: «General, en la Jefatura del Regimiento lo esperan los demás oficiales de la Junta Militar Revolucionaria».

Tres minutos antes el primer teniente Rodríguez Ávila movilizó los tanques y comenzó a cercar el campamento para bloquear sus accesos e impedir cualquier intento de escapar.

Los cuatro batallones del Regimiento 6 son inmediatamente levantados y sus oficiales quedan detenidos. Son apresados el mayor general Ruperto Cabrera, jefe del Ejército, y los generales Quirino Uría, inspector general, y Otilio Soca Llanes, ayudante general.

Mediante radiogramas urgentes se comunica a los regimientos restantes que Batista se ha hecho cargo de las fuerzas armadas y el Gobierno ha sido destituido.

Fuentes: El Grito del Moncada, Mario Mencía, p.p. 52, 53, 55, 56, 60, 61, 62, 63, 64, 66, 153 y 165. Tomo I, Editora Política, La Habana, 1986.

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