Ricardo Alarcón de Quesada Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 05:01 pm
Palabras que pronunciara Ricardo Alarcón en el acto político cultural «Su nombre es pueblo» en ocasión del 12 aniversario del injusto y cruel encarcelamiento de los Cinco Héroes cubanos luchadores antiterroristas. 11 de septiembre de 2010
Compañeras y compañeros:
Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René cumplen doce años de injusto y cruel encierro en prisiones norteamericanas. Injusto, porque no cometieron delito alguno, no causaron daño a nadie y por el contrario sacrificaron los mejores años de su juventud para salvar a su pueblo evitando acciones criminales, luchando contra peligrosos bandidos y lo hicieron sin armas, sin emplear la fuerza ni la violencia. Cruel, porque el perverso castigo lo sufren lejos de su Patria y sus familias que enfrentan muchas limitaciones para visitarlos y en los casos de Gerardo y René son privados de reunirse con sus esposas.
Contra ellos fueron formuladas acusaciones completamente falsas, carentes de toda prueba o fundamento. Los sometieron a una sórdida farsa judicial en Miami, nido de terroristas que controlan esa ciudad, sus medios de prensa y gran parte de su actividad económica y política. Una ciudad que se hundió en desvergüenza, exactamente entonces, cuando una chusma arrogante secuestró a un niño de seis años, Elián González y pisoteó las leyes y provocó el caos para impedir la devolución a su padre del niño secuestrado.
Pretender que allí, en ese ambiente de odio y violencia contra Cuba podrían ser juzgados con imparcialidad cinco patriotas cubanos que hasta allá habían ido para luchar contra esa mafia, era un insulto al sentido común y a la decencia. Pero esa fue la terca demanda de Washington. Un Gobierno inmoral, que sabía lo que hacía, exigió que los Cinco fueran juzgados en Miami, en ninguna otra parte sino en Miami. En realidad se trataba de un gesto cínico que buscaba congraciarse con la turba delirante que asombró al mundo y había salido tan maltrecha moralmente del caso de Elián.
En el año 2005, en el único fallo justo de todo este litigio, el Panel de la Corte de Apelaciones, unánimemente, decidió anular todo el proceso y ordenar un nuevo juicio, porque con muy buenas razones, sólidamente argumentadas en un fallo histórico, demostró que el juicio había violado la Constitución norteamericana, precisamente, por haberse realizado en Miami.
En una acción sin precedentes el Gobierno presionó a la Corte de Apelaciones para que echara atrás la determinación de sus jueces.
Desde entonces la lucha legal ha continuado pero en condiciones muy difíciles y que reducen cada vez más las posibilidades de una solución por esa vía.
Les pido disculpas. No debo agobiarlos con explicaciones legales y ásperos tecnicismos.
Sólo quiero que ustedes se pregunten ¿por qué este caso tiene esa aparente dificultad?
La respuesta es muy simple: quienes se supone divulguen la información, en este caso se han dedicado a ocultarla.
Lo que hasta ahora he dicho son datos que debieron ocupar los primeros planos de la atención de los llamados medios de información. Pero no lo fueron. No lo son todavía, ahora, doce años después.
El juicio más prolongado de la historia de Estados Unidos no fue reflejado en los grandes medios; ni los testimonios que ante el tribunal ofrecieron generales, almirantes y asesores de la Casa Blanca; ni la confesión de sus fechorías que allí hicieron una larga fila de malhechores, algunos luciendo sus atuendos de guerra; ni la defensa ardorosa del terrorismo que, con total descaro, hizo la Fiscalía durante siete meses; ni su solicitud de que se impusiera a los acusados los peores castigos de cuatro cadenas perpetuas más 77 años de prisión; ni su insistencia en que, además de las desmesuradas condenas, se tomaran medidas para impedir cualquier intento futuro que pudiera molestar a los grupos terroristas; ni la actitud de la Jueza que accedió a todas esas insólitas peticiones del Gobierno. Nada de eso fue noticia.
Se repetía la historia. Hace casi un siglo en un caso que aún se recuerda como flagrante injusticia dos inmigrantes italianos, Sacco y Vanzetti, fueron condenados y ejecutados arbitrariamente. Su inocencia, por cierto, fue reconocida no hace mucho cuando ya era demasiado tarde. Pero entonces, en aquellos tiempos lejanos, cuando aún era posible rescatar la justicia, un eminente jurista norteamericano trató de salvarlos. Su generoso afán se concentró en una frase: “Please, read the transcripts” (“Por favor, lean las actas”).
Porque quien hubiese leído los papeles de aquel proceso se habría dado cuenta de que Sacco y Vanzetti eran inocentes.
Ahora es igual. Todo consta por escrito. Quien quiera saber la verdad solo tiene que visitar el sitio oficial de la Corte del Distrito Sur de la Florida y buscar el caso “Estados Unidos contra Gerardo Hernández et al.” Quien lo haga se dará cuenta de que Gerardo y sus compañeros son inocentes, que nunca debieron ser detenidos, ni acusados, que jamás debieron ser encarcelados, que han sido y son víctimas de un descomunal atropello. Comprenderán además que la infamia ocurrió porque el Gobierno de Estados Unidos quiso proteger a los grupos terroristas anticubanos que engendró y cobija. Se escandalizarán al descubrir que ese Gobierno, en una palabra, es culpable de practicar el terrorismo.
Quien lo haga podrá leer que Washington admitió formalmente, por escrito, que no tenía pruebas para acusar a Gerardo del cargo más grave por el que sufre una doble condena a perpetuidad; podrá conocer que el pleno del Tribunal de Apelaciones reconoció que ninguno de los Cinco hizo nada que amenazara la seguridad de Estados Unidos, que ninguno hizo nada que se pareciera, ni de lejos, al espionaje.
Pero sucede que la gente, mucha gente, depende de los grandes medios de comunicación, la prensa escrita y la televisión, para supuestamente conocer lo que pasa en el mundo. Y esos medios están bajo el control del Imperio.
Debemos ser capaces de crear nuevas formas de comunicación para que la verdad llegue a todas y todos. Algunos subiendo a las crestas de los montes, otros con el poema, la pintura, la canción, todos valiéndonos de cuanto artilugio ofrecen las nuevas tecnologías.
Día y noche, sin tregua ni cansancio. No olvidar jamás que Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René sacrificaron sus vidas por nosotros. Y que son ellos los que verdaderamente encabezan esta lucha por liberarlos.
Recientemente, cuando tuvo que acceder a algunas reducciones parciales de las sentencias que pesaban sobre Ramón, Antonio y Fernando, la Fiscalía reconoció que su propósito era tratar de contener el creciente movimiento que en todo el mundo exige la libertad de nuestros compañeros.
¿Qué mejor prueba de la necesidad de multiplicar, ampliar y profundizar las acciones solidarias?
Comprometámonos a hacerlo. Que se alce, incontenible, la solidaridad, que sean millones los que reclamen al Presidente Obama que haga lo que puede y tiene que hacer: ponerlos en libertad inmediatamente y sin condiciones. A todos y cada uno de ellos, a los Cinco, sin excluir a ninguno.
Muy pronto el Gobierno de Obama deberá pronunciarse respecto a la petición de habeas corpus a favor de Gerardo a quien no le queda ya otro recurso en el sistema norteamericano. Nuestro compañero está en esa situación como consecuencia de que la Corte Suprema se negó a revisar su caso como le habían solicitado que lo hiciera diez Premios Nobel, varios Parlamentos y centenares de parlamentarios, juristas y personalidades e instituciones religiosas y defensoras de los derechos humanos de todo el planeta en una acción cuya amplitud no tuvo precedente. Lamentablemente la Corte prefirió ignorar la opinión universal porque así se lo pidió la representante de la Administración. Exijámosle que no repitan semejante muestra de desprecio al mundo.
Compañeras y compañeros:
En el sitio digital del Tribunal miamense se describe con dos palabras el estado de Gerardo: “Caso cerrado”.
A nosotros nos toca abrirlo. Con la denuncia constante, con la movilización permanente, con nuestras voces a las que habrá que sumar muchas otras, hasta que él y sus cuatro hermanos regresen libres a la Patria y se unan a nosotros en un concierto perdurable.
Juremos no desmayar en esa lucha hasta la Victoria Siempre.