Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Elio Menéndez en sus 80

Honestidad y modestia son las cualidades que siempre deben coronar a un periodista, afirma uno de los grandes de la crónica deportiva cubana

Autor:

Miguel Carrandi

EN el plano profesional, es un virtuoso con numerosos galardones —incluido el Premio Nacional de Periodismo José Martí— que una vida de dedicación le proporcionó en justa compensación a su meritoria labor en la prensa cubana. Como persona, un hombre descollante por su sencillez y sus valores éticos. Existen quienes no olvidan sus raíces a pesar de los logros.

Elio Menéndez, que acaba de cumplir 80 años, es de ese selecto grupo de profesionales que «rozaron el cielo con los dedos», pero nunca renegó de su amado Juanelo, al que en más de una ocasión agasajó con su fino estilo, convidando a caminar por sus «calles de tierra apisonada por los carretones de mulas», a todo aquel que tuvo oportunidad de leer sus crónicas.

Lo conocí de manera casi casual. Recuerdo que buscaba una fecha relacionada con su jubilación y la persona encargada de los archivos del periódico Juventud Rebelde telefoneó a su casa ante la imposibilidad de rescatar el dato. Sin previo aviso me dio el auricular, y del otro lado de la línea una voz me daba los buenos días y me invitaba a su hogar. Fue así como comenzó una relación que se materializó en tardes de tertulia, donde escuchaba «al maestro» rememorar pasajes de nuestra historia deportiva. Fue así como llegué hasta ese individuo sensible, de mirada profunda y memoria prodigiosa, y fue así también como, sin notarlo, un día me descubrí siendo su amigo. Alguien que se alegró de figurar entre los que esta semana festejamos sus ocho décadas de vida.

—Le he escuchado decir que la oportunidad de hacerse periodista se la debe a la Revolución…

—Realmente no hubiese tenido posibilidades de hacerme periodista en otras circunstancias que no fueran las de la etapa naciente de la Revolución. Yo tuve poco estudio; empecé a trabajar desde muy temprana edad. Cuando triunfa la Revolución Cubana me encontraba en Estados Unidos y no es hasta el 1960 que regreso a Cuba.

«En esa época estaba trabajando en la construcción y era lo que se conoce como un “trabajador eventual”; o sea, que no estaba emplantillado; iba, y si había trabajo “¡felicidades!” y si no, para la casa de nuevo. Un día me encuentro a mi amigo de la infancia Bobby Salamanca, quien se dirigía camino del periódico Hoy. Al verme vestido con ropa de trabajo, me pregunta cómo me ganaba la vida y luego de contarle, me dijo: “Con lo que tú sabes de deportes, lo mucho que te gustan y tu facilidad para escribir, puedes trabajar en la prensa; mañana vas conmigo al periódico”.

«Así fue como pisé por primera vez una Redacción. Empecé haciendo mis noticas hasta que se funda el INDER y me fui para allá de mensajero del Departamento de Divulgación».

—¿Por qué la crónica fue el principal género que empleó en su producción periodística?

—Yo no pasé la Universidad, por lo que mis conocimientos fueron limitados en cuanto al dominio de las técnicas periodísticas. Me considero una persona sensible, tal vez de ahí viene mi afición a Gardel, y por ello se me ajustaba más la crónica; aunque confieso que nunca me propuse convertirme propiamente en un cronista; lo fui sin planteármelo. Empecé a escribir de las cosas que me rodeaban, de las vivencias en el Juanelo de mi infancia y que conforman mis raíces. Sin darme cuenta comencé a explotar esa faceta del periodismo.

—¿Cómo recuerda a ese Juanelo?

—Con mucha añoranza. Llegué siendo un niño de ocho años. Esos no fueron los tiempos de mayor desenvoltura económica en mi familia; nunca dejé de comer, pero sí de ir a la escuela por no tener zapatos apropiados. Sin embargo, fue una niñez que recuerdo con agrado. Por sus calles de tierra apisonada correteé, jugué pelota, participé en maldades propias de muchacho, tuve la primera novia, di y recibí el primer beso de amor y también lloré mi primer desengaño amoroso. Fue en Juanelo donde velé a mis padres y todos esos recuerdos son imperecederos; tanto es así que he escrito sobre Juanelo y nunca sobre el Vedado donde nací.

—Ha hablado en otras ocasiones de la influencia que Eladio Secades ha ejercido en usted. ¿Qué otra persona influyó en su formación profesional?

—Han sido varios y a todos no los puedo mencionar. José González Barros me enseñó cosas que nunca he olvidado y que fueron máximas en mi manera de trabajar. Por ejemplo: me alertó en mis comienzos que las peores deudas que un periodista contrae, no son las de dinero, sino las de gratitud hacia las fuentes que te suministran información.

«Ricardo Sáenz fue otro del que aprendí mucho. Un día yo me quejé porque me habían cambiado unas palabras en un texto y me parecía que, de la manera en que se publicó, mi intención se diluía un poco. Entonces Ricardo me dijo que si el trabajo me interesaba, tenía que haberme quedado en el periódico hasta que saliera la prueba de plana, no podía irme hasta que el trabajo, ya revisado, fuera a la imprenta, y eso hice hasta que me retiré. He tenido suerte en el periodismo; me han ayudado mucho, pues nadie llega solo».

—¿Cuáles son los principales valores para ser un buen periodista?

—La honestidad. Un periodista no debe traicionarse; ser consecuente con su ideología es muy importante. La modestia también es fundamental, aunque nadie está exento de sentir vanidad. Voy más lejos: creo que es hasta bueno sentirse vanidoso de vez en cuando; lo que no está bien hacer es utilizar esta para flagelar a los que te rodean, o exteriorizarla de manera inadecuada.

«Soy feliz cuando salgo a hacer los mandados y mis vecinos me celebran algún trabajo o se refieren a mí con respeto; pero ser periodista no me hizo olvidar nunca las carretillas que halé, el pico y pala que di, los pisos que limpié, las madrugadas en la panadería… Esas fueron cosas que contribuyeron a formarme. No solo en las aulas se aprende; aunque el estudio es importante, la vida también es una excelente educadora».

—¿Qué le faltó hacer como periodista?

—Muchas cosas. No creo que yo sea el periodismo, como decía Kid Chocolate del boxeo: es porque yo no soy el Kid Chocolate de las letras. Fui un profesional que se formó dando tropezones; y si a mí se me permitiera decir cuál fue mi principal cualidad o lo que me llevó al triunfo, si se le puede llamar triunfo a mi carrera, yo diría que la constancia. Me costó más trabajo que a otros escribir. Cierto que solía exigirme a veces exageradamente; en ocasiones rompía tres o cuatro cuartillas para lograr componer el párrafo que me complaciera. Aun así cuando leía el periódico el día siguiente, no estaba del todo satisfecho. En el momento en que un periodista se conforme totalmente con lo que hace, está muerto.

«Me hubiese gustado asistir a una Olimpiada, pero tuve otras muchas satisfacciones. Sí, hubo otras cosas que me pesa más no haber logrado, porque me faltaron los “hierros” que dan los estudios, la Universidad».

—Hábleme de su afición por revivir la historia del deporte y sus figuras.

—Tuve la ocasión, por mi edad, de conocer la Arena Cristal, y ahí comencé a ver boxeo a finales de los años 30. Junto a Salamanca me escapaba los sábados por la tarde para el Club Ferroviario. Allí vi en sus últimos días al «Caballero» Oms con su cabeza blanqueada por los años, y fue en el Ferroviario donde aplaudí por primera vez a Orestes Miñoso, una de las grandes figuras de nuestro béisbol profesional, en la década de los años 50. Me regocija ser pionero de la Vuelta a Cuba en 1964; del Playa Girón de Boxeo, en 1962, y de las Series Nacionales de pelota. Aquella afición desde temprana hora, la visita a los terrenos donde se jugaba la llamada «pelota de manigua» o «pelota brava», y el beber en bibliotecas los orígenes del deporte cubano, sembraron en mí la pasión por las actividades del músculo y el respeto por sus figuras. Ellos echaron la simiente.

—¿Cómo enfrentó Elio el momento del retiro?

—Te voy a hacer una comparación: a mí me sucedió con ese momento lo mismo que le pasa al que pierde un familiar querido. Mientras está en la funeraria no lo siente tanto como cuando vuelve a la casa y ya ese familiar no está, y pasan los días y esa ausencia se vuelve mucho más notoria.

—¿Era el momento adecuado?

—Independientemente de que me haya sentido molesto o herido en un momento determinado por cosas que pasaron, yo sabía que era mi momento. He insistido en que hay atletas que esperaron demasiado para retirarse y dejaron un mal sabor, una impresión deteriorada, razón por la que siempre me había dicho que no iba a «colgar los guantes» en esas condiciones. Ya había llegado lo más alto posible, y luego de rozar el cielo con los dedos ya no tenía para más. Seguir era un empecinamiento: a mí no tendrían que decirme cuándo era el momento, es un problema de orgullo personal.

—¿Cómo lucha contra la nostalgia de tantos años en la Redacción?

—Mi familia desempeña un papel preponderante en esa lucha contra la nostalgia. Principalmente mis nietos más pequeños —seis y diez años—, que son los de mi segunda esposa, pero que son míos también aunque no tengan mi sangre. Me devolvieron la paz, la tranquilidad, el sosiego, y muy importante, los deseos de vivir; te diré que me rejuvenecen a diario. Aunque son mayores y tienen otras obligaciones, también están mis otros tres nietos, mis hijos y mi esposa. Dejar el periodismo lo sentí bastante, pero los nietos me quitan todos los pensamientos que me atormentan.

—¿Qué otra cosa le hubiera gustado ser?

—En realidad, de muchacho nunca tuve la intención de hacerme periodista. Se me dio esa oportunidad y le hice swing, pero confieso que me gustaba más el magisterio. Me complace mucho hablar con los jóvenes, aconsejarles si es necesario, compartir sus alegrías… ¡Contagiarme con su entusiasmo!

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